Cannibalismos 04 – (Jaime Pena)

Entiendo que hay ciertas películas que solo se pueden concebir en la selección de Cannes en virtud de su procedencia. Ocurre con Les chevaux de Dieu, de Nabil Ayouch, director de nacionalidad francesa, aunque de origen marroquí. Así deberíamos considerar también su película, una reconstrucción de los atentados islamistas de mayo de 2003 en Casablanca contra distintos intereses europeos. Ayouch vuelve hasta 1993 para, a través de la vida de dos hermanos,  contarnos desde la infancia todos los prolegómenos que llevaron a alguno de esos terroristas a integrarse en los grupos islamistas marroquís. La película es muy convencional y sobre todo muy tosca, la típica producción que hoy en día sería inceptable si procediese de algún país europeo (con esos mimbres se han hecho muchas películas españolas sobre la Guerra Civil, para consumo interno). Al final no sabemos nada del atentado, ni del islamismo, ni de cómo prendió la mecha del radicalismo en las barriadas más pobres de Casablanca. Por encima de todo, no sabemos cómo una persona puede aceptar su condición de mártir de una causa, la que sea. A Ayouch se le presenta una oportunidad de contar su historia de otra manera, también de darle una forma fílmica más sugerente. Poco antes del atentado, los terroristas pasan un día en el campo, para confraternizar y asumir su condición de mártires. Ayouch lo resuelve con una secuencia de montaje. Para él ese momento no pasa de ser una simple anécdota, un suceso presente en la cronología de los hechos y poco más. Pero ahí estaba la película, aunque quizá no la suya.

En el Mercado pasan Just the Wind, de Bence (antes Benedek) Fliegauf. Esta película húngara que ganó el Oso de Plata en la última Berlinale es el ejemplo perfecto de lo que podría haber sido Les chevaux de Dieu. Fliegauf se inspira en una serie de ataques cometidos en 2008 y 2009 contra varias familias de la comunidad gitana húngara que depararon numerosas víctimas, centrándose especialmente en una de ellas, cuando el clima de tensión va en aumento y la amenaza parece cierta y cada vez más cercana. Sin avanzar muchos detalles del argumento, digamos que Fliegauf filma lo que sucede entre dos de esos ataques, los momentos de calma tensa en los que la vida cotidiana, particularmente en lo que atañe a los dos hijos, ha de proseguir su camino. En definitiva, una película política que pocos enmarcarían en el género del cine político y en la que se reconoce perfectamente al autor de The Milky Way.

El Mercado o la sección de recuperaciones y restauraciones, Cannes Classics, pueden ser una buena alternativa ante este mortecino arranque del festival. Así, de repente se puede descubrir ¡en el Mercado! un corto de Apichatpong Weerasethakul, Ashes, fechado en mayo de 2012, que es un buen complemento de Mekong Hotel, más en su tono, y en la guitarra de Chai Bhatana, que en su imágenes, para las que experimenta con la cámara LomoKino. El corto puede verse ya aquí. Y en Cannes Classics es posible asistir a la proyección de una copia restaurada por el British Film Institute de The Ring (Alfred Hitchcock, 1927) con acompañamiento musical del pianista Stephen Horne. ¿Pianista? Horne toca el piano, el acordeón y la flauta, a veces dos de esos instrumentos a un tiempo, además de otros utensilios con los que logra el milagro de sonorizar él solo la película.

The Ring forma parte del proyecto de restauración de las nueve películas mudas de Hitchcock que están llevando a cabo el BFI y Studio Canal. No es la mejor película de su autor, ni de las mejores de su etapa inglesa, pero, cómo sea, logra al menos desentumecer los músculos, recordándonos que el cine es algo más que un ejercicio de mímesis, una mera repetición de una fórmula. Muchas de lo dicho sobre Les chevaux de Dieu es aplicable a la colombiana La Sirga, de William Vega, otro ejemplo de minimalismo latinoamericano a medio camino entre el ejercicio escolar y el oportunismo político: la guerra en Colombia, ¿es el tema de la película o es mero papel pintado?

Por lo demás la jornada estuvo dominada por el cine de género, por sorprendente que pueda parecer en el marco de un festival de cine. Apenas tiene interés Antiviral, de Brandon Cronenberg, que podría haber dado lugar a un interesante corto o mediometraje. Hubiese bastado para que papa David, presente en la sala, se congratulase de que su hijo porta sin duda su ADN. The Hunt, por el contrario, del one-hit-wonder Thomas Vinterberg, supuso una sorpresa más o menos agradable. Más, durante buena parte de su metraje, en el que nos cuenta el martirio que habrá de sufrir un profesor al ser acusado, se supone que falsamente, de abusos sexuales a la niña del colegio en el que trabaja, la hija de sus mejores amigos. Menos, en su final, muy apagado y tímido, sostenido como toda la película sobre un guión tan hábil como falto de sorpresas.

Queda para el final la primera película de la mañana, Lawless, de John Hillcoat, una historia ambientada en los años de la prohibición que coquetea con el cine de gangters, pero que como todas las películas de Hillcoat es en el fondo un western encubierto. O, más bien, un spaghetti western, dado el grado de violencia que alcanza y la escasa sutileza de la que hace gala su director. El guión viene firmado por Nick Cave, pero el Cave que colabora habitualmente con Hillcoat y no el de sus novelas, pues si algo se echa en falta en Lawless es la dimensión religiosa del Cave letrista y novelista, un aspecto apenas tocado tangencialmente en la película. Eso sí, la banda sonora, firmada por Cave y Warren Ellis, es esplendida, en especial la versión del White Light White Heat de la Velvet interpretada con aires blues.

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