No hay nada parecido en la Argentina. No hablemos de los periodistas deportivos, enredados en el día a dia de entrenamientos, barras bravas y peleas entre técnicos y jugadores, jugadores y jugadores y técnicos entre sí y con los dirigentes. Ni siquiera los mejores, como Ezequiel Fernández Moores, más interesado en el negocio que rodea al juego que en lo que pasa estrictamente en los 90 minutos de cada partido. Apenas Roberto Fontanarrosa escribió un libro en el mismo espíritu, No te vayas, campeón, una crónica aguda y bien escrita de los equipos que marcaron la memoria del rosarino.Sin embargo, solo sus cuentos futbolisticos –un poco sobrevalorados– fueron tenidos en cuenta y no ese libro preciso y ameno.
No, los periodistas deportivos no tienen el don de la escritura (y a menudo, solo unos pocos entienden algo tan elemental como las jugadas, como Juan Pablo Varsky, Diego Latorre y Mariano Closs). El futbolero al que le gusta leer sobre el tema tiene que rogar que Quintín haya visto el partido poder leer algo que se salga de la medianía de la crónica.
Lo que llega a la Argentina en forma de libro son las magníficas notas que escribió Santiago Segurola a lo largo de 25 años años y que demuestran que el fútbol tiene su nobleza intrínseca. Segurola jerarquiza al fútbol respetando exactamente su naturaleza. Nunca un partido es una oportunidad para lucirse a expensas de quienes juegan. Segurola, crítico de El País durante muchos años, encuentra las características de la épica clásica en cualquier torneo: nobleza, audacia, desafío, timidez, temor. Las encuentra porque ahí están y porque lo que mejor hace Segurola es mirar, luego, escribir.
Además, escribe de deportes olímpicos. Estoy tan contento con la publicación de este libro que hasta es posible que lea esas páginas, yo, que solo tengo ojos para el fútbol. Gustavo Noriega
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