A fuerza de ser sincero, no me sorprendió la muerte de Whitney Houston. Desde hace unos años, parecía un acontecimiento a suceder en cualquier momento. En realidad importa bastante poco: después de todo, todos nos vamos a morir, mejor o peor, algún día. La vida íntima de la Houston -como la vida íntima de cualquiera, y la verdad es que no hay nada más íntimo que la muerte- es lo de menos.
Como todo cuarentón, necesariamente oí a Whitney Houston en los años ochenta. La odiaba, porque en la adolescencia, cuando uno quiere ser “diferente”, odia lo que esté de moda. Para ser aún más sincero, recién comencé a apreciarla gracias a El Guardaespaldas, una película que solo El amante, en su época, supo ver con inteligencia como el buen film que es (Quintín escribió esa nota). Para muchos -que no la vieron- se trata de un drama romántico meloso. Lo mismo dicen de Casablanca y Titanic: los tres son paradigma absoluto del error de apreciación motivado por el prejuicio (a la inversa, es el mismo tipo de prejuicio que hace del drama meloso Cinema Paradiso una obra apreciada: el caso es que no es estadounidense). Pero en fin, es lo de menos: El Guardaespaldas es una gran película por muchísimos motivos, a saber:
-El guión de Lawrence Kasdan. Entre muchas otras virtudes como escritor, Kasdan es uno de los pocos en hacer creíble un romance en el mundo de hoy. Cuenten: la relación entre Kevin Kline y Glenn Close en Reencuentro; la relación entre Leia y Han Solo en El imperio contraataca; la relación entre William Hurt y a) Kathleen Turner (Cuerpos Ardientes) y b) Geena Davis (Un tropiezo llamado amor); etcétera. No hay un solo momento meloso ni un solo lugar común en cómo conversan y se seducen mutuamente -otro secreto: ni él ni ella toman la iniciativa en estos casos, sino que es un inteligente juego compartido- Kevin Costner y Whitney Houston.
-Kevin Costner, que es de los pocos grandes actores de tradición clásica que quedan, un auténtico cowboy -lo sabe y, por querer serlo, así le fue en el Hollywood de hoy-, un heredero de Gary Cooper. Es cierto que el peinadito monacal era un cacho ridículo, pero basta verlo en su primer encuentro con el jefe de guardaespaldas de la estrella para darse cuenta qué implica ser un intérprete para todo el cine, expresar cosas con todo el cuerpo con un minimalismo zen. Costner se enamora en la película con una naturalidad pasmosa sin hacer un solo gesto sexy de repertorio.
-Y, obviamente y final, Whitney Houston. Houston interpreta a una talentosísima cantante que demuestra lo buena que es cantando cinco canciones que marcaron a fuego la oreja de los noventa. Está bien, cedamos en el repudio pseudo diabético de “I will allways love you”. Pero canta además “Run to you”, “Ï have nothing”, “Queen of the Night” y “I’m every woman”. Cada canción aparece conectada emocionalmente con el personaje, que es mucho más complejo de lo que -otra vez- el lugar común le otorga. Es una estrella cuya “industria” es venderse como puro glamour, pero que en realidad vive en una casita linda y más bien pequeña detrás de la mansión que usa para las entrevistas. Es, además de una estrella deseada por medio mundo, una madre y mina sola que mantiene a una familia y un negocio fingiendo ser una diva. Una persona cuya vida privada es difícil, que para enamorarse o disfrutar de tomarse una cerveza con el tipo que le gusta se tiene que esconder y, sobre todo, una persona inteligente (pero cuidado: ni el guión ni la actriz dejan de lado que tiene que haber algo de divismo para abrazar la profesión de estrella pop, y a veces eso se le nota a su personaje). Si nos conmueve la historia de amor y comprendemos la tristeza del final es porque la actriz Whitney Houston le da a ese personaje una profundidad que, si solo cuentan la sinopsis, amenaza con no tener. Y eso además lo manifiesta al cantar. Hay algo sumamente hermoso en el film respecto de Whitney Houston: no canta como Whitney Houston sino como Rachel Marron, su personaje. Son interpretaciones más maduras y más sentidas que las de sus álbumes de los 80. Y el director Mick Jackson -un más que competente realizador de TV, responsable de una obrita maestra del género, Indictment, drama judicial sobre una familia acusada de pedofilia- entiende el juego y deja actuar a la Houston. Whitney Houston es, en esta película, una gran actriz que crea un personaje que no podemos saber si se parece a la Whitney Houston real o no. Lo más importante: la actriz nos hace saber que importa un pito si se parece o no, si su vida es como la de Rachel Marron, etcétera, porque en el film no existe Whitney Houston. Más incluso: esa creación de personaje es mucho más efectiva que la de Costner, quizás porque ya estábamos acostumbrados a ver a Costner y no creíamos que Whitney Houston pudiese actuar. Podía, lo hizo, merece todo elogio por ese papel.
El Guardaespaldas, sin embargo -como Casablanca, como Titanic- sigue siendo una especie de causa perdida. Aunque ganó carradas de plata, siempre fue vista como un ejercicio cínicamente kitsch. No lo es: incluso es un film seco, directo, con secuencias magistrales como la del tiroteo en la nieve que ya quisiera cualquier cinematografía. Y aunque las radios nos taladraron con el “iaaaaaaaiaaaaaaaaaiaaaaa”. Sin decir que en la película, en la secuencia donde ambos bailan en un bar, se escucha la versión original de Dolly Parton, y que es una canción de una tristeza y una madurez enormes. La canción de una mujer que comprende por qué no puede estar con el hombre que ama y que estoicamente lo acepta ofrendando música a ese sentimiento. En la película funciona, en esa secuencia, como el contraste de escuchar el final de una relación que estamos viendo comenzar. En todo esto, la que construye todo, el objeto de deseo y de cuidado es el personaje creado por esa profesional de las emociones que fue Whitney Houston. Escuchados sus discos después de El Guardaespaldas, uno descubrió -tragándose otros lugares comunes- que esa señorita justificaba su fama. A veces uno llega un poco tarde.