Cannibalismos 1. JP

Los aeropuertos tienen su aquel. Por ejemplo, uno puede echar mano de Le Monde Diplomatique y encontrarse con un artículo de Ignacio Ramonet, “El mundo en 2030”, que resume las conclusiones más importantes que la CIA aporta en el documento que entrega a cada nuevo presidente norteamericano al inicio de su mandatos. El último informe que se encontró Obama en su despacho tras su toma de posesión fue esta descripción de las claves del mundo en 2030: los nuevos equilibrios geoestratégicos, el peso decreciente de los países occidentales en la economía mundial, los nuevos y sorprendentes países emergentes (¿Etiopía?), el aumento de la clase media, la caída del precio del petróleo… Ramonet no dice si este retrato del futuro aborda en algún momento cómo será el cine en 2030. En teoría esa función se cree que la deberían de cumplir los festivales de cine, Cannes el primero. Puede que dentro de 17 años alguno de los directores debutantes este año sean las figuras prominentes del universo cinematográfico. Más allá de esta posibilidad, Cannes apenas anticipa el cine que nos llegará en la próxima temporada otoño-invierno  

En 2001 Cannes inauguró con Moulin Rouge. En aquel momento Baz Luhrmann parecía ejemplificar el futuro del cine. Ni Australia, que tanto se demoró, ni El gran Gatsby parecen cumplir, ni de lejos, las expectativas. Es más, ahora mismo Luhrmann parece un director viejo que se quedó anclado en una fórmula que en 2001 parecía novedosa. O puede que esa fórmula solo sea de aplicación al musical. No funcionaba aplicada al melodrama épico en Australia y funciona a medias con Gatsby. Funciona en sus números musicales que son toda una exaltación del kitsch y cae en el ridículo en los momentos más dramáticos, cuando Luhrmann se ve impelido a tomarse en serio la novela de F. Scott Fitzgerald. La grandilocuencia y el 3D (un buen 3D, por otro lado) casan mal con un personaje tan melancólico como Gatsby.

Luhrmann apabulla al espectador. La primera imagen de Heli define perfectamente tanto la película como todo el cine de Amat Escalante: una bota militar pisando la cabeza de una persona ensangrentada y amordazada. Así trata Escalante a sus espectadores, con imágenes que buscan impactarle. Hay que reconocer que lo consigue. Cuando en una escena a un torturado le rocían con gasolina el pene y los testículos y luego les prenden fuego en la sala se escucha un grito. Heli es eso: un plano que provoca el shock esperado y nada más. Como en el cine de Reygadas, vamos. Fruitvale Station es una película tan opuesta como en el fondo parecida a la de Escalante. Ryan Coogler se alzó con el Gran Premio y el Premio del Público en el último Sundance con esta especie de movie of the week que narra el último día de la vida de Oscar Grant, fallecido a los 22 años por un disparo de la policía en la mañana del 1 de enero de 2009. Un suceso real acaecido en el área de San Francisco y con el que Coogler pretende poner en evidencia el racismo y la violencia de la sociedad norteamericana. Tanto el Heli de Escalante como el Oscar de Coogler carecen de maldad y acaban deshaciéndose de sendos paquetes con droga. Es la prueba de su inocencia. ¿Importa? ¿Nos quiere decir Coogler que si Oscar Grant no fuese un joven con una familia y deseoso de redimirse de sus errores pasados el crimen no merecería nuestra atención? La diferencia con Escalante es que Coogler necesita edulcorar la realidad para sostener su discurso. La ficción no siempre es el mejor recurso para acercarse a ciertos hechos reales. Lo mejor de Fruitvale Station son las imágenes documentales con las que se inicia y concluye la película. Cabe preguntarse qué harían ciertos documentalistas con este material.

Jia Zhang-ke ha vuelto. Le esperábamos desde 2006, el año de Naturaleza muerta, su última ficción. En su caso, los documentales, nunca carentes de interés, no parecían el terreno más propicio para desarrollar su talento. Por fin se puede decir que con A Touch of Sin lo tenemos e vuelta en la película más ambiciosa de su carrera y en la que saca partido de todo el prestigio que ha ido acumulando a lo largo de la última década. A partir de las historias individuales de cuatro personajes que se cruzan ocasionalmente, Jia traza un retrato del capitalismo chino y sus funestas consecuencias. No le falta sentido del humor. Cada episodio culmina con un estallido de violencia, violencia estilizada y ritualizada (y por eso mismo antirrealista) que Jia reconoce inspirada por el cine de King Hu (el homenaje al autor de Dragon Gate Inn y A Touch of Zen queda expuesto en el mismo título de la película, un poco tonto, hay que reconocerlo), aunque también hay citas a Johnnie To y Tsui Hark. Las artes marciales juegan en A Touch of Sin el mismo papel que la nave espacial en Naturaleza muerta. Lo digo por si alguien se está echando las manos a la cabeza.

Las protagonistas de Jeune et jolie (François Ozon) y The Bling Ring (Sofia Coppola) cabría encuadrarlas bajo el epígrafe de “jóvenes y alocadas”, como la película de la chilena Marialy Rivas. La de Ozon decide prostituirse para sacarse un dinerito extra, hasta que un cliente se le muere en la cama. Las de Coppola han descubierto un método para robar en las casas de celebrities como Paris Hilton o Megan Fox. De Ozon es difícil esperar a estas alturas una gran película. Siempre ha filmado bien y sus películas raramente carecen de interés, aunque sea como sucedáneos de otros cineastas franceses. A Jeune et jolie se le agradece que no caiga en ningún momento en el moralismo que su tema podía suscitar. Lo mismo puede decirse de Coppola que con The Bling Ring nos ofrece la película más modesta de su filmografía, basada a su vez en el caso real del grupo de adolescentes que acabó robando en distintas mansiones de Hollywood prendas, joyas y distintos objetos por un valor de tres millones de dólares. La modestia de planteamientos no tiene por qué llevar aparejada la falta de ambición en los resultados. Que se lo digan, por ejemplo, al Gus van Sant de Paranoid Park. Pero el principal problema de The Bling Ring lleva el nombre de Spring Breakers

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