“¿Dónde pasan la noche las limusinas?”. La pregunta la formula una de los visitantes de la limusina que Eric Packer (Robert Pattinson) ha convertido en su oficina rodante y con la que se desplaza por Manhattan. Todos los espectadores de la sala conocen la respuesta, han visto los garajes de limusinas en Holy Motors. Cosmopolis es algo así como el contracampo de la película de Leos Carax. David Cronenberg adapta a Don DeLillo y embarca al joven inversor bursátil multimillonario y sus acompañantes a una odisea que guarda muchos puntos de contacto estéticos con Crash. Quizá esta sea la mejor película que el director canadiense ha dirigido desde entonces, una fábula brechtiana en la que se está hablando continuamente de dinero mientras alrededor de la limusina se desata el caos. Dinero y sexo, por establecer el paralelismo con Crash. Aún así, Cosmopolis no es una película sobre la crisis. O no solo, sino más bien una película sobre el fin del mundo, sobre el capitalismo en el momento que emite sus últimos estertores. Una película de política ficción o de ciencia-ficción, directamente. La limusina se desplaza por las calles neoyorquinas y Cronenberg reduce la música a la mínima expresión, cuando no la elimina, al igual que los ambientes sonoros (gran ventaja la perfecta insonorización de estos autos), de tal forma que solo queda la palabra, realzada y puesta en primer término, pero creando también un ambiente extraño, irreal. Sí, Cosmopolis es una película discursiva, consciente y voluntariamente discursiva, en la que los personajes emiten juicios y opiniones, como si estuviesen proponiendo una filosofía de la economía, pero que pocas veces dialogan entre ellos: Cronenberg le habla directamente al espectador, procediendo a una estilización de los elementos más grotescos de la novela, aquí sabiamente reconvertidos hacia la ironía. Packer llega al final de su viaje, a su encuentro con Benno Levin (Paul Giamatti), su igual (ambos tienen una “próstata asimétrica”), su némesis. Por si no ha quedado claro, en mi opinión Cosmopolis es la mejor película de Cannes.
Koji Wakamatsu también ha presentado, según sus propias palabras, el reverso de United Red Army. 11/25 The Day Mishima Chose His Own Fate es una de las películas más rotundas de Un Certain Regard, una película y no un sucedáneo. El título lo resume todo: el último día en la vida de Yukio Mishima y su suicidio ritual en un cuartel militar es narrado con una mezcla de archivos documentales y reconstrucciones ficcionadas, partiendo desde el momento dela fundación de su propia guardia paramilitar, Tatenokai. Aquel clima que Wakamatsu narró con la urgencia del presente en sus primeras películas, es objeto ahora de un trabajo más reflexivo. También más distante y crítico, como si delatase un nuevo posicionamiento ideológico.
Hacía más de cuarenta años que Wakamatsu no presentaba una película en la selección oficial de Cannes. Es como si el festival hubiese permanecido inmune a ciertos cineastas o fenómenos de la historia del cine. Lo pienso durante la proyección de Gimme The Loot, de Adam Leon, la prototípica película mumblecore. Si no me equivoco, en todos estos años de vigencia del movimiento, Cannes se ha limitado a reflejarlo con el descubrimiento de los hermanos Safdie en la Quincena de los Realizadores. Puede ser que en la selección oficial (competición, UCR) no se haya proyectado con anterioridad ningún ejemplo de mumblecore. Gimme The Loot sería por lo tanto el primero y lo cierto es que la proyección provoca una sensación rara: esta no es la típica película que exhibe Cannes. La película de Leon, como tantas otras del movimiento, narra dos días en el Bronx en los que un grupo de amigos se embarca en un extraño objetivo. Una pequeña intriga, largos paseos llenos de diálogos, que podrían constituir el armazón de cualquier película social europea o drama latinoamericano. Gimme The Loot carece de cualquier tipo de pretensión de reflejo de una realidad social. Y sin embargo esa realidad está ahí, expuesta con la misma veracidad documental que, por ejemplo, Aquí y allá, la coproducción hispano-mexicano-estadounidense dirigida por el español residente en Nueva York Antonio Méndez Esparza, aunque en esencia una película mexicana. Lo que en la película de Leon es solo el trasfondo, en la de Méndez Esparza, y en muchas otras, es su finalidad única y confesa. Aquí y allá centra su tema en la inmigración entre México y Estados Unidos con tanta modestia como tacto, moviéndose con cierta naturalidad en las escenas más cotidianas y con mayor rigidez en las más narrativas (e innecesarias). Con todo, Aquí y allá se alzó con el Gran Premio de la Semana de a Crítica. Tengo mucha confianza en algunos miembros del jurado, así que no me llama tanto la atención el premio en sí como con la comparación con la Semana de 2011, de la que formaron parte títulos como La guerre est déclarée o Take Shelter.
Otra película mexicana, ésta en UCR. Después de Lucía es una película inmoral, también la confirmación de que el retrato que el festival proyecta de Latinoamérica es muy parcial, siempre sostenido sobre la violencia, latente o explícita. Michel Franco nos cuenta una historia de bullying sostenida sobre largos planos estáticos, como si el cineasta quisiese alargar a toda costa su película. Recuerda a Haneke, si bien el giro final, que demuestra el escaso aprecio que Franco a siente por sus personajes y espectadores, nunca se le hubiese ocurrido al director de Funny Games.