Cannibalismo 21

Por Jaime Pena

Publicado el 21/05/16

Uno de los principales argumentos de los que se suele servir el Festival de Cannes (en realidad cualquier festival) para justificar la inclusión o no de una película en su competición es el relativo a la exposición: cuánto puede ayudar o perjudicar que una película esté en la sección oficial o en una paralela en función de la exposición que cada una representa. El debate alcanzó el año pasado categoría de escándalo (Apichatpong Weerasethakul, Miguel Gomes, Arnaud Desplechin, Philippe Garrel). En esta nueva edición, con una competición más que aceptable y con varios cineastas poco habituales, la única ausencia destacable sería la de Albert Serra y La mort de Louis XIV. Tampoco hay una verdadera polémica, pero lo cierto es que el festival ha ido desplazando las películas más “difíciles” a Un Certain Regard o a las Sesiones Especiales. Posiblemente, ninguna película de Serra ha obtenido una acogida tan unánime como esta última, pero habría que preguntarse hasta qué punto su inclusión en la competición la habría ayudado. En una Sesión Especial fue vista por la crítica más afín, en la competición caería en las garras de la prensa generalista y no creo que la recepción hubiese sido igual de buena. Aún así, creo que hubiese sido mucho más justa su inclusión en Un Certain Regard: no hubiese perjudicado a la película y habría beneficiado al festival.

En cualquier caso, esto de la protección y el cuidado de las películas que se consideran más difíciles o frágiles suena un poco a coartada, una coartada que no se aplica con películas más grandes, pero entre las que se cuentan algunos de los fracasos más grandes de la historia reciente del festival como The Search , de Michel Hazanavicius o The Sea of Trees, de Gus van Sant, película con grandes estrellas que apenas se ha distribuido en luego del atronador fracaso de su pase por Cannes y que puede convertirla en el mayor desastre de la carrera de su director (una película en realidad menos rentable que Gerry o Last Days: paradojas de la industria). Este año ya tiene su película que nace probablemente muerta tras su primer pase en el festival, The Last Face, de Sean Penn, por lo que habría que preguntarse si, esquivando la presunción de sus directores, no son estas las películas que el festival debería de “proteger” en sus sesiones especiales, alejándolas discretamente de los focos, por más que cuenten con actores como Charlize Theron o Javier Bardem. Esta historia del amor atormentado entre dos médicos que trabajan en África, atendiendo refugiados de las guerras de Liberia y Uganda, fue objeto de las primeras carcajadas con los créditos iniciales y concluida la sesión las burlas en internet tuvieron un efecto demoledor inmediato. De no mediar ningún milagro, The Last Face habrá convertido su pase por la competición de Cannes en un suicidio comercial.

Algo de esto puede decirse también de The Neon Demon, de Nicolas Winding Refn, burda imitación esteticista y minimalista de Mulholland Dr que, a diferencia de la de Penn, puede acabar convirtiéndose en una película con un cierto culto. Del mismo modo, podría cuestionarse la inclusión en competición de Juste la fin du monde, la nueva película de Xavier Dolan, adaptación de una obra teatral de Jean-Luc Lagarce, que tiene todo el aire de un film menor (construido a base de primeros planos, menos irritante e histérico con otros del director canadiense) que hubiese encontrado un acomodo más justo en Un Certain Regard.

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