Viajar en el tiempo

Por Josefina García Pullés

Jesse y Celine existen. O, al menos, se han vuelto de carne y hueso. Y eso nos alegra la vida cinéfila porque, en el fondo, que ellos existan hace, de alguna forma, posible el amor.

En esta, la tercera película de las Antes de…, volvemos a ver a esos dos personajes (y a aquellos dos actores) que se conocieron en Antes del amanecer y se reencontraron en Antes del atardecer. Aquí, en Antes de la medianoche, Linklater les da vida. Pero no digo esto en lo que tiene de cliché sino en su sentido más simple y literal: esta vez el director los vuelve seres vivos, gente que podríamos cruzarnos en el subte o por la calle. Y no es que no tuvieran vida en las dos películas anteriores, todo lo contrario. Simplemente pasa que en aquellas, Jesse y Celine solo podían ser eso: Jesse y Celine. Ahora, en cambio, cada uno puede ser también nuestro vecino o ese tipo que nos cruzamos en el dentista o esa mujer que siempre vemos en el café de enfrente.

Linklater acá logra que nos interese cada uno más allá de la forma en que se relaciona con el otro. Esa idea de individualidad recorre el relato, lo atraviesa. Incluso hay algo distinto en la caminata de los personajes en esta película, en ese trasladarse –como en las otras dos– juntos pero separados. Por empezar, en este caso, el montaje es bastante diferente a lo que venía planteando Linklater en las dos películas anteriores: la idea de una continuidad formal aquí se rompe mucho más. Sabemos que a este director le gusta contar historias que pasan en un día, que esa unidad temporal lo apasiona. Eso se acentuaba en Antes del amanecer y en Antes del atardecer con la edición, cuya perfección en la unión de cortes era tal que, aun sin tener el material en plano secuencia, la película parecía correr y correr, sin detenerse nunca.

Esa sensación aquí no está (salvo en los primeros minutos –gran comienzo–, en el auto y en la escena de la caminata de ellos por el pueblo griego). Jesse y Celine, esta vez, se separan más. Los planos marcan un límite formal entre la pareja y la persona, una frontera que, desde el montaje, antes prácticamente se borroneaba.

Otra cosa que pasa en Antes de la medianoche es que muchas veces vemos a los protagonistas solos, es decir, a uno sin el otro. Hasta la mitad del relato, ya hemos visto varias veces a Jesse sin Celine y a Celine sin Jesse. Eso tampoco pasaba en las películas anteriores, donde el grueso de las conversaciones se daba solamente entre ellos dos. Acá, en cambio, cada uno tiene sus momentos con otros, sus tiempos con otros, sin que “el otro de la pareja” esté ahí. Esta película pasa el foco de la pareja a la persona, de ellos dos a cada uno de ellos. Tan es así que esta es la única de las tres películas en que vemos algún tipo de desnudez o intimidad más allá de la elipsis. En Antes de la medianoche Celine anda un rato en tetas. Camina, atiende el teléfono, discute con Jesse, en tetas. Y no hay nada más único que una persona sin ropa, porque esa topografía solo puede ser la suya y no la de otro. Somos únicos solo cuando estamos desnudos. Pero Celine está desnuda a medias, tiene el vestido colgando de la cintura para abajo. Y eso nos reafirma el genio de Linklater, que tomó la (difícil) decisión de seguir esta historia por el mejor camino: no continuando el amor idílico (hubiera sido cansador) pero tampoco retratando un hartazgo (“uy, con el tiempo la carroza se vuelve calabaza”, eso hubiera sido fácil). Esta no es una película sobre una pareja en crisis, esta es una película sobre una pareja y sobre una crisis (personal), que es bastante difícil de llevar cuando se está en pareja.

Cuál de los dos está en crisis es algo que importa poco y, creo, Linklater nos deja elegir. Sin embargo, Celine es más evidente que Jesse en sus quejas. Ella lo ataca, lo cuestiona, no le pasa a su hijo por teléfono e invoca el egoísmo masculino respondiendo a planteos que Jesse nunca le hace. Ella niega al otro para afirmarse, y él la mira y la deja hacerlo, porque su universo gira en torno a ella (esa es, quizás, la crisis de él). “Celine es quien más habla, pero es realmente la película de Hawke. Él se la pasa escuchando— podemos ver en sus ojos cómo la tristeza de Celine parte a Jesse”, escribió Stephanie Zacharek en su gran texto sobre Antes de la medianoche. Y es que la película pasa en los ojos de Jesse. En esa forma de mirar se resume el romance de esta pareja, su pasado (que conocemos), su historia (que también conocemos), su envejecimiento (lo conocemos, también)… Esta es la película de Hawke porque acontece en su mirada. Porque notamos que cuando Jesse mira a Celine, la oye cantar; que cuando la besa, solo se asegura de que siga existiendo; que cuando la escucha, vuelve a mirarla para empezar oírla, de nuevo, cantar. Ella, en cambio, no puede mirar a Jesse así. Está histérica, está más vieja (todos lo estamos, pero ella siente esa “vejez” y la menciona) y se siente desplazada no por él, sino por el mundo. Sí, el tiempo desterritorializa a la pareja pero, a la vez, Celine lo dramatiza.

Ahí están, entonces, cada uno y no ya solamente los dos. Entonces, en esta tercera entrega de la saga, Jesse y Celine se vuelven reales. Y nos duele (sí, antes nos alegramos, somos caprichosos). Porque parte de su encanto era esa posible imposibilidad que los rodeaba. Entonces la odiamos a ella por hincha pelotas y por responder a planteos que nadie le hizo. Y lo odiamos a él por su aparente relajo, y por su pelo ridículo y sus remeras adolescentes. Y la odiamos a ella por quejosa, y lo odiamos a él por cursi. Y entonces nos encontramos odiando a dos de los mejores personajes de Linklater… Pero justamente los odiamos porque, de a ratos, ellos se vuelven carne que nos pesa en el cuerpo. Porque, entonces, de su existencia a la nuestra no hay más que un paso (más allá de su vacacionar en Grecia rodeados de escritores). Ellos ya no son el romance que quisimos ser sino que son las personas que podemos ser a veces. Ese es el camino que eligió Linklater, junto a sus guionistas Hawke y Delpy, para continuar esta historia. Y es esa decisión una de las que más pesa en lo genial de esta película que nos emociona de nuevo pero distinto.

Porque Jesse y Celine no se repiten pero, a la vez, son los mismos. Los conocemos, y los reconocemos, en sus frases, en sus diálogos, en sus argumentos… Los encontramos y nos acordamos de cosas que han dicho, de cómo eran y cómo pensaban cuando eran más jóvenes. Y, de a ratos, ellos son nosotros pero también son esa gente cuyos contextos podemos reponer. Estos personajes encantan porque les pasa el tiempo, como a nosotros. Y porque podemos ver cómo eso les pasa (todo lo antedicho tienen estos relatos de los relatos de Truffaut sobre Doinel).

Justamente, es curioso que ninguna de las tres películas que integran este grupo (más bien diría yo que ninguna película de Linklater) hable tanto sobre el paso del tiempo como Antes de la medianoche, que nos lo hace ver en los ojos, las palabras, los cuerpos, las formas de vestir, de comer y hasta de tomar de ambos protagonistas. Celine incluso está enojada con el pasado, y entonces niega que su historia con Jesse haya sido romántica (más tarde también se niega a firmar el libro de él, casi como indignada por integrar esa historia). Es que el pasado encarcela a Celine, pero no por el (zzz) “compromiso que la ata” o porque su relación con Jesse la ahogue (zzz). El pasado encarcela a Celine simplemente porque ha pasado. Por eso ella todo el tiempo lo cuestiona pero, a la vez, intenta reafirmarlo, para volverlo a traer, para que todavía exista.

La relación de Jesse con el tiempo es, en cambio, distinta. Él vive y siente el pasado como un anacronismo, como un tiempo suspendido en el no tiempo (sus remeras son evidencia de esto). Y piensa más en el futuro –ese tiempo inexistente–, el suyo, el de su familia. Incluso, él se queja de que su hijo viva en EE. UU. y él en Francia, no pensando en el crecimiento que ya se ha perdido si no en cómo no perderse el futuro que llegará en breve. Jesse, además, habla de su abuelo de 90 años, que recién ha muerto. Celine habla de un amigo que murió joven, hace años, cuando ella era más chica. En esas anécdotas se resume la visión que cada personaje tiene sobre su pasado y sobre el pasado en general: para Celine la juventud empieza para terminar, para Jesse la juventud termina para empezar de nuevo. No por nada, en su intento de reconciliarse con su mujer, él inventa ese personaje del viajero que llega en una máquina del tiempo. Para Jesse el pasado puede volver porque la juventud, y el tiempo, nunca dejan de acontecer en las personas: en Jesse el tiempo acontece en sus ojos que miran a Celine, porque ella es para él el tiempo detenido.

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