Cannibalismos 9. JP

The Immigrant es la película más vieja vista en Cannes 2013. Ojo, vieja no significa que sea mala. Tan solo que es muy old style. James Gray nos presenta la historia de Ewa (Marion Cotillard), emigrante de origen polaco que llega a Estados Unidos acompañada de su hermana, Magda (Angela Sarafyan). Esta es retenida en Ellis Island por causa de su tuberculosis, mientras que Ewa es captada por una red de prostitución dirigida por Bruno (Joaquin Phoenix). Convertida en una inmigrante ilegal, Ewa no podrá escapar de Bruno. Contada así (hay poco más, bueno, sí, un primo de Bruno, interpretado por Jeremy Renner, que ejerce del hermano antagonista de otras películas de Gray), The Immigrant podría estar ambientada en cualquier época y en cualquier país del mundo. En la actualidad, por ejemplo, donde ese tipo de redes de prostitución son moneda corriente. Gray lleva su historia hasta 1921-1922, con todo lo que eso representa de esfuerzo de producción y sus consecuencias que ello acarrea: el cartón piedra acaba por imponer siempre un cierto academicismo, al que la primera mitad de The Immigrant no logra escapar. Pero Gray paga gustoso ese peaje. La ambientación de época impone también un estilo, digamos que un estilo “clásico”, lo que lo libera para echar mano de una iconografía religiosa que casaría muy mal en una película ambientada en la actualidad. Llegados a este punto, esto es, una vez que Gray llega a dónde quería llegar, en la última media hora de metraje The Immigrant levanta el vuelo. Principalmente en la escena de la confesión en la catedral, con el cabeza de Ewa cubierta por un pañuelo en pose absolutamente virginal (dada su condición, más bien una María Magdalena) y recortada de entre las sombras por el claroscuro tenebrista de Darius Khondji, y en la secuencia final en Ellis Island con el diálogo entre Bruno y Ewa, cuando ambos se sinceran y expresan todos sus sentimientos, esa relación que nunca podría fructificar. El plano final, a la derecha Bruno aceptando su destino, a la izquierda, a través de una ventana, la barca en la que Ewa y su hermana abandonan por fin Ellis Island, es bellísimo.

Roman Polanski parte de una situación similar en La vénus à la forrure (Venus in Fur): el dominio de un hombre, un autor y director teatral (Mathieu Amalric) sobre una mujer, una actriz aparentemente inexperta (Emmanuelle Seigner). Pero esta posición no tarda en invertirse. La vénus a la forrure es una adaptación de una pieza teatral de David Ives, a su vez una versión del célebre succés de scandale de 1870 La venus de las pieles, novela de Leopold von Sacher-Masoch que constituiría una suerte de precedente de 50 sombras de Grey. La obra se desarrolla en un escenario único, el teatro en el que se realiza una audición, y con dos únicos personajes. Después de Carnage, Polanski prosigue el modelo de pequeñas piezas de cámara rodadas en estudio, imagino que para esquivar las salidas de Francia y la posibilidad de una nueva detención. Pero Vénus es una película muy superior a Carnage, aunque cabe plantearse qué habría hecho un Alain Resnais con esta obra que quizás precisaba de más ironía distanciadora y menos efectismos teatrales.

Es difícil enfrentarse a Manuscripts Don’t Burn, vista en Un Certain Regard. La película la firma Mohammad Rasoulof, cineasta con una condena similar a la de Jafar Panahi y que también está filmando en la clandestinidad. El resto de los créditos de la película no recogen ningún nombre (o vienen firmados como “anónimo”) para proteger a los integrantes de la película de posibles represalias. La valentía con la que está realizada y con la que denuncia la persecución y la censura que sufren los intelectuales iraníes, se ve enturbiada sin embargo por una narración confusa y reiterativa, cuando no caricaturesca, por ejemplo en el caso del personaje del censor. A diferencia de Closed Curtain, la película de Panahi y Kamboziya Partovipresentada este año en Berlín, Manuscripts está filmada en buena parte en exteriores y rehúye el discurso metafórico. Más allá de sus méritos artísticos, parece como si todos los festivales reclamasen su película de director iraní censurado. Auténtico e inimitable cine de festivales.

Justo de lo que no se puede acusar a Only Lovers Left Alive, de Jim Jarmusch, una película que se diría realizada a la contra de los modelos impuestos en los festivales y cuya presencia a concurso en Cannes parece toda una boutade. Only Lovers Left Alive es la película con menos pretensiones vista en el festival y, junto con The Bling Ring, también la más hedonista, la que parece realizada para el placer único y exclusivo de su director. Que el jurado la pueda llegar a considerar resulta inimaginable pues ahora mismo no se me ocurre ninguna película más refractaria al concepto de premios. Cómo me gustaría equivocarme, entre otras razones porque no habría mejor noticia para el mundo del cine y los festivales en particular que una película se llegase a galardonar por valores distintos a los de su tema, interpretaciones o acabado de producción. Si las películas se premiasen única y exclusivamente por el grado de libertad con el que han sido realizadas, Only Lovers Left Alive arrasaría en todos los concursos. En los últimos años Jarmusch parece haber dejado un tanto de lado el cine y se ha centrado en la música, con sus dúos con Jozef van Wissem o con el grupo Sqürl. De hecho, Lovers se presenta en Cannes en el medio de la gira europea de Jarmusch, Van Wissem y Sqürl, autores asimismo de la banda sonora de una película que, aunque protagonizada por vampiros, guarda una íntima relación con la música, hasta el punto que bien se podría describir Lovers como una mezcla entre Last Days y Vamps. Que nadie se espere en cualquier caso una película de terror, Lovers es una sucesión de gags y chistes privados sobre música, literatura y la moda reciente de películas sobre vampiros y, sobre todo, zombies. Jarmusch se declara un gran admirador de Mike Judge y su Idiocracy. Pues bien, Lovers podría muy bien haberse titulado Vampirecrazy, aunque Jarmusch le imprime ese halo romántico y decadentista que hacía de Dead Man una de las grandes obras maestras de las últimas décadas. Only Lovers Left Alive no está a su altura, ni mucho menos, quizás por falta de ambición, pues Jarmusch se contenta con llevar a sus personajes (interpretados por Tilda Swinton, TomHiddleston, John Hurt y Mia Wasikowska) de Tánger a Detroit y de vuelta a Tánger sin más pretensión que la de proponer una serie de paisajes sonoros en los que sus vampiros, cuales personajes de Antonioni, evidencia un cierto hastío, un descontento con el mundo contemporáneo. Pero, bueno, quizás es esta falta de pretensiones la gran virtud de Only Lovers Left Alive. Jaime Pena

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