Ese tipo George Miller

Por Daniel Alaniz

Publicada originalmente en El Amante #274

Por supuesto que no es así desde hace un par de meses. Pero hasta entonces, quizás solo Frank Marshall era menos reconocido que George Miller entre los directores que integraron su generación. Miller, al menos, tuvo una saga exitosa y de culto, aunque sus fans no supieran qué otras obras hizo después. Y para coolto, siempre fue mejor visto Joe Dante. Lo cierto es que después de comandar la marcha de la ciencia ficción hacia la oscuridad, con su estética post-punk, queer y apocalíptica, -quizás como respuesta a las buenas intenciones de los ETs y las guerras de las galaxias del Hollywood más buenazo-, Miller compuso una obra que no solo no se achicó frente a sus propios laureles, sino que, quizás, hasta la superó.

Ya en Las brujas de Eastwick se ven varias de las que serían sus constantes visuales (sí, hay para los autoristas también). Si en las Mad Max, a quienes estaban por morir en un choque frontal se les salían los ojos por sus cavidades como a un cartoon, en la primera secuencia de LBDE hay un juego de miradas entre Michelle Pfeiffer (solo filmada tan bien por Tim Burton) y Susan Sarandon con unos planos de una opulencia cinematográfica digna del diablo, que en breve irrumpiría en escena en forma de un Jack Nicholson chabacano y desagradable. Mucho del feminismo de esta película se puede ver ahora en Fury Road. En definitiva, son tres mujeres que dejan de engañarse por un hombre y que asumen el riesgo de ser quienes son por su propia cuenta, en una lucha física y moral contra los caprichos peligrosos de una masculinidad tiránica. El mismo Nicholson lo explica: “A los hombres no se les para cuando están frente a una mujer segura. Por eso necesitan darles miedo, doblegarlas y despersonalizarlas. Solo para que se les pare la pija”.

La mirada será un tema tan recurrente como básico del cine, pero Miller filma ojos como pocos. Y lo hace desde mucho antes de desatar esos torbellinos en las pupilas de Charlize Theron, que hasta el momento les desconocíamos en todo su poder. En cada primera secuencia de sus películas, Miller encuadra intercambios de miradas, miradas siempre abismales, siempre en contacto con algo sagrado y misterioso. En Un milagro para Lorenzo, un africano se mira con Lorenzo en un prólogo de enorme belleza, de puro placer visual. Por más que el tema de esta película (la enfermedad degenerativa y terminal de un nene) sea aplastante, Miller no negocia filmar como si el cine fuese el refugio de belleza para todos los males y logra uno de los melodramas modernos más potentes, quizás el más después de Eclipse total. Contar historias, como cuando los padres (enterísimos Nolte y Sarandon) lo hacen con un cuento bajo las estrellas con Lorenzo, es lo que sigue importando para Miller.

Y si de contar se trata, nada mejor que Babe: un chanchito en la ciudad, que toma forma de cuento infantil, pero que puede llegar hasta extremos de oscuridad como las mejores historias para (habría que decir adultos, pero no) niños. Perteneciente a la familia de las Matildas de la vida, Babe es una de las mejores películas de Miller, con sus separadores hermosos y su aventura endemoniada, con sus personajes ridículos y exagerados, en la combinación perfecta entre cine clásico y moderno que tan bien lo caracterizó al australiano por siempre.

Será porque nunca se dedicó a hacer proyectos respetables (esto quiere decir con temas importantes, esto quiere decir con temas importantes para los dictadores del buen gusto), pero todavía había inquietudes con respeto a Fury Road por parte de algunos colegas. “¿Lo último que hizo fueron las Happy Feet? Mmmm…”. Claro, lo último que hizo fue las Happy Feet y era, justamente por eso, que podía imaginarse lo mejor de la última entrega de Mad Max. Como con ninguna otra película de animación, y menos de acción en vivo, las películas del pingüino cantor combinaban clasicismo, capacidad para emocionar y un despliegue visual totalmente fuera de lo común, por momentos casi experimental, en el sentido de cómo buscaban belleza en las puras formas. Es por eso que las Happy Feet no solo son de las mejores películas de animación, también son dos de los musicales modernos más interesantes que tenemos, las Moulin Rouge! de los locos bajitos.

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