A los pocos minutos de iniciada Graduation ya sabemos que Cristian Mungiu nos quiere hablar de la corrupción que campa a sus anchas en Rumanía. Nos lo volverá a repetir cada cierto tiempo, cada vez que su protagonista deba pedir un nuevo favor que ha de ser luego oportunamente correspondido o cada vez que sale a relucir la mentira en la que se han convertido las vidas de sus protagonistas. Mungiu no sabe de sutilezas. Una película como Graduation exigía una mayor distancia con respecto a un material tan denso, que junto a la denuncia socio-política propone también un melodrama familiar y otra serie de subtramas que no hacen sino provocar un cierto grado de inverosimilitud en el espectador: ¿puede ser que tantas incidencias y giros se sucedan en el marco de unos pocos días? Otros cineastas rumanos (Puiu, Porumboiu) lo hubiesen solucionado fácilmente por la vía del humor, pero ese nunca ha sido el fuerte de Mungiu. Por otro lado es justo reconocer que, como sucedía con los Dardenne, el rigor de la puesta en escena es irreprochable, hasta el punto que la de Mungiu podría llegar a considerarse como una película de los Dardenne mejor que La fille inconnu, al menos como un Dardenne más puro y no tan liviano, casi un divertimento, como el que nos ofrecieron los Dardenne en el día de ayer. Pero una fórmula, por muy probada y eficaz que se demuestre, la de Mungiu o la de los Dardenne, también llega un momento en que necesita ser cuestionada y pide a gritos algún grado de evolución.