Cannibalismo – Cannes 2011: Día 2

Un día trágico. Lo digo por la acumulación de tragedias: un psicópata adolescente, dos cánceres cerebrales, abusos sexuales a menores… Los azares de la programación y nuestras elecciones personales tienen estas cosas. A primera hora de la mañana ves una película que podría ser la precuela de Elephant y a continuación asistes a la proyección de la nueva de Gus Van Sant. Hay lazos temáticos, pero se trata de dos películas antitéticas. La primera es We Need to Talk About Kevin, dirigida por una Lynne Ramsey que llevaba casi diez años alejada del cine (al menos del largometraje). Se trata del prototipo de película que los británicos suelen relacionar con la excelencia, una película virtuosa en sus saltos temporales y en sus ejercicios de montaje, una película que quiere parecer compleja, como si se tratase de una película de Nicholas Roeg, pero que no es más que una película efectista y redundante. Todos los detalles parecen estudiados y calculados al milímetro y sin embargo Ramsey descuida el conjunto, de una obviedad desarmante (y, lo peor, lleno de trampas de guión que nos cuidaremos de no desvelar).
No es difícil imaginar que haría la directora de Kevin (nombre ya maldito en Cannes 2011) con el material de Restless, la película “japonesa” de Van Sant que inauguró Un Certain Regard, una película callada y paciente sobre la relación entre una joven que padece un cáncer terminal y un chico que se ha aficionado a acudir a velatorios luego de la muerte de sus padres en un accidente. Estos temas conviene tratarlos con delicadeza y no como una competición en la que el espectador, obligado por el cineasta a jugar al escondite, va descubriendo cosas a ritmo de fanfarria. Eso es lo que diferencia a Van Sant de Ramsey. Restless habla de la relación de sus personajes con la muerte y con los muertos, evocando inevitablemente aquel cuento de Joyce que adaptara en su día John Huston, relación que Van Sant hace explícita cuando la lectura de una carta en la parte final se hace acompañar de unas imágenes de paisajes nevados. Un tema que el cine japonés ha tratado en no pocas ocasiones y al que Van Sant se aproxima con cierta timidez. A su película parece pesarle en exceso la producción de Imagine, la compañía de Ron Howard, y la distribución de Sony. Parece un compromiso. O un intento de sintetizar el mundo del Van Sant de la tetralogía (ya se sabe, Gerry, Elephant, Last Days, Paranoid Park) con el de sus propuestas más comerciales. Por momentos la síntesis funciona, pero los peajes a pagar no dejan de salir a la luz: una planificación y un montaje más convencionales, unas selecciones musicales demasiado obvias (Sufjan Stevens, Nico), una tendencia hacia lo “poético” y lo “bonito” que recuerda a Mi vida sin mí, de Isabel Coixet… ¡Dios, nunca pensé en meter en una misma frase a Van Sant y la Coixet! (pido perdón a quién se pueda sentir ofendido).
Valérie Donzelli no sabe de fórmulas ni tiene complejos de ningún tipo. Pocas películas podremos ver en este Cannes que hagan gala del mismo desparpajo de La guerre est déclarée (inauguración de la Semana de la Crítica). La historia es la de una pareja, Romeo y Juliette, que tiene un hijo, Adam, al que pronto se le descubre un cáncer cerebral. Si piensan que esta película ya la han visto se equivocan. Donzelli, que dirige, escribe y protagoniza su película, cuenta este drama sin ningún asomo de sentimentalismo y a ritmo de musical, reinventándose constantemente, como si no le debiese nada a nadie o, al menos, como si no fuese consciente de las influencias recibidas (el cómic, el musical, el Godard de los sesenta). En todo caso, su película no está cortada por el patrón del cine que se puede ver hoy en día en los festivales y tampoco tendrá una carrera comercial fácil. Un producto tan atípico como lo pudiera ser su ópera prima, La Reine des pommes.
En un día que parecía patrocinado por Unicef, la palma (con minúsculas) se la llevó Poliss. Lo que muchos pensábamos que se trataba de un polar y confiábamos en disfrutar relajadamente, devino en una suerte de pesadilla, una película dedicada a contarnos el día a día de la Unidad de Protección de la Infancia de la policía francesa. La directora, Maïwenn, se centra con especial atención en los interrogatorios de los sospechosos, en las declaraciones de las jóvenes víctimas, en las relaciones personales y familiares de los miembros de la Unidad. Una a una, apenas hay nada que reprochar a estas secuencias apoyadas en el magnífico trabajo de los actores. Pero la acumulación no conduce a ningún lugar y la directora tira por la borda todo el trabajo realizado con una media hora final en la que se ve en la obligación de clausurar cómo sea su relato. El resultado es patético y bordea el ridículo. Si nos dicen que Poliss no es más que un compendio de una serie televisiva francesa nadie se extrañaría.
Un breve apunte final para dejar constancia de una estimable película brasileña, Trabalhar cansa, dirigida por los debutantes Juliana Rojas y Marco Dutra, que hoy parecía fuera de lugar. Lo que ofrece es una estimable metáfora de la crisis con algunas dosis de cine fantástico que no terminan de concretarse. Pero se trata de una de esas películas que demuestran confianza en su material narrativo y que no se ven en la necesidad de ir anticipando sorpresas, en definitiva, una película que va creciendo a medida que avanza su metraje (y que tampoco necesita hablar con Kevin). Jaime Pena

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