Cannibalismos 2. JP

La tradición dicta que en Cannes compiten por la Palma de Oro tres películas francesas. Más apropiadamente, tres películas firmadas por directores franceses. Entre las veinte películas de la sección oficial a concurso de este año esos tres directores serían François Ozon, Arnaud Desplechin y Arnaud des Pallières. Ocurre sin embargo que nos encontramos también con películas de Valeria Bruni Tedechi o Abdellatif Kechiche, cuyos orígenes italianos y tunecinos no deberían hacernos olvidar que viven en Francia, donde han desarrollado buena parte, sino la totalidad de sus carreras. También es francesa la película de Román Polanski, otro que vive en Francia desde que huyó de Estados Unidos. Y por si seis películas les parecían pocas, tenemos también la nueva de Asghar Farhadi, que podría ser iraní, pero que en realidad es francesa y se ha rodado en Francia contando entre sus protagonistas con, por ejemplo, Bérénice Bejo. De la misma manera que Hollywood se apropia de los talentos emergentes del cine comercial mundial, Francia hace lo mismo con los más reputados nombres del cine de autor internacional. 

Esa labor de zapa la inicia Cannes cuando se apropia de los triunfos ajenos. Ahora le ha tocado a Asghar Farhadi tras los éxitos (Berlín, Oscars) alcanzados por Una separación. Como suele ocurrir en estas muestras de oportunismo, Le passé es una gran decepción. Lo de menos es que se haya rodado en Francia, Le passé es puro Farhadi, una película que ahonda en el complejo de culpa y en su concepción rashomoniana de cine. Aquí es un suceso del pasado, un intento de suicidio, el que atormenta a sus personajes y cuyos puntos de vista divergen, como cabría esperar. Al final, las piezas del puzzle terminarán por encajar tras un largo y enrevesado desarrollo. A diferencia de su película anterior, el suceso motivo de controversia no se nos muestra, de forma tal que el espectador nunca es partícipe de las versiones contradictorias que ofrecen los personajes. El resultado, sobre todo en su primera hora, se acerca peligrosamente al (peor) teatro filmado, para más inri, sin el nervio y la garra de los que Farhadi hacía gala en Una separación. Le passé es una película sobreescrita cuyo texto pesa como una losa sobre unos personajes de cartón piedra.

Vale la pena comparar Le passé con sendas producciones francesas que se pudieron ver en el mismo día, aunque no en el concurso oficial. Principalmente con Suzanne, segundo largometraje de Katell Quillévéré que ha inaugurado la Semana de la Crítica y cuyo principal motor narrativo es la elipsis, de tal manera que vamos conociendo a la Suzanne del título (una extraordinaria Sara Forestier) y su familia a lo largo de un cuarto de siglo, desde 1985 hasta la actualidad. El material es esencialmente melodramático, pero las elipsis dejan en off los sucesos más importantes de la vida de Suzanne (empezando por la muerte de su madre, acontecida antes del inicio efectivo del relato) y solo asistimos a sus consecuencias a través de breves retazos biográficos que se encadenan a toda velocidad en los 90 minutos de metraje. Por suerte, Quillévéré rehúye la tentación de convertir en protagonista al director de arte: Suzanne no es una película sobre el paso de tiempo sino los giros que da la vida de su protagonista.

L’inconnu du lac nos devuelve al Alain Guiraudie de Le Roi de l’évasion, igual de divertido en su pintura de un lago devenido en paraíso homosexual. Durante buen rato parece no ocurrir nada, salvo los baños de sus protagonistas, alguna que otra conversación ocasional y la promiscuidad que facilita los encuentros sexuales filmados con completa desinhibición y explicitud. De repente uno de los asiduos al lugar desaparece y un inspector de policía entra en escena, el más inopinado investigador visto en mucho tiempo en una pantalla (y que bien merecería una película para sí solo). El placer de filmar los cuerpos desnudos o el sol reflejándose en las aguas del lago se impone aquí sobre el guión de hierro de Le passé, hasta el punto que la resolución del crimen nos interesa bien poco, tan solo desearíamos acompañar a esos personajes en sus baños de sol, más cuando en el exterior sigue lloviendo y la Costa Azul está a punto de perder su nombre.

Un voyageur también es francesa y se pudo ver en la Quincena de los Realizadores. A la vista de la relevancia que se le quiso dar en su presentación, se diría que estábamos ante un acontecimiento. Y eso debería ser al tratarse del retorno tras las cámaras de Marcel Ophuls después de 17 años. Lamentablemente, Un voyageur es un autorretrato biográfico, autocomplaciente y trufado de anécdotas (la mayoría sobre Max Ophuls), uno de esos documentales de factura televisiva en los que vemos a un entrevistador asintiendo con la cabeza ante las afirmaciones del entrevistado, no fuera a ser que el espectador pudiese dudar del protagonista. Lo último que necesita un documental es un regidor diegético.

Por si cabía alguna duda, en Cannes también se pueden ver películas no francesas. Y basta con ver cinco minutos para reconocer que The Selfish Giant, de Clio Barnard (Quincena), es la típica producción realista británica, tan irreprochable en su forma de abordar el universo claustrofóbico en el que se desenvuelve la vida de dos niños, como previsible en sus golpes de efecto. Like father, like son es el retorno a la competición en Cannes del japonés Hirokazu Kore-eda, con una comedia sobre un intercambios de niños en la maternidad que, como últimamente es demasiado habitual en el director de Still Walking, comienza imponiendo un ritmo pausado y preciso para muy pronto ir perdiéndose en divagaciones. Como tiene la apariencia de una película japonesa “sensible y poética” en la que resuenan los ecos de Ozu es probable que confunda a más de uno.

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...