Cannibalismo Cannes 2011 Día 6

Se trataba de poner en escena el big-bang que se produjo hace 14.000 millones de años, la creación de la Tierra, la nebulosa solar que dio lugar al nacimiento de la Tierra hace 4.500 millones de años, la aparición de los primeros organismos unicelulares de la era protozoica, la época de los dinosaurios que reinaron sobre la Tierra durante 160 millones de años, y el fin del universo que se producirá dentro de varios miles de millones de años cuando el sol no sea más que una “enana blanca” y la Tierra quede reducida a polvo.

 

Esta larga explicación no es un resumen argumental de ningún documental de divulgación científica, sino que es un párrafo entresacado del press-book de The Tree of Life, dentro de sus notas de producción, en el apartado “el estilo visual”. No es ninguna broma, The Tree of Life es eso, una película que habla del origen y el fin del universo, casi nada. No lo hace metafórica ni simbólicamente, realmente lo pone en escena con amplitud de efectos especiales, haciendo revivir incluso a los dinosaurios. Sí, estamos ante una película de Terrence Malick con dinosaurios. Con todo esto sólo pretendo aclarar una cuestión: The Tree of Life es la película más ambiciosa que recuerdo haber visto en los últimos años. Dejemos de lado el suspense: Terrence Malick está a la altura de sus pretensiones.

 

Es evidente que Malick no se siente a gusto con la narración, algo que era más perceptible en Days of Heaven que en Badlands o The Thin Red Line. Bastaría con comparar las dos versiones de The New World, la estrenada en los cines y la versión del director que se editó en DVD años después. La segunda apenas añadía nada a la historia de John Smith y Pocahontas que se desarrollaba en la primera, pese a sus cuarenta minutos suplementarios, como no fuese escenas de paisajes y dilataciones temporales. Sin embargo, la consecuencia más inmediata era que la trama quedaba diluida en su canto a la naturaleza. Malick se entretenía en la fauna del lugar, en los árboles, en el agua de los ríos, en los gestos de los personajes, esos destellos que han conformado el estilo del cineasta. The Tree of Life es la culminación de este estilo, una película abiertamente elíptica y abstracta en sus primeros minutos, antes de dar paso a esa reconstrucción de los orígenes del universo, desde el big-bang hasta la extinción de los dinosaurios. Habrá que esperar casi una hora de proyección para que tenga lugar la primera conversación entre los miembros de la familia protagonista que podamos tildar como verdaderamente dramática.

 

“Un film que reconstruye al mismo tiempo el trayecto de una familia y el nacimiento del cosmos”, resumen de nuevo las notas del press-book. Es la familia O’Brien, compuesta por el padre (Brad Pitt), la madre (Jessica Chastain) y sus tres hijos, el mayor de los cuales, Jack, parece ser el depositario de la memoria familiar (y es interpretado en su edad adulta por Sean Penn, aunque su personaje ha quedado reducido a casi nada en el montaje final).  La historia se desarrolla en los años cincuenta, desde el nacimiento de los hermanos pequeños hasta que el mayor tiene unos diez o doce años, justo en el momento en el que el padre ha sido despedido de su empresa y la familia abandona el hogar en el que vivieron durante toda la infancia de los niños. “Nunca he faltado al trabajo, nunca he dejado de ir a la iglesia”, se extraña el patriarca ante las misteriosas razones de su despido. Se trata de un hombre profundamente religioso, obsesionado por la educación y la perfección, un hombre que tiene a Toscanini como modelo. La voz en off (¿Jack?) nos dice al principio que la vida solo tiene dos vías posibles de desarrollo, la de la gracia y la de la naturaleza. El padre ha optado por educar a sus hijos conforme a la primera, mientras que la madre se ha inclinado por la segunda. La doctrina se opone así al amor. La película se inicia cuando llega una carta al hogar de los O’Brien que les informa que uno de los hijos pequeños sufre una enfermedad incurable (sí, otra vez). Sabremos luego que morirá al cumplir los diecinueve años de vida, muy lejos por lo tanto del arco dramático de la película. Ese es el momento en el que los padres (Malick) comienzan a divagar sobre los orígenes de la vida. Es la parte 2001 de The Tree of Life, una auténtica sinfonía visual (en realidad en todo su metraje) que conjuga la partitura original de Alexandre Desplat con composiciones de Brahms, Berlioz, Gorecki, Taverner, Preisner y muchos otros. Hablando de Stanley Kubrick (y de Toscanini), Malick parece haber heredado la fama de perfeccionista del autor de 2001. The Tree of Life tenía que haberse estrenado en Cannes 2010, pero el alargamiento del proceso de posproducción retrasó la presentación todo un año. Creo que esas ansias de perfección son en cualquier caso de muy distinta índole. Kubrick se ganó la fama de rodar una escena las veces que fuese necesario (50, 100) hasta quedar plenamente satisfecho con el resultado. Entiendo que en casos como el de Kubrick sólo hay una toma válida (perfecta) y que el resto (49, 99) se puede desechar. El perfeccionismo de Malick sospecho que se desenvuelve en la sala de posproducción y no tanto durante el rodaje. No sé cómo rueda, pero m imagino que debe de haber un guión (o algo parecido a un guión) y que las escenas tendrán un mínimo de continuidad. La fragmentación final sólo puede ser el resultado de un elaborado y complejo proceso de edición, una deconstrucción, una remezcla. El proceso me recuerda al que desarrollaron a partir de finales de los sesenta Miles Davis y su productor Teo Macero. Davis improvisaba con su grupo largos desarrollos que luego, empleando la técnica del corta y pega, Macero convertía en canciones. Así surgieron las “composiciones” de In a Silent Way, Bitches Brew, A Tribute to Jack Johnson y otros muchos álbumes. El cine de Malick tiene algo de Davis/Macero: improvisación durante el rodaje, ensamblaje milimétrico de todas las piezas en la edición. Un guión de Malick tiene el mismo peso específico que uno de Godard. El resultado es un cine que busca la abstracción, en el que apenas encontramos relación causal alguna entre los planos, pues el montaje no prioriza la producción de sentido sino que privilegia las relaciones emocionales. Viendo The Tree of Life no pude sino acordarme del cine de Apichatpong Weerasethakul y, por derivación, del de Nathaniel Dorsky, un cine profundamente religioso, atento al devenir del universo. Un cine abstracto que nace por descomposición del relato y no por oposición. Como si dejásemos que Stan Brakhage remontase una película de John Ford. En el fondo, con ese estilo tan fragmentario que recuerda el característico montaje de las películas familiares en Super 8, The Tree of Life recuerda las películas más diarísticas y autobiográficas de Brakhage.

 

Decía que la de Malick era una película tremendamente ambiciosa. Lo es también The Turin Horse, con la que Béla Tarr nos habla del fin del mundo y de paso nos anuncia el fin del cine. En sus fotogramas está inscrita la negación del futuro: Tarr no hará más películas porque entiende que ya ha dicho la última palabra; en realidad nos está insinuando que el cine se ha acabado, que ya nadie debería hacer cine. The Tree of Life pone en escena el origen del universo y nos anticipa su fin, pero el discurso de Malick es mucho más esperanzador que el de Tarr: nos propone un renacimiento del cine.

 

La sesión de The Tree of Life estaba programada a las 8.30 de la mañana en su pase de prensa. Una hora antes los críticos corríamos hacia el Palais, conformando un espectáculo digno de ser contemplado. A las 8 en punto todas las butacas estaban ocupadas. The Tree of Life era la película más esperada de Cannes y eso siempre implica dosis de espectáculo adicional. Es difícil sobreponerse a una película así. El resto de la jornada queda inevitablemente condicionada. Todas las películas se ven a la luz de la de Malick, lo que es tremendamente injusto. Lo es para Imperdonnables, el último y estimable film de André Téchiné; también para una pequeña sorpresa, Play, el tercer largometraje del sueco Ruben Östlund, que, sirviéndose única y exclusivamente de planos secuencia, reconstruye una serie de atracos a niños cometidos por una banda infantil de inmigrantes africanos que se servía de técnicas de los juegos de rol, lo que les llevaba a no tener que utilizar la violencia. Es menos injusto en el caso de Hors Satan, la nueva película de Bruno Dumont (presentada en UCR), un claro paso atrás con respecto a Hadewijch y un retorno a sus agotados paisajes del norte de Francia, centrado ahora en dos personajes que terminan por reinterpretar sorpresivamente la mismísima Ordet. The Island es el decepcionante segundo largometraje del búlgaro Kamen Kalev (Eastern Plays), una delirante coproducción con Francia protagonizada por Laetitia Casta e inspirada, parece, por el universo de Alejandro Jodorowsky. No creo que mi opinión sobre la película de Kalev fuese muy distinta de haberla visto en los primeros, y más flojos, días del festival. Quizá haya que volver a alguna de estas películas. Lo intentaremos, si no en estas crónicas, sí al menos en la cobertura que saldrá en papel en el mes de junio.

La única película que hoy podía resistir la comparación con The Tree of Life era Le Voyage dans la lune, de Georges Méliès (1902), que el festival presentó en su versión restaurada a partir de la única copia conservada con sus colores originales pintados a mano, con copia digital y música (bastante discutible) de Air. Desconozco lo que costó en su época una película como esta. Lo que sí se ha hecho público es el coste de la restauración de sus 16 minutos: más de 400.000 euros. Ya se ve, es más barato producir que restaurar. Jaime Pena

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