Cannes 10 – (FJL)

El día arranca temprano. En el Grand Théatre Lumiére las butacas están casi agotadas media hora antes del comience la proyección, que será a las 08:30. Es que la película en competencia que ha de exhibirse es Cosmopolis, de David Cronenberg. La crisis del capitalismo, el fin de una época, de un imperio, son el material que Cronenberg toma de DeLillo para insuflarle su visión, sus temas, su estilo. Es que, en una Nueva York en ebullición, con las calles cortadas por la presencia del Presidente de la Nación y las manifestaciones y protestas, Eric Parker (Robert Pattinson) es conciente de que su imperio está al borde del precipicio a raíz del intento de corrida contra el yuan que no ha tenido los efectos pensados. Además, sabe que será asesinado en ese día. Pero a él lo único que parece interesarle es cortarse el pelo, para lo cual tiene que llegar al otro lado de Manhattan, en este momento tan complicado. Cosmopolis es una película particularmente hablada: Eric habla con su chofer, con su médico, con una mujer (mientras el médico le hace un examen prostático), con su personal de seguridad. Todo ello acaece principalmente en su lujosa limusina, cuya imagen en primer plano es la que abre la película. Las conversaciones son entre casuales y crípticas; el tono de las palabras choca con las imágenes; los temas se enlazan con una lógica que responde a las necesidades, a los caprichos, a los hilos del pensamiento de Eric Parker. Las escenas de sexo son particularmente físicas, gimnásticas, extrañadas (especialmente la que sucede en la limo con Didi Fancher/Juliette Binoche). ¿Parece este una temática afín al mundo de Cronenberg? La respuesta afirmativa se impone, especialmente por la mirada que el propone de ese mundo. La economía, el capitalismo, la propia concepción del hombre y del conocimiento, no son para el realizador sino un organismo vivo, mutante, asimétrico (como la próstata de Eric Parker). Y es la pulsión de su protagonista hacia la autodestrucción la que explica muchas de las decisiones (incluso, podría pensarse, la propia decisión del actor elegido para encarnarlo, que, como sabemos, viene de interpretar a un vampiro). El mundo de Cronenberg está allí, sólo que esta vez quizás más que nunca su mirada es filosófico-política, o por lo menos es mayor su grado de abstracción (más aún que en Existenz o Spider). Una película para volver a ver.

Gimme the loot, opera prima del neoyorquino de Adam Leon. Cine que parece verdaderamente Indie (no posee los vicios de lo Sundance-Indie): una pequeña película sobre un chico y una chica que hacen graffitis y, cuando uno de ellos es arruinado por una banda contraria, planean una gran revancha, intentando llevar su arte a un lugar icónico de Nueva York. Para hacerlo, Malcom y Lucía necesitan juntar 500 dólares. Las guerras barriales entre Queens y el Bronx, las relaciones entre los jóvenes, la búsqueda de esa bendita suma de dinero y una impresión de realidad que realmente sorprende.

11.25 Jiketsu no hi, Mishima yukio to wakamonotachi (11/25 The day Mishima chose his own fate), de Koji Wakamatsu. En este caso Wakamatsu se ata más a los cánones de una narración clásica (si tomamos en cuneta su obra de los sesentas y setentas y lo último que pudimos ver en Argentina, Caterpillar), sin perder por ello potencia política ni vuelo poético. Esta película aparece como la otra cara de la moneda de United Red Army, dejando en claro que, desde lo subjetivo, tanto la izquierda como los nacionalistas estaban convencidos de que estaban haciendo lo mejor para el Japón. Acá, a partir del harakiri del famoso novelista Mishima en el propio Ministerio de Defensa del Japón (el 25 de noviembre de 1970) se revisa la historia de ese país posterior a la Segunda Guerra Mundial, y en particular, su decisión en torno a la carencia de una fuerza armada de defensa (en ese año, 1970, existía la posibilidad de una enmienda constitucional para cambiar dicha circunstancia). La recreación ficcional se alterna con momentos de archivo, generando un clima (en muchos momentos cargados de un homoerotismo perturbador) que transmite fielmente el espíritu de resistencia y la creencia en valores superiores de una manera que hoy día parece anacrónica.

Después de Lucía, de Michel Franco es la película mexicana de explotación de este año en Cannes. Roberto queda viudo (su mujer muere en un accidente de tránsito) y se va a vivir de Puerto Vallarta a Ciudad de México junto con su hija Alejandra, de 15 años. Esta última será sometida en el nuevo colegio a todo tipo de abusos y bullying, que pasa de cortarle el cabello, hacerla comer mierda, violarla y mearla en la cara. Lo que parece interesarle a Franco es el sadismo, haciéndonos cómplices de todas las maldades a las que somete a su protagonista. El final es lo de menos.

The taste of money de Im Sang-soo. El primer año que vine al Festival de Cannes ví una película de este director: The housemaid (también realizador de la interesante La mujer del buen abogado, única que recuerdo que haya llegado comercialmente a nuestro país y las vistas en algún festival The presidents’s last bang y The old garden). Recuerdo haber hablado con Jaime Pena en 2010 y decir que, sin comparar con el original, The housemaid no estaba tan mal. Pena decía lo contrario. Y el tiempo demuestra mi error: The taste of Money está muy, pero muy mal. Aun cuando se nota una gran producción y algunos actores muy relevantes (por ejemplo Youn Yuh-Jung), el pastiche inconcebible mueve más a la risa que a entrar en código con esta saga que sigue a una familia a la que lo único que le importa es el dinero y el poder. Sí hay que decir que la película es tan excesiva, tan grasa, tan evidente, tan telenovelesca, que se puede decir cualquier cosa de ella menos que sea aburrida.

Se acerca el final, así que, a dormir temprano, que mañana arrancamos de vuelta 08:30. Fernando E. Juan Lima

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...