Cannes, día 9. FJL

Primera función de la mañana, Nebraska, de Alexander Payne en el Gran Teatro Lumiere. El director de Entre copas y Los descendientes llega con una película en blanco y negro, aprovechando todo el ancho de la pantalla para dibujar una nostálgica historia en el marco de la crisis que se nota que (también) atraviesan los Estados Unidos. Un anciano recibe una de esas notificaciones acerca de que «Ud. ha ganado un millón de dólares», y cree en la veracidad del mensaje. Un poco perdido (por la edad y por cierta relación conflictiva con el alcohol), embarca a uno de sus hijos en un viaje de 1200 kilómetros para ir a recolectar el premio. En el camino habrá una parada en el pueblo natal del supuesto ganador, para visitar a la familia. Si bien resultan interesantes los apuntes sobre los influjos de una crisis mucho más profunda de lo que se cree y aquello que tiene que ver con la parcialidad de la memoria (se desatan conflictos que provienen del pasado y todos recuerdan los hechos de manera diversa), hay cierta crueldad en la construcción de los personajes secundarios que parece ajena al cine de Payne. Salvo la pareja (padre-hijo) central, el resto de las personas que aparecen en escena son, casi totalmente, mezquinas, envidiosas, chatas y/o descerebradas. La mujer del «ganador» del premio es una chusma sin una pizca de amor por el prójimo; su hermano y sus sobrinos, unos zombis que se duermen y babean frente al televisor; el amigo y socio de la infancia un violento al que solo interesa el dinero; y así. Festival particular este en el que los hermanos Coen se han suavizado (un poco) y Alexander Payne toma la posta el abuso de los personajes de sus películas. En realidad, no debo dejar llevarme por el impulso y exagerar el punto (sabemos que Payne no es un hombre de excesos): lo que llama la atención (y molesta) es este cambio en un director que había sabido demostrar mucha empatía con las criaturas que reflejaba en pantalla. Sin embargo, en la relación padre-hijo, en la pintura de la crisis económica, en momentos de humor (el robo del compresor de aire equivocado) brilla aquello que nos podía interesar de su cine.

Norte, the end of history de Lav Diaz (Evolution of a Filipino family, Melancholia, Century of birthing). Monumental obra de cuatro horas diez minutos de duración (aunque para este director, esto es casi un corto metraje), la sala Debussy inusualmente vacía. Posiblemente, dedicar 250 minutos a un solo film es una opción evitada por la mayoría de la crítica que ha preferido buscar otros horizontes. Pues bien, se han perdido una gran película. Lav Diaz propone una película-rio, en la cual cruza las historias de un joven burgués, estudiante brillante de derecho, preocupado por el estado del mundo y como cambiarlo, y otro, muy pobre, que ha sufrido un accidente y debe empeñar lo que no tiene para mantener el negocio familiar y dar comida y abrigo a los suyos. La prestamista de este último es asesinada por el primero, pero el inocente es el que carga con las culpas y termina en prisión. Norte… cuenta tanto por esta trama, como por los detalles de la vida de ambas familias, su forma de relacionarse entre sí, su discurso y su actitud vital, su entorno. La cámara discurre con elegancia entre ambientes cerrados y la omnipresente naturaleza, descubriendo como, pese a los obstáculos, el injustamente encarcelado no pierde el eje y llega a algo parecido a la santidad, mientras que el asesino, acechado por su conciencia, desciende a abismos cada vez más parecidos al infierno. Si bien podría pensarse en cierta linealidad en el sentido que los pobres serian buenos de toda bondad en tanto los poderosos representarían el mal en la tierra, lo cierto es que el asunto es mucho más complejo que eso y no es allí donde apunta Díaz. De la revolución de café al incesto y al asesinato, de la cárcel a la santidad (levitación incluida), Norte… nos lleva a un universo demasiado tangible para ser mágico, sin por eso carecer por completo de elementos fantásticos.

Nothing bad can happen, opera prima de la alemana Katrin Gebbe. Evidentemente, hay algo de perversión en alguno de los programadores que insiste en incluir estas películas en las que su protagonista es humillado hasta límites indecibles. En este caso una especie de «punk-católico», un «Jesus freak» según su propia denominación, es adoptado por una familia que se aprovecha de su particular desconexión con el mundo real, se abusa, lo humilla, llega a escupirlo, apagarle cigarrillos en los ojos, hacerlo violar por desconocidos y cortarle el pene. El año pasado había estado programa, también en la misma sección, Un certain regard, Después de Lucía. En ella, una alumna de secundario sufría más o menos la misma tortura de parte de sus compañeritos de curso (salvo la parte de cortarle el pene, pero solo porque Lucía carecía de él). En ese caso, sin embargo debía admitirse que la película tenía una progresión y construcción de los personajes adecuada, siendo formalmente impecable (se podía entender por qué se mostraba algo y otras cosas se ocultaban, las situaciones estaban ordenadas con un determinado sentido, las elipsis y los puntos de vista eran coherentes). No es lo que pasa con esta opera prima, única representante de Alemania en toda la muestra, que aparece como caprichosamente tejida para jugar con el morbo de los espectadores. Se ve que el punto de vista que aquí expreso es compartido, porque fue la película mas silbada y abucheada de la cincuentena que he podido ver este año en Cannes. Y esto sería materia de otra nota, pero no entiendo eso de abuchear una película; la directora estaba presente y su incomodidad y sufrimiento eran evidentes. En fin, nos quejamos ruidosamente porque alguien construye una ficción en la que se humilla a un personaje y hacemos lo propio en un ámbito ajeno a la ficción… No lo entiendo.

Michael Kohlhaas, de Arnaud des Pallieres. Intento de western medieval con  Mads Mikkelsen como protagonista. A un señor le cobran como peaje dos caballos cuando ello no correspondía, y el intento de solucionar el asunto en la justicia y el rechazo por un magistrado corrupto desata primero el asesinato de la amante del protagonista cuando intenta apelar ante la Princesa y luego una verdadera guerra en contra de una corona corrompida. Lo que se persigue no es un cambio de sistema, no hay voluntad revolucionaria alguna, ni siquiera un cambio que se avecine. El director se apoya en la estructura del western y, valiéndose de las herramientas del género, plantea una situación de injusticia y sumisión frente a la cual no hay salida. La idea no está mal, pero ella está demasiado presente, se nota que la película está pensada para que la academia abunde sobre lo interesante de la pretendida transgresión que este cruce genera, bla, bla, bla. No puedo dejar de pensar en que ahí está Bertrand Tavernier para demostrar que una cosa es escribir un libro (que incluso puede estar bueno) y otra hacer una película interesante. Miremos el lado positivo: se acerca el fin del día y no está mal un buen inductor del sueño. Fernando E. Juan Lima 

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