Todo lo que necesitás saber sobre cine

Ustedes, lectores de El Amante, conocen a Leonardo D’ Espósito, un crítico extraordinario, uno de nuestros pilares fundamentales. Bueno, Leo escribió un libro, y pueden leer el prólogo acá. Pasen, lean y compren.

 

Mis amigos no son necesariamente críticos de cine, aunque algunos críticos de cine son mis amigos. Dos de ellos, Gustavo Noriega y Eduardo Antin, más conocido como Quintín, narran siempre una anécdota: fueron los únicos argentinos que salieron felices del Monumental cuando la selección de Colombia le encajó cinco goles a la Argentina en la última fecha clasificatoria para el Mundial de 1994. A Noriega y Quintín, fundadores con Flavia de la Fuente de la revista El Amante/Cine, les gusta tanto el cine como el fútbol. Y se fueron felices porque vieron a aquel equipo colombiano del Pibe Valderrama hacer cosas maravillosas, un partidazo, una obra de arte. Como dije, les gusta el fútbol por encima del equipo del que son hinchas (ambos de River) y del país en el que nacieron. Creo que con el cine pasa más o menos lo mismo: hay gente a la que le gustan ciertas películas, ciertos géneros, ciertos actores, ciertos directores y no ven otras cosas. No es algo reprobable: simplemente esos films ocupan una parte de la vida de un modo acotado. Pero hay otras personas que gustan del cine y no de un tipo, género o país en particular. Son los que sienten siempre el deseo de sentarse a ver cómo, como decía Manuel Vicent, durante un par de horas los problemas son de los demás. El que gusta del cine (y dejemos de lado el término “cinéfilo”, demasiado enjuagado de sentido a estas alturas) es un curioso insaciable, mucho más que un trivial voyeur.
La variedad de esos problemas es infinita. Que un suicida busque a quien lo entierre; que una mujer se enfrente a trompada limpia con un monstruo caníbal para salvar a una niña; que un hombre busque desesperadamente reemplazar a la mujer que ama, muerta, por su copia; que un preadolescente se escape del colegio y vea por la calle a su madre besando a un hombre que no es su padre; que un conejo engañe a un pato y a un cazador para evitar caer en una olla; que la tripulación de un barco se rebele contra sus mandos y lleven a un pueblo a una violenta revolución; que un noble italiano vea cómo su clase debe ceder su lugar de poder a la burguesía; que un hombre bueno se transforme, a su pesar, en cabeza de la mafia; que seis superhéroes salven Nueva York de una invasión  supradimensional; que un pueblo español reciba la visita de un representante estadounidense; que un señor con sobrepeso encuentre trabajo en Buenos Aires; que Cenicienta vuelva a ponerse el zapato de cristal. Hay algo que une todos estos asuntos y es que forman parte del mismo reino, el de la imaginación.Que, como se adivinará, tiene como raíz la imagen. El cine es un arte y una industria, pero si bien ambos aspectos se cruzan e interfieren, no es ni una cosa ni la otra en realidad. Es algo más, es la manera definitiva en que el hombre moderno comunica sus obsesiones, sus sueños, sus miedos y sus deseos. Todo cabe en el cine y nuestra manera de pensar ha sido ya definitivamente formada por él.
Este libro no podría jamás explicar todo lo que se “debe” saber de cine. Por dos razones: la primera es que el campo, como el de cualquier arte, es enorme y –como podrá adivinarse por el párrafo anterior – virtualmente infinito (y esto sin contar cómo las otras artes participan de él constantemente). La segunda es que todo aquel que haya visto una película sabe, de algún modo, todo lo que debe saber del cine: en el mismo momento en que su atención es capturada por lo que se mueve en la pantalla, se acaban los secretos. Descartado pues el interés en “decirlo todo”, el lector se preguntará a esta altura para qué existe este libro. En principio, existe para que las películas no queden en estantes de especialistas: salvo contados casos, todos los films nacieron para ser vistos por todo el mundo en todo tiempo. Explicar por ejemplo cómo se utiliza la luz en Citizen Kane (El ciudadano, Orson Welles, 1941) quizás –si estos textos funcionan como corresponde– llevará al lector a querer ver Citizen Kane. O Aliens (Aliens: El regreso, James Cameron, 1986), o Three ages (Tres edades, Edward F. Cline y Buster Keaton, 1923), o Zire darakhatan zeyton (A través de los olivos, Abbas Kiarostami, 1994), o Histoires extraordinaires (Historias extraordinarias, Federico Fellini, Louis Malle y Roger Vadim, 1968), o Rocco e suoi fratelli (Rocco y sus hermanos, Luchino Visconti, 1960), o La sirène du Mississippi (La sirena del Mississippi, François Truffaut, 1969), o Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (Nosferatu, F. W. Murnau, 1922), o Rio Bravo (Río Bravo, Howard Hawks, 1959), o Black Narcissus (Narciso negro, Michael Powell y Emeric Pressburger, 1947), o Le crime de Monsieur Lange (El crimen de Monsieur Lange, Jean Renoir, 1936), o Andrey Rublyov (Andrei Rublev, Andrei Tarkovsky, 1966), o Ratatouille (Brad Bird y Jan Pinkava, 2007). Y también, a partir de un conocimiento nuevo, entender algo más de esas películas que le gustan y acercarse a las que no solían interesarle. Este libro tiene un deseo enorme y poco modesto: generar curiosidad. El lector, también, se dará cuenta de que vamos a hablar de otras muchas cosas. De literatura, de historia, de economía, de personas de carne y hueso y de mitologías, de religión y de geografía, de ciencia y de chismes de alcoba. El tema lo hace inevitable: el cine es un arte impuro pero total, uno en el que interviene todo porque su propio mito fundador obliga a ello. El cine nació para sustituir la realidad, aunque eso es imposible. Hay una frase de André Bazin, el gran maestro de los críticos cinematográficos –con el que a estas alturas hay que empezar a discutir en lugar de aceptarlo sin reservas; él lo buscaba, de paso sea dicho– que reza: “El cine no ha sido inventado todavía”. Quería decir que siempre, para sustituir la realidad, le iba a faltar algo: primero el sonido; luego el color; después la tercera dimensión; etcétera. Y si bien la tecnología parece acercarse cada vez más a eso, el cine no puede vencer (de eso también hablaba Bazin) la muerte real. Sin embargo, y para seguir citando franceses, parece que un niño le dijo un día a Antonin Artaud: “El cine se hace con los muertos: se toma a los muertos, se los hace caminar y eso es el cine”. Para que el cine venza a la muerte debe tener todos los colores de la realidad, tiene la realidad que intervenir constantemente en él. Así que no debería asustarse nadie si, para explicar a Disney, hablamos de la Primera Guerra Mundial. Créame: es imprescindible.
En otros tiempos, se solía enseñar escolarmente que “el cine es el arte de las imágenes en movimiento”. En otro lugar discutiremos qué significa tal definición deficiente nada desafiante. El cine no es eso de ningún modo: el cine es el arte que, en lugar de hacerse con pinceles, con notas musicales, con bloques de piedra o palabras, se hace con toda la realidad. Conocer mejor el cine y sentir deseos de entrar en él y de adivinar sus secretos es entender metafóricamente el mundo. El cine es el universo que pudimos crear sin ser entes divinos. Sí, dicho así parece rimbombante, pero si lo piensa, no deja de ser cierto. Y tiene una virtud: es el único arte que ha registrado su propio nacimiento y su propia historia a medida que fue haciéndose. Podemos entonces trazarlo, seguirlo y conocerlo, aunque no abarcarlo. Este libro no busca ser una guía para el viajero desconcertado sino un compañero de viaje.
Este libro era más extenso. Había un capítulo dedicado al melodrama clásico en Argentina y México, países cuyas cinematografías se convirtieron en las más influyentes y exitosas en idioma castellano; otro sobre The Great Train Robbery, el primer gran ejemplo de suceso cinematográfico. Había  muchísimo más, pero a la hora de la edición final, fue necesario elegir. Queda la esperanza de que esos episodios formen parte de un segundo libro: el cine es tan gigante que un solo volumen no basta.
Le atribuyen a San Agustín haber dicho: “¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro”. Con el cine, que está, sobre todo, hecho de movimiento –que es la prueba del tiempo, ni más ni menos–, sucede lo mismo. Pero vale la pena preguntarlo y ensayar algunas respuestas. Después de todo, ante cada problema cotidiano siempre hay una imagen de cine que se nos aparece como símil, y seguro que más de una vez en el día usted dirá: “Ah, eso es como en tal película que…” y la pantalla le habrá ayudado a comprender mejor algo. Somos hermanos de Cenicienta, Antoine Doinel, Ellen Ripley, Fabrizio Corbera (Príncipe de Salina), Tomasso di Salina, Michael Corleone, Rulo Margani, Pierrot, el loco, Drácula, Bugs Bunny y Ethan Edwards. Este libro es, pues, una invitación a comer con la familia. Buen provecho.
Leonardo M. D’Espósito

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