Cannes 09 – (FJL)

Decíamos ayer: 7 días en La Habana, de Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet (Un certain regard). Como suele pasar con las películas en episodios (y más si ellos pertenecen a directores diversos) 7 días en La Habana es ciertamente despareja. Nacida con la idea de reflejar la actualidad de esta ciudad en 2011, los cortos que la conforman pasan de lo genial (Suleiman) y lo muy bueno (Trapero), a lo sólo pasable (Tabío, Cantet, Medem), y a lo olvidable (Noé, Benicio del Toro). En Diary of a beginner el propio Suleiman deambula por las calles, el malecón y las playas de La Habana esperando por una cita con el Comandante organizada por la Embajada Palestina. Claro que Fidel está dando un discurso, y sabemos que eso lleva tiempo. Suleiman se pone el traje de Buster Keaton y propone la mejor mirada sobre Cuba. En el caso de Trapero, en Jam session, cuenta la relación de un famoso director de cine (Kusturica) que va a recibir el premio a la trayectoria en el Festival de La Habana, y en su escape de las convenciones de la organización del evento termina en una sesión de jazz de su chofer, excelente trompetista. La música acompaña una ácida mirada sobre los festivales de cine. En general, la música es un punto común en todos los episodios. Por eso llama la atención lo mal que ella funciona en Cecilia’s temptation, en la que, sin embargo, Medem se las ingenia para contrabandear unos cuantos desnudos y una escena de sexo que garpan el corto. Tabío (Dulce amargo) y Cantet (La fuente) se quedan en el más rancio costumbrismo, mientras que Noé hace como siempre un videoclip, ahora sobre una especie de exorcismo para “sacarle lo lesbiano” a una joven (Ritual) y del Toro filma un chiste sobre un americano que se lleva un chico al hotel pensando que era una chica, sin mucha gracia y con mucho anacronismo (El yuma). Ah, la animación del final tiene un tono Vampiros en la Habana que está muy bien.

Es la tercera vez que estoy en el Festival de Cannes y siempre me pasa lo mismo. Empiezo muy prolijo, viendo todas las películas de la competencia y de la sección Un certain regard, dejando sólo lugar para unos plenos en las otras secciones. Al tercer o cuarto día me harto y empiezo a elegir lo que pienso que me puede gustar más (y no lo que decidió determinado programador, quién sabe por qué razones). Así que evito en lo posible las películas importantes sobre la problemática del mundo en la actualidad, así como las producciones americanas que tienen estreno asegurado en Argentina (más que todo, para aprovechar el tiempo). Y es en ese entendimiento que esta mañana partí al algo más lejano Téathre Croisette, donde se pasan muchas de las películas de la Quinzaine des realisateurs, para ver Dangerous liasons, de Hur Jin-ho, mega-producción china en la que se adaptan Las relaciones peligrosas a la ShangHai de los años ’30, con un elenco asiático super-estelar. No me pude resistir, pero la película es muy mala, trocando la perversidad del original por un tono de telenovela que es subrayado con una música totalmente anticlimática. Sin embargo, los escenarios de la ShangHai de 1930 nos llevan a pasear un poco por ese mundo, quizás lo único que vale la pena en una película sin alma, pensada seguramente para el mercado internacional.

Post tenebras lux, de Carlos Reygadas, película en competencia muy abucheada en el día de ayer por lo que había escuchado. Volvió a ser abucheada. Debo decir que no comparto esa percepción. Indudablemente, en el marco de propuestas más homogéneas, Reygadas se arriesga a una película que incomoda y propone innumerables lecturas. Es cierto que, como siempre en él, está presente lo religioso (esta vez, más que todo, por la aparición en escena del Maligno) y los paisajes, aún en el acotado tamaño de la pantalla “cuadrada” (ya no en el 1:2,35 de Japón), son también protagonistas. Lo que parece narrarse es el cambio de vida de una familia típica de ciudad que se va a vivir al campo; pero en realidad no hay sucesión, hay convivencia, quizás tiempos paralelos o vidas posibles. De los placeres y pecados burgueses al instinto más animal de la naturaleza, la película va y viene sin aclarar del todo vínculos temporales, relaciones causales o límites entre sueño y realidad. La tentación, lo prohibido, el pecado y el castigo no responden a una lógica causal sino que se inscriben en la descripción de una mirada atenta que primero parece ser la de un perro, luego la de un niño y hasta en algún momento la de la propia Maldad. Es fácil enojarse con alguna decisión que aislada puede creerse antojadiza (la figura del Diablo animada), pero esos detalles (así como la visión distorsionada, que pareciera permitir ver el aura de los personajes) son los que contribuyen al extrañamiento y la construcción de un clima enigmático del que resulta difícil despegarse.

Día heterodoxo en Cannes. A continuación, en  la Quinzaine des realisateurs veo Fogo, de Yulene Olaizola. Seguramente la película más radical que vaya a ver en este Festival. En la isla de Fogo las condiciones de vida son tan extremas que todos sus habitantes van emigrando; faltan pocos días para que pase el último ferry, y los que quedan tienen que decidir si se van definitivamente o continúan allí. En una hora y un minuto, la soledad, la despedida, el dolor de la separación se ponen en escena a través de una sucesión de planos que alternan visiones del paisaje con diálogos de los pocos isleños. En la línea de nuestro Alonso, Yulene Olaizola invita a que paseemos por la pantalla y nos integremos a este relato poco convencional, más interesado en la percepción que en la lineal narración.

El día termina con doble función, cierre de la Semaine de la Critique: Walker, de Tsai Ming-Liang y Manhá de Santo António, de Joao Pedro Rodrigues. En el primer caso, se trata de un corto de 27’, realizado por Tsai para el Festival de Hong Kong. En él, su actor fetiche Lee Kang-Sheng camina por las calles de Hong Kong, pero lo hace a una velocidad cien o mil veces inferior a lo normal, como si fuera no una cámara lenta sino casi un cuadro por cuadro. A su alrededor la vida bulle, la ciudad es mostrada no sólo despojada (como es usual en este director) sino también en el ir y venir de la agitación cotidiana. En ese contexto, Lee Kang-Sheng, ataviado con una túnica al estilo budista (pero roja), camina lenta y parsimoniosamente, llevando en una mano una bolsita de plástico y en la otra lo que al final nos enteramos que es un sándwich. El efecto de descubrir una ciudad tan fascinante contrastando con la explosión de colorado de la vestimenta del protagonista hace que no podamos sino seguir su deambular, que se opone al vertiginoso ritmo de Hong Kong. En los planos generales no logramos dejar de buscar dónde está Wally (Lee Kang-Sheng), así como no podemos evitar advertir la locura del movimiento de la urbe. De una extraña e inesperada manera, este corto dialoga con el de Joao Pedro Rodrigues (aunque éste, presente en la sala se declaró admirador de Tsai Ming-Liang). También hay calles y construcciones desiertas que se van poblando, esta vez por una horda de lo que parecen ser zombies o revenants, que si bien no tan lentamente, se mueven igualmente a un ritmo menor al usual. Salen del subte, toman las calles, algunos vomitan, otros caen, quedan dormidos y vuelven a despertarse. Casi una coda de la película anterior, aunque a otro ritmo, para retratar lo que no es sino el día después de una fiesta popular. La mega-resaca colectiva, esa experiencia que se puede tener algún domingo a las 5 o 6 de la mañana volviendo al hogar cuando casi todos los que están en la calle están de vuelta de una noche de excesos.

En definitiva, Reygadas, pero sobre todo Olaizola, Tsai y Rodrigues se mueven a otro ritmo. Ese ritmo no es el que caracteriza a este Cannes, pero es el que rigió hoy mi día. Fernando E. Juan Lima

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