En Cannes no hay nada casual, así que algo nos quieren decir desde la dirección del festival cuando programan las presentaciones oficiales de Le dernier des injustes y L’image manquante el mismo día. Dos películas sobre la memoria, dos películas sobre sendos genocidios. La comparación ilumina uno de los temas más difíciles de abordar por parte del cine (y, claro, deja a uno de los dos títulos un tanto malparado). Ese tema es la ausencia de imágenes, cómo evocar y “visualizar” aquello de lo que no se guardan representaciones. Lanzmann siempre ha tenido muy claro que lo irrepresentable solo se puede evocar a través de la palabra, de los testimonios de los testigos. El camboyano Rithy Panh, que sufrió en sus carnes y en las de su familia las atrocidades de los jemeres rojos, lo entendió a la perfección en S21, la machine de mort khmère rouge o en su película de 2011, Dutch, lemaître des forges de l’enfer. Con L’image manquante aborda de nuevo la historia de su país desde el mismo momento que las fuerzas de Pol Pot llegaron a Phnom Penh el 17 de abril de 1975 e instauraron su régimen de terror. Lo que sigue es el relato autobiográfico de las penalidades que sufrió el niño de 11 años que era entonces Panh. “La imagen que falta” del título son precisamente esos recuerdos que el régimen le borró y que ahora Panh reconstruye desde una perspectiva infantil. El relato del narrador (la voz de un actor) se ilustra con imágenes de archivo (principalmente películas de propaganda de los jemeres rojos) y escenificaciones realizadas con figuritas de arcilla que, como si se tratase de Los rubios, vienen a cubrir un vacío. Mientras que Lanzmann es en Le dernier des injustes más prosaico que nunca (y es capaz de sacrificarlo todo a la precisión y veracidad del relato), Panh se deja llevar en esta ocasión por la poesía. Ciertamente, el texto es muy bello, pero la propuesta de L’image manquante me parece tan discutible como inferior a los trabajos anteriormente citados de un Panh (o la voz prestada) que concluye afirmando que “los cineastas deben desenterrar lo que han inventado”. Bien, eso es lo que hace Lanzmann pero no tengo nada claro que Panh predique con el ejemplo.
Si Lanzmann y Panh dialogan con sus respectivas propuestas, se podría decir que Paolo Sorrentino y Valeria Bruni Tedeschi se repelen. La grande bellezza quiere ser una película sobre la nada, pero debe de ser la película sobre la nada más grandilocuente, exhibicionista y grotesca que se ha hecho nunca. En realidad quién quiere hablar de escribir un libro sobre la nada es el protagonista de la película de Sorrentino, un escritor que en su día publicó una novela de éxito y que ahora vive la dolce vita. Hay mucho de Fellini en La grande bellezza (en especial de 8 y medio y Roma), tanto que parece un saqueo en toda regla. El concepto de “la nada” lo entiende mucho mejor Valeria Bruni Tedeschi en Un château en Italie cuando lo asocia a la levedad y lo disocia de la rigidez. Su comedia se centra en una serie de peripecias familiares de marcado carácter autobiográfico (la muerte de su hermano, alguna indirecta dirigida a su suegro) que, pese a la gravedad de muchos de los temas que aborda, nunca abandona el tono relajado y un tanto primaveral. El humor absurdo, que a más de uno puede llegar a irritar, acaba por resultar contagioso. Este soplo de aire fresco está enmarcado sorprendentemente en la sección oficial a concurso. Es una de las mejores noticias que nos ha dado Cannes este año al liberarse con esta película de las fórmulas al uso en el cine de festivales. Con el paso de los días tengo cada vez más presente otra película sobre la nada, The Bling Ring. Las de Coppola y Bruni Tedeschi no son mejores películas de Cannes 2013, pero por muchas razones son las más necesarias. Para comprobarlo basta con echarle un vistazo a As I Was Lying, con la que James Franco quiere acercarse al universo de William Faulkner. En su caso estamos ante la película más pretenciosa del festival, apenas un telefilme con ínfulas de grandeza y, no se sabe muy bien por qué, pantalla partida.
Un millonario ofrece una recompensa a quién mate al asesino de su nieta y que ha sido ya capturado por la policía. El traslado del asesino se convierte en una odisea en la que afloran todo tipo de traiciones. El dinero todo lo puede y tanto es capaz de estimular el apetito de los más necesitados como de corromper a todo el estamento policial. Shield of Straw es un policial serio, algo que quizá sea necesario puntualizar cuando su director es Takashi Miike. El comienzo es arrollador, con una escena en la autopista que parece sacada de alguna de las entregas de The Fast and the Furious. Poco a poco la acción se va despojando a medida que la espiral de traiciones aumenta y nos acercamos a la resolución. El planteamiento tiene algo de 3:10 to Yuma, pero su estructura (y también su final un tanto conciliador) remite a la de Drug War, uno de los últimos Johnnie To. La última de To, o eso se supone, se ha visto fuera de concurso. Blind Detective es una comedia detectivesca con la pareja protagonista más delírate vista en el festival. Los que esperábamos una película de acción nos llevamos una gran decepción; los que supieron interpretar su peculiar sentido del humor supongo que la habrán disfrutado. Jaime Pena