Cannibalismo – Cannes 2011 Día 5

La víspera de The Tree of Life resultó ser el mejor día del festival, ni más ni menos que lo que uno se espera de Cannes, con tres películas notables y otras tantas de nivel medio-alto. Incluso la película dominical no estuvo nada mal. The Artist es un pastiche de cine mudo, una historia mil veces vista sobre el declive de una estrella y el ascenso parejo de otra con el trasfondo de paso del mudo al sonoro, más cerca de Singin’ in the Rain que de A Star is Born.  Un pastiche que funciona dentro de sus límites, los de toda obra que se contenta con reproducir un modelo, sea este el cine rumano, el austríaco o el cine clásico americano. Pero la película de Michel Hazanavicius juega conscientemente con esas reglas, asumidas de antemano por los espectadores. Aquí lo que se premia no es la originalidad ni la sorpresa, sino el reconocimiento, la fotocopia que no elude la huella del copista.
Como anticipo de la película de Terrence Malick llegaron dos títulos procedentes de Sundance y que, en cierta manera, hunden sus raíces en el cine americano de los setenta, aunque no específicamente en el del autor de Badlands. El mejor, o el más sugestivo, resultó ser la elección de la Semana de la Crítica, Take Shelter, firmada por Jeff Nichols (Shotgun Stories), la historia de la obsesión de un padre de familia por proteger a los suyos de una tormenta de grandes proporciones que intuye que puede llegar en cualquier momento. La obsesión deviene en locura, por supuesto, en su caso además hereditaria. Y Nichols filma sus pesadillas, sus visiones, la presencia inquietante de las nubes, el viento y la lluvia, como si Take Shelter fuese en realidad una película de género fantástico. Nada más lejos de la realidad, por más que el apelativo genérico puede que no le venga mal en su carrera comercial. En todo caso, como el final confirma sobradamente, su referente no es otro que The Last Wave de Peter Weir, con la que comparte esa idea de la naturaleza amenazante, de fuerzas misteriosas que pueden llegar a desencadenarse en cualquier momento y ante las que es necesario protegerse (que no defenderse). Martha Marcy May Marlene, que pudo verse en Un Certain Regard, narra dos tiempos en la vida de la mujer del título (Martha, Marcy May y Marlene son los nombres por las que se la conoce en distintos momentos), saltando de uno a otro, de una comuna pseudo hippie liderada por una especie de Charles Mason a la vida apacible de la familia de su hermana. La película del debutante Sean Durkin (producida por Antonio Campos, el director de Afterschool) también se asoma a la locura y su forma y estructura quieren ser un reflejo de una mente que no logra encontrar el equilibrio. No tengo muy claro hasta dónde quiere llegar ni cuál es el significado exacto de su final.
Por su lado la competición oficial nos regaló la nueva película de Bertrand Bonello, L’Apollonide – Souvenirs de la maison close, que debería figurar en las quinielas finales de los premios, si es que el ilustre jurado encabezado por Robert de Niro es capaz de apreciarla. L’Apollonide del título es un burdel parisino y lo que Bonello nos cuenta son los últimos meses de 1899 y los primeros de 1900 en la vida de la propietaria y las trabajadores de un establecimiento muy popular entre la aristocracia y la burguesía industrial de la capital francesa. Son los momentos de prosperidad del establecimiento, hasta que en un aumento en las rentas del edificio parece abocarlo al cierre. La de Bonello es una película que nos habla de economía y que concibe el prostíbulo como un negocio que hay que gestionar. Pero por encima de todo lo que le preocupa es el día a día, los momentos de ocio y los de trabajo de sus empleadas y clientes. Apenas hay una historia digna de tal nombre, pero sí muchos pequeños episodios, pinceladas de la vida parisina de la época. Nos recuerda el mundo de Le plaisir, de Max Ophuls, pero la puesta en escena de Bonello, su forma de filmar el pasado, y más ese pasado normalmente asociado al pincel de los impresionistas, sigue la estela del Van Gogh de Pialat y la Venus Noire de Kechiche. Su cámara acaricia los rostros y los cuerpos de las mujeres, la música (compuesta por el propio Bonello) mece las imágenes hasta llegar al momento cumbre de la película (y por ahora también del festival), cuando todas las prostitutas lloran la muerte de una compañera bailando a los sones de ¡Nights in White Satin de Moody Blues!
Esta belleza no encuentra acomodo en Duch, le maître des forges de l’enfer, el nuevo capítuo con el que Rithy Panh se enfrenta al genocidio de los jemeres rojos. Su belleza, eso sí, vuelve a estar en su rigor, en el interrogatorio sin piedad de quien fuera el máximo responsable del campo de internamiento S21, Kaing Guek Eav, más conocido como Duch. La película que ahora le dedica era una asignatura pendiente, la continuación ocho años después de su gran obra maestra S21, la machine de mort Khèmere rouge. Si en aquella confrontaba los testimonios de los prisioneros supervivientes con la de sus guardianes, se entiende que Panh no haya querido desaprovechar la oportunidad de entrevistar a quien fuera máximo responsable del asesinato de miles de personas. En cualquier caso, el dispositivo ahora es más convencional, más directo, un cara a cara que puede recordar al de Claude Lanzmann en Un vivant qui passe. Duch tiene algo de epílogo o de nota a pie de página, por más que, a diferencia de Lanzmann, se sirva mayormente de material filmado para la ocasión. Un epílogo necesario o simplemente un nuevo capítulo en una investigación que es merecedora del esfuerzo de toda una vida.
Hay mucho de oportunismo en la selección a última hora de sendas películas de Mohammad Rasoulof y Jafar Panahi para completar Un Certain Regard. Parecía más un acto de justicia y recuerdo de la situación que padecen en el Irán de hoy en día que una reivindicación de su cine. Bé omid é didar es una pequeña sorpresa, si bien fue recibida en su primer pase con un alborozo un tanto exagerado. Rasoulof parecía atenazado en sus películas anteriores por un simbolismo que basculaba entre lo obvio (Iron Island) y lo impenetrable (White Meadows). Todo eso ha sido dejado de lado en su nueva película, probablemente por culpa (gracias) a las urgencias y las condiciones con las que ha sido filmada, en una clandestinidad que parece reproducir las peripecias que ha de seguir su protagonista, una mujer cuyo marido ha pasado a la clandestinidad y que, embarazada y rondándole la idea de abortar, intenta salir del país como sea. El retrato del Irán actual es ciertamente demoledor, el de un estado policial, estalinista, pero en todo momento tenemos la sensación de que esta película ya la hemos visto más veces (El círculo; 4 meses, 3 semanas, 2 días; Nader and Simin, a Separation). Jaime Pena

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