Cannibalismos 7. JP

Si alguien tiene dudas sobre lo que es un ejercicio de estilo bastan tres palabras para aclarar sus ideas: Only God Forgives. La nueva película de Nicolas Winding Refn está ambientada en Tailandia y narra una desganada historia de venganza. El personaje que interpreta Ryan Gosling debe vengar la muerte de su hermano por imperativo de su madre (Kristin Scott Thomas), más que por un deseo personal. Enfrente tendrá a un expolicía (Vithaya Pansringarm), un enemigo a todas luces superior y se diría que invencible. Igual de desganado por la historia se encuentra Winding Refn, más preocupado por una estilización abusiva de sus imágenes. Podría verse Only God Forgives como un largo y reiterativo flash-back compuesto por recuerdos fragmentarios, apenas unas fotografías fugazmente fijadas en la memoria, como si el tiempo se hubiese detenido y estuviese condenado a repetirse en un bucle sin fin. La película, que parece estar generando siempre unas expectativas narrativas que luego nunca se cumplen, impone a sus personajes un estatismo que convierte a cada plano en una suerte de viñeta. Only God Forgives no es una película de artes marciales (o lo es en un sentido todavía más estilizado de lo que lo podría ser The Grandmaster, por ejemplo), sino una película que juega con su estética y que desplaza toda la acción desde el interior del plano a los movimientos de cámara, auténtico motor coreográfico. La propuesta conceptual de Winding Refn, que combina la violencia más explícita con elipsis de singular belleza, es en todo caso una película más disfrutable cuando se piensa que cuando se ve.

All Is Lost, proyectada fuera de concurso, es lo opuesto a Only God Forgives. La dirige J.C. Chandor, el de Margin Call, otra historia claustrofóbica en torno a una situación de máxima tensión. Pero si Margin Call era una película tan dialogada que parecía teatro, en All Is Lost no se pronuncia casi ni una sola palabra (para ser exactos hay una frase en off al principio y luego tres o cuatro expresiones). Robert Redford es un hombre (Our Man en los créditos) que ha quedado a la deriva en el Océano Índico. Su historia de supervivencia es lo que nos cuenta esta película que es algo así como la anti Life of Pi (y la anti Only God Forgives): un hombre y un velero enfrentados a la soledad del océano y, fundamentalmente, a una tormenta que destroza su barco y le impide mantener comunicación con tierra firme u otros navíos. Sin aditivos innecesarios, falsos dramatismos o una espectacularidad impostada, Chandor se atiene a un realismo estricto, en el supuesto de que esta sea una historia real, pues al respecto nada nos dice la película. En un determinado momento vemos al hombre subir por el mástil ayudado de una polea. Nos imaginamos que esta se va a soltar o va a pasar algo que le impida llegar hasta la parte más alta para arreglar la antena de la radio. La cámara está a la altura del hombre y parece balancearse con el viento. Poco a poco gira hacia la izquierda, lo que nos permite descubrir una amenazante masa tormentosa que va a marcar el devenir del velero y su único tripulante. Con todas sus virtudes, estamos ante una propuesta tan prosaica que puede que su recuerdo se desvanezca en cuestión de días.

Por el contrario no merecería olvidarse La jaula de oro, del hispano-mexicano Diego Quemada-Díez, una auténtica revelación, más si tenemos en cuenta lo trillado de su tema, el viaje de los jóvenes centroamericanos en los trenes que cruzan el continente en dirección a Estados Unidos. La jaula de oro presenta a cuatro de estos jóvenes, de origen guatelmateco y poco más que unos niños. En un primer momento el viaje no parece importarle tanto a Quemada-Díez como las relaciones entre los adolescentes, con su historia de amor en ciernes. Sin embargo pronto sabremos que ese viaje es irrenunciable. Como en Gold, de Thomas Arslan, varios de los integrantes del grupo van quedando por el camino, quizás para garantizar que alguno logre alcanzar su destino. Quemada-Díez esquiva tanto el sentimentalismo como las trampas que el guión va situando en el itinerario. Antiguo colaborador de Iñárritu, a este director nacido en Burgos (España) solo cabe reprocharle unos poéticos planos de la nieve que van puntuando todo la historia y que, sí, son muy del autor de Babel.

Otra revelación de Un Certain Regard la podría constituir Sarah préfère la course, primer largometraje de la canadiense Chloé Robichaud. Lástima que su modesta y un tanto mustia historia de amor lésbico vaya a ser fagocitada por una película mayor, una obra maestra en toda regla y desde ya una de las grandes historias de amor de nuestro tiempo. La vie de’Adèle – Chapitre 1 & 2 es la mejor película de Adbdellatif Kechiche, en principio una extraña adaptación de un cómic, aunque se diría más bien una versión apócrifa de Mariveaux y su popular La vie de Marianne. Esa es la obra que leen los alumnos de literatura francesa de un instituto y en donde pronto conoceremos a Adèle (una de las mayores revelaciones interpretativas de los últimos años, Adèle Exarchopoulos), la adolescente a la que Kechiche seguirá en su descubrimiento del amor, en sus primeras experiencias sexuales y, sobre todo, en su relación con Emma (Léa Seydoux), al tiempo que la vemos madurar y hacerse maestra, su gran ambición. Con una intensidad emocional raramente vista, con unas escenas de sexo explícito que desafiarán los límites de lo permitido en muchos países, ante nuestros ojos pasan los años y las tres horas de metraje. Kechiche opera una suerte de borrado espacial y temporal: tardíamente percibimos que han pasado los meses o los años, el lugar de la acción permanece indeterminado (¿Lille?), lo mismo que la época en la que se desarrolla la historia (hay mensajes en los contestadores telefónicos, pero no celulares). Su atención (y la nuestra) se concentra en el rostro de Adèle, como si no hubiese nada más en la pantalla. La vie d’Adèle queda fijada en nuestra memoria como una película filmada exclusivamente en primeros planos, por más que sepamos que eso no es cierto. Podemos discutir algunos excesos melodramáticos, el detonante del que se sirve Kechiche para llevar a Adèle, el personaje y la actriz, hasta el límite del gozo o el desgarro, lo que nunca podremos discutir es la pasión con la que está realizada y, lo que es más importante, cómo esa pasión inunda la pantalla desde el primer al último minuto de la película. Jaime Pena

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