Por Fernando E. Juan Lima
Publicada el 14/05/16.
I, Daniel Blake de Ken Loach confirma eso de que a determinados directores les basta con hacer una película para ser seleccionados para la sección oficial del Festival. Hace mucho que el director de Riff Raff y Tierra y libertad viene alternando películas olvidables con otras que dan un poquito de vergüenza. La proyectada en esta edición de Cannes forma parte del segundo grupo. Si pensábamos que habrían trabajadores que -más allá de sus defectos- son puros y honestos luchadores contra las políticas neoliberales y/o las corporaciones, por supuesto que teníamos razón. Se trata de Loach. Lo que sucede en este relato que hace foco en un personaje cercano a los 60 años que tras un sufrir un ataque cardíaco queda en una condición que no le permite trabajar pero tampoco está tan mal como para recibir ayuda del Estado es que la necesidad de mostrar la perversión del sistema pone al protagonista en el centro de una cadena de humillaciones cada vez mayor. Lo mismo pasa con su amiga, joven madre soltera. Mientras el primero es subestimado por cada uno de los empleados públicos que deben atenderlo, obligado a repetir trámites ridículos que desnudan la omnipotencia de la maquinaria burocrática, la segunda es llevada al extremo de pasar hambre (lo cual es mostrado de un modo muy explícito), detenida por robar en un supermercado y empujada a la prostitución para sobrevivir. Esta vez, en pos de la denuncia, la crueldad cae sobre los buenos y los humildes respecto de quienes se pretende generar empatía.
Fai bei sogni, última película del genial Marco Bellocchio operó como apertura de la Quinzaine des réalisateurs, en la que se reconoció a Aki Kaurismäki con la Carrose d’or. Esta quizás sea la película más popular del director de quien en el reciente BAFICI habíamos podido ver principio y fin (hasta entonces) de su carrera: Con los puños en los bolsillos y Sangre de mi sangre. Yendo y viniendo en el tiempo entre finales de los 60 y los 90, la narración sigue la historia del protagonista que perdió a su madre cuando tenía en torno a 9 años. Con momentos brillantes y otros decididamente grasas, Bellocchio parece decidido a hacerr su película más italianamente popular. Y lo logra. Por más que algunos exquisitos se han sentido expulsados por tanta sensibiidad (sensiblería, dicen), lo cierto es que la película emociona genuinamente y se hace cargo de lo difícil que es decir obviedades de una manera interesante (en el film, se lo dice en relación con una respuesta a una carta de lectores en el diario en el que trabaja el protagonista). Sufriendo a mares, llorando en silencio o agotándonos en un baile que opera como catársis, Bellocchio siempre cumple.
Tras la genial P’tit Quinquin, Bruno Dumont vuelve al humor con Ma loute. Escenas de lucha de clases en el norte de Francia a principios del siglo pasado y mucho humor absurdo y sinsntido. La impostura y el exceso esta vez de figuras conocidas del cine (Fabrice Luchini, Valerie Bruni Tedeschi, Juliette Binoche) juegan en contra de ese aire de paradójica y verista irrealidad que tenía la miniserie antes citada (que se proyectó en la Quinzaine des réalisateurs). El tono teatral lastra un poco una historia que lo mismo tiene puntos altísimos, aunque juegue menos con el misterio que con la explicitud que puede incluir antropofagia y levitaciones varias. Políticamente salvaje y salvajemente divertida sólo algún tono de más en la macchieta la deja por detrás de una competencia oficial que, salvo por la insostenible decisión de incluir a Loach, ha comenzado de una manera inusualmente promisoria.
Eso que decimos de la Competencia Oficial en nada puede aplicarse a la «B» oficial, Un certain regard. Es que eso de la «B» puede ser muy relativo, ya que por aquí pasaron recientemente, por ejemplo Kiyoshi Kurosawa, Naomi Kawase, Lisandro Alonso o Apichatpong Weerasethakul. Sin embargo este año, por ahora, podríamos descender bastatnte más en el alfabeto. Ayer hablábamos de la película de apertura (la egipcia clash) y la israelí Personal affairs. Las dos entre insufribles y olvidables. Hoy la suerte fue muy poco mejor. Nada para destacar demasiado respecto de la rusa Uchenik, de Kirill Serebrennikov y la francesa La danseuse, de Stephanie di Giusto. La primera, del director de Yuri’s day (que pasó por algún BAFICI) se centra en el creciente misticisimo de un estudiante secundario. Sus excesos y citas bíblicas no hacen sino desnudar la situación del mundo que lo rodea. La segunda, biopic con mucho de qualité sobre la bailarina Loïe Fuller, que del Oeste de EE.UU. logró hacerse un nombre en Francia, para luego ser opacada por Isadora Duncan. Por ahí es el cansancio. La seguimos mañana.