Las fuerzas van menguando, y los efectos de una trasnoche cuando las primeras funciones son a las 8:30 (despertador por lo tanto a las 7:15), se empiezan a notar. Tanto como para llevarme puesta a Nicole Kidman al salir de la sala y estar tan inconexo que la que murmuró una disculpa fue ella… Así que por hoy, solamente cuatro películas, que hay que guardar fuerzas para los últimos días y escribir esta nota (y la de BAE, http://www.diariobae.com/ donde también estamos siguiendo el pulso del Festival).
Primera película del día, el telefilm Behind the candelabra, según dicen, la última película que dirigiría don Steven Soderbergh. Se nota cierto desgano en esta biopic que se centra en la relación de Liberace con su amo de llaves/chofer/amante. Matt Damon en su séptima colaboración con el director y, sobre todo Michael Douglas como Liberace, parecen divertirse en esta especie de La jaula de las locas y logran momentos de humor que valen la pena. Poco más que eso.
Sarah prefer la course, de Chloe Robichaud, representante canadiense en la sección Un certain regard, pone el foco en una chica de 20 años a lo que más le gusta en la vida es correr. La elección de una universidad, la obtención de una beca (matrimonio falseado mediante) y algún problema de salud, todos son elementos en su vida que favorecen o son obstáculos para lo que realmente le interesa: llegar a las Olimpíadas. Resulta interesante ver cómo la protagonista se relaciona con el mundo exterior, con su familia y su compañero de departamento (aquel con quien se casa para obtener aquella beca), ya que lo suyo pareciera ser la soledad y la inadecuación. Evidentemente, eso de correr ha de ser un deporte muy solitario (habrá que preguntarle a don Santiago García), y ello es lo que refleja esta película sin juzgar ni abrir juicio sobre las decisiones de su criatura principal. En fin, que no es lo mismo ser individualista y solitario que apático y egoísta.
También en Un certain regard una fija que estábamos esperando: la última película de nuestra querida y admirada Claire Denis, Les salauds. Marco (Vincent Lindon) capitán de un navío en altamar debe volver a Paris de urgencia para socorrer a su hermana, Sandra (Julie Bataille), cuyo marido se ha suicidado. Ella le indica quien habría sido el empresario responsable del hecho y Marco se instala en el edificio donde vive la amante de ese hombre de negocios con el hijito de ambos. La estructura del inicio nos lleva a descubrir con Marco los problemas económicos de la empresa familiar y los oscuros secretos que se esconden detrás de ese misterio en el que de pronto se encuentra en vuelto. Como es habitual en Denis, el lenguaje de los cuerpos descubre y comprende la situación a un ritmo distinto que aquel con que decodificamos cerebralmente el enigma. Vincent Lindon, con quien ya había trabajado Denis en Vendredi soir es la superficie perfecta para el compromiso corporal que la historia requiere. Lo mismo sucede con las actrices (la citada Bataille y Chiara Mastroianni), que efectivamente ponen el cuerpo a los requerimientos de la realizadora con un compromiso que no deja de llamar la atención. Iluso de mí, tengo esperanzas de que podamos ver esta película en Argentina, así que no abundo en detalles de la historia. No porque tenga que ver con la revelación de un misterio al estilo de un whodunnit (el misterio en las películas de Denis nunca tienen que ver con ”descubrir al culpable”), sino porque gran parte del placer (incluso doloroso) que se obtiene de ver el film requiere de nuestra ignorancia y nuestra necesidad de atar cabos o comprender situaciones y relaciones. Denis cuenta con que nosotros descubramos ciertas circunstancias junto Marco, dudemos o incluso no entendamos al mismo tiempo que el protagonista. Como de costumbre con esta autora, sus películas son, en el sentido más estricto de los términos, una experiencia sensorial.
Última película del día, en la misma sección, Wakolda, dirigida por Lucía Puenzo, única representante argentina en las selecciones oficiales. Con la sala Debussy llena y muy aplaudida por el público nos llega esta historia ubicada en el sur argentino en 1960. Eva (Natalia Oreiro) y su marido Enzo (Diego Peretti) se encuentran en una ruta con un alemán que sospechamos que alguna relación con el nazismo ha tenido. La familia completa y el recién conocido van juntos a Bariloche y… No es que hoy me ponga en misterioso, pero como nunca se sabe quién ha leído o no el libro en que se inspira la película (y esta sí que se va a estrenar seguro), mejor dejarlo ahí. En la presentación Thierry Fremaux dijo que este era un film muy argentino, pese a estar hablado parcialmente en alemán y posarse sobre un microcosmos muy particular. Y es cierto, ello se nota incluso en una película de producción internacional, y muy industrial, en el sentido de que los rubros técnicos reflejan una eficiente impersonalidad. Esa argentinidad a la que hacía referencia se debe, seguramente, a que, como en XXY y El niño pez, Lucía Puenzo pone el acento en la construcción de la identidad sexual, pero también cultural y social. Y, sin dudas, lo que cuenta es parte de nuestra historia, a la que siempre corresponde repasar para entender nuestro presente. Fernando E. Juan Lima