El amigo del tribunal – Una visión desde la justicia (y la crítica)

Me siento obligado por esta película a terminar de salir del armario. Debo confesarlo: cuando no estoy en el cine o escribiendo para El Amante, soy juez. Sí, soy juez contencioso administrativo en esta Ciudad de Buenos Aires desde hace 10 años. Es cierto que no tener competencia penal pareciera ser un atenuante; pero, así y todo, no comento usualmente cuál es mi trabajo. Y no por falsa modestia, sino porque, efectivamente, a diferencia de lo que pudo haber pasado en otras épocas (o de lo que sucede en otras sociedades), lejos de ser visto como una circunstancia o situación prestigiosa, dar a conocer este hecho provoca en el interlocutor inmediatamente cierta desconfianza (para llegar a ese puesto, “algo habrás hecho”). Y lo peor es que eventos como los narrados en El rati horror show (entre tantos y desgraciados otros) dan la razón a esa prevención. No es que vaya a hablar de mí, pero así como El rati… versa, de alguna manera, sobre lo que le pasa al ciudadano y cineasta Enrique Piñeyro con el caso de Fernando Ariel Carrera, la crítica de una película tiene que ver con lo que le sucede al crítico con ella (más allá de que escriba en primera persona o no, o de cuánto evidencie esa circunstancia). Es por eso que no realizar la precedente aclaración sería deshonesto (según el repetido lugar común, característica propia de los magistrados, que creo no poseer). Es que, dada esta condición, no puedo (ni debo) hablar sobre los hechos narrados en el film, ni sobre las particularidades de una causa en trámite. También debo aclarar que, para mí, la de Piñeyro es una versión de los hechos a la que no puedo tener sin más como “la” verdad (defecto profesional, quizás, pero, en todo caso, al menos debería tomarse en cuenta el ejercicio del derecho de defensa de los acusados). Pero eso no me impide reconocer que El rati… es una gran película que, estructurada de una manera clásica, en la que la lógica narrativa coincide con la del trámite de una causa judicial (iniciación: presentar los hechos; nudo: destruir las bases en que se apoya la situación que se critica; desenlace: desenmascarar a los pretendidos culpables), mantiene al espectador al borde de la butaca de una manera inusual en un documental. Estamos ante un muy sólido e inteligente film de investigación y de juicio, en el que su director y protagonista ocupa alternativamente el rol de defensor (de Carrera) y de fiscal (denunciando los contubernios entre el Poder Judicial y la Policía).

Si hay algo sobre lo que no tengo dudas es sobre el hecho de que no hay que creer en las certezas absolutas. Pero si en algo estoy cercano a una certeza, es que la transparencia, el conocimiento y la información a la que accede el pueblo y la participación ciudadana son los cimientos fundamentales de la democracia y del sistema republicano. Cuando escribí en revistas de derecho (La Ley, “Las ‘leyes secretas’” del 8/06/2005 y, “‘Leyes secretas’: continua el sigilo” del 22/08/2006) sobre esa contradicción en los términos que fueron las llamadas “leyes secretas” (sí, debíamos respetar normas que, al no estar siquiera publicadas, no podíamos conocer), que por mucho tiempo y hasta hace muy poco toleramos, exaltaba la figura del Dr. Monner Sans (a quien sólo conocí personalmente hace unos pocos días) por tomarse en serio el rol de ciudadano activo en el control de la cosa pública. Y eso mismo debo decir de Enrique Piñeyro, que responde a la concepción clásica del amicus curiae (que colabora con el tribunal en el caso, ayudando a mejorar el funcionamiento de la Justicia), como a la más moderna, que permite apoyar directamente a una de las partes en juicio. Más allá de que me permita dudar de la pertinencia de algunas afirmaciones o razonamientos (la elección del Dr. Righi –a quien no conozco en persona pero respeto por su trayectoria– como villano del film, o al menos del tráiler, no me parece sólidamente fundada, por ejemplo), lo que aparece como incontestable es la valentía y el ejemplo cívico de la labor que viene llevando adelante este realizador (algo ya presente en sus anteriores Whisky Romeo Zulu de 2004 y Fuerza Aérea Sociedad Anónima de 2006, y que aquí se profundiza).

Aun desde estas páginas, siempre he bregado por hacer conocer y defender nuestros derechos (en lo que tiene que ver con la cultura nacional, con poder ver un cine que respete el principio de diversidad cultural, o con no ser molestados telefónicamente por vendedores inescrupulosos). Por ser esto así, el hecho de que como ciudadanos nos preocupemos por cómo funcionan las instituciones excede el interés del caso concreto. La Justicia es el último escudo que nos defiende (o debería defendernos) de los embates y ataques de los poderosos. Que ella se alíe con éstos en contra de los ciudadanos significa firmar el acta de defunción del estado de derecho.

Más allá de que las cosas sean efectivamente como se narran, no deja de dolerme la circunstancia de que para hacer justicia deba acudirse a estos métodos. Es que, a diferencia de lo que pasa (o debería pasar) con la función judicial, no todos tenemos la posibilidad de que se haga una película para defender nuestros derechos vulnerados. Como crítico aplaudo esta película; como juez, espero el día en que este documental no sea sino una ficción. Fernando E. Juan Lima

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