Cannes 05 – (FJL)

Quedamos en hablar de Dracula 3D, de Darío Argento. No es por justificarme, pero en realidad la película la pude ver hoy, domingo, ya que la función era en la trasnoche del sábado (00:30) y, entre la entrada bastante confusa, la alfombra roja, la presentación del cada vez más histriónico Thierry Frémaux y que hubo problemas técnicos en la proyección (primero “no andaba” el 3D; sí, ¡acá también pasa!), la película comenzó a proyectarse casi una hora después de lo previsto. O sea que esta bien hablar de ella en esta ocasión. Ok, decíamos, Drácula + 3 D + los Argento (qué mal suena así, pero es que también estaba la vibrante Asia). La sala no estaba repleta (las funciones nocturnas suelen no estarlo), pero había mucha gente con ánimo de festejo, de reunión colectiva para pasar un gran momento. No pudo ser. Darío Argento parece haber querido hacer una película más clásica o, mejor dicho, más en la línea del terror de la Hammer que en la suya propia. Es cierto que el rojo casi fluorescente (ya no rojo oscuro, casi bordó o negro) de la sangre es una marca común, pero no encontramos en Drácula las complejas escenas meticulosamente planificadas, los planos secuencia virtuosos, ni siquiera el gore descontrolado. Las muertes son ciertamente simples y directas, y el digital distancia al espectador y contradice la pulposa anatomía de las bellas vampiresas, cuya visión en tres dimensiones y sin ropa es de lo poco que justifica la película. Lo aclaro: me gusta el cine de Darío Argento, incluso con su inglés imposible y sus actuaciones a contracorriente (aquí la naturaleza punk de Asia refulge en el marco gótico de la historia). Pero en Dracula 3D intenta algo distinto, y creo que no le sale. Lo peor, insisto, los horribles efectos digitales.

8:30 de la mañana, Grand Théatre Lumiere, Haneke. Su última película con la siempre perfecta Isabelle Huppert y, en los protagónicos, Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. Hablamos de Amour su indagación sobre la decadencia física y mental por el paso de años, en el marco de una pareja muy mayor. No puedo decir que la película sea mala (como sí me pareció La cinta blanca), Haneke sin dudas sabe lo que hace. Todo está bajo su gélido control. Lo que sucede es que no sé si sigo teniendo ganas de pasarla mal durante dos horas en el cine viendo una de sus películas. En fin: incomodidad, desagrado, escenas que preferiría no haber visto. Haneke.

Para levantar el ánimo, a continuación (función especial fuera de competencia): The Saphires, de Wayne Blair. Historia de un grupo de soul conformado por aborígenes australianas que van de gira a la guerra de Vietnam. El costado basado-en-hechos-reales y las alusiones a la discriminación y la guerra aparecen injertados de manera muy amable, y la música soul y el remanso humorístico a cargo de Chris O’dowd hacen de esta película un producto pop que puede disfrutarse sin culpas. Nada más (y nada menos) que eso.

Día cargado, seguimos con la segunda parte del doble programa Huppert. In another country de Hong Sang-soo, también con nuestra querida diva. La película se abre con una música leve y el cartel de un hotel, en él y en sus inmediaciones (un restaurant, una playa, una carpa, un faro que nunca se ve) transcurren las tres historias posibles de una francesa en Corea. Sea que se trate de una actriz que se encuentra filmando en ese país, de la amante de un señor coreano o de las solitarias vacaciones en lo de una amiga de ese origen, Hong Sang-soo vuelve una y otra vez sobre los mismos standards: las diferencias culturales y la dificultosa comunicación entre los integrantes de esas culturas diversas. Con diálogos muy sencillos, jugando con el uso de un tercer idioma que es ajeno a todos los protagonistas (el inglés, segunda lengua utilizada con más o menos dificultad por coreanos y francesa), esa jerigonza, cargada de signos y señales, de movimientos de manos y de mohines va creando una trama encantadora en la que todo parece estar relacionado de alguna manera. El juego con historias paralelas que no lo son, o pueden no serlo, nos sumerge en 89 minutos de puro placer.

Para el final, Like someone in love, película japonesa de Abbas Kiarostami. Nuevo acercamiento a las distintas realidades que se esconden entre los silencios y las palabras. Las 24 horas en las que se encuentran y desencuentran un señor mayor, una prostituta y su novio están signadas por la confusión entre lo que aparenta ser y lo que se encuentra bajo la superficie. Aquí el asunto en cuestión no es el de la originalidad (y las pretendidas copias, como en Copia certificada), sino el de los límites de la percepción humana. En realidad, otra manera de acercarse a lo mismo. Una manera muy Kiarostami que respeta y es fiel a su esencia y, a su vez, se deja empapar por la idiosincrasia europea (Copia certificada) o la japonesa (Like someone in love). Decir que es una película inteligente es casi una redundancia cuando se habla del director iraní, nombre fundamental en la historia del cine; pero lo cierto es que esta película reclama una segunda visión para disfrutar en su totalidad del juego que propone, no exento de abundantes dosis de humor (por momentos los cruces de llamadas y los espacios parecen una relectura de las comedias de puertas giratorias). En la primera pasada la película fue abucheada por buena parte de la concurrencia. En fin, el día anterior se había aplaudido a rabiar The Hunt, de Thomas Vinterberg…

Un buen día de cine. En el mundo exterior (ya van tres días), sigue lloviendo. Fernando E. Juan Lima

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