Última trasnoche, madrugada del domingo: Maniac, de Franck Khalfoun, parte de la selección oficial, fuera de competencia (“función de medianoche”). Esta remake del pretendido “clásico de culto” de 1980 (dirigido por William Lustig) no vale gran cosa pero es de esos divertimentos que se agradecen cuando, pasada la medianoche, uno ya lleva en su haber en torno a media docena de películas. Frank (Elijah Wood) es un tímido propietario de una tienda de restauración de maniquíes que, a raíz de una enfermiza relación con la madre se dedica a matar y arrancar el cuero cabelludo de diversas señoritas. El asunto es que se enamora/obsesiona de/con Anna (Nora Arnezeder) y allí, de esta relación Anna-Frank (¡sí!), surgirá algo así como el desenlace de esta slasher movie. El cambio respecto del original es importante: el centro de Los Angeles en vez de New York, se dan mayores datos acerca de la vida anterior del asesino, éste es un tipo pequeño, más vale agradable, y sobre todo, Alexandre Aja (productor y co-guionista), habitual especialista en remakes de películas de terror (como olvidar su mejor film, Piraña 3D) decidió que todo fuera contado desde la subjetiva del protagonista. Ya desde el Hollywood clásico existen intentos en este sentido (al asesino lo vemos sólo cuando se mira al espejo o cuando sueña, o en flashbacks). Recordemos La dama del lago (1947); y lo cierto es que este gesto de pretendida originalidad y modernidad no añade demasiado a este tipo de film, en el cual la expectativa de cómo y dónde se producirá el nuevo asesinato generalmente es parte del eventual disfrute. Alguna escena gore es interesante.
The angels’ share, Kean Loach, presentada en la selección oficial (en competencia) fue una de las películas que había elegido evitar. El ballotage del domingo permite subsanar algún olvido (o, como en el caso, alguna pereza fruto del cansancio que en mí provocan las obras de este director desde hace algún tiempo). El asunto es que The angels’ share no está tan mal. De por sí, efectivamente es una comedia y no hay mirada miserabilista ni necesidad de poner el acento y el foco en el consabido “compromiso político” del realizador (que se puede hasta compartir, seamos claro, pero con eso se pueden hacer buenas o malas películas…). Loach construye una comedia con base en la posibilidad de un pequeño malviviente de recuperar la buena senda dando un último golpe y entrando en el particular mundo de la degustación de whiskeys. Los personajes son algo chatos, pero funcionan como arquetipos para la comedia y el propio contexto de un mundo que se desconoce (según parece se podría llegar a pagar hasta un millón de libras por un barril de un whisky determinado) terminan por conformar una película que se sigue con cierto agrado.
Última película para mí en el Festival de Cannes 2012. Escribo estas líneas en el aeropuerto de Niza, sin saber cuál será (o estará siendo, o habrá sido) la premiación de la competencia oficial. Con muy poco será mejor que la de la sección Un certain regard, que otorgó el premio mayor a la sádica e infumable Después de Lucía. Pues bien: Holy Motors, de Leos Carax (selección oficial; en competencia) no debería irse sin un premio. Estamos ante una película impar, en la cual Carax sigue a Monsieur Oscar del alba hasta bien entrada la noche mientras éste tiene sus “reuniones de trabajo”. El señor Oscar es llevado en limusina (donde sucede gran parte de la trama, como en Cosmopolis, de Cronenberg) por Céline, a cumplir diversas tareas que lo llevan a aparecer como mendiga, tío moribundo, padre de familia, criatura monstruosa, experto en filmación de escenas de acción con captura de movimiento, asesino de un banquero. Las múltiples vidas, las limusinas como símbolo de una tecnología obsoleta que convive con la también decadente raza humana, todo encuentra su nacimiento cuando el protagonista encuentra una puerta secreta en su propia habitación que lo lleva a una enorme sala de cine.
Paréntesis: gran diálogo entre Céline y Oscar:
-Céline: ¿Está enfermo Sr. Oscar?
-Oscar: Creo que tomé un poco de frío cuando mataba al banquero hace un rato.
De las cloacas de Paris a los techos de la Samaritaine, gran tienda frente al Sena, en proceso de ser derruida y/o transformada en hotel de lujo, las imágenes nos transportan a una especie de mundo paralelo en el cual podemos acceder a la trastienda de cómo pasarían las cosas en realidad. Vemos distintas escenas actuadas en distintas vidas. No sabemos si este personaje, o estos personajes (veremos después que hay más de uno) son ángeles o demonios, si estamos viendo un sueño, un film o la verdad de las cosas, si los protagonistas actúan de acuerdo con sus decisiones o si sólo son empleados de las propias limusinas que los conducen de un lugar a otro (o quién sabe de quién). Pero, así como Alain Resnais en su gran película presentada en este mismo festival se preguntaba sobre los límites entre lo actuado y lo vivido para indagar sobre el procedimiento cinematográfico, Carax propone preguntas parecidas en un sentido filosófico, indagando sobre el sentido de la vida y el lugar del hombre en este mundo. Suena a mucho, pero el espíritu juguetón, las imágenes entre impactantes y embriagadoras, hacen que uno entre al universo de esta película sin problemas, livianamente, dejándose llevar por un flujo que en algún punto dialoga con el mundo de David Lynch. Carax, sin embargo es claramente más leve, más pop, pasa de momentos impactantes a algún otro que puede parecer rotundamente ridículo, pero no por eso menos interesante. Y ese es uno de los logros de una película que se disfruta en cada parte, y de principio a fin.
Debo subir al avión.
Ahora sí, será hasta el año que viene, esperemos que en Cannes 2013. Fernando E. Juan Lima