Timbutku

Francia, 2014, 97´. Dirigida por Abderrahmane Sissako. Competencia oficial.

Recordemos por un instante ese eterno problema de cómo considerar a las películas que tratan «grandes temas». En general, la crítica más timorata se llena la boca de elogios huecos, temerosa tal vez de parecer retrógrada ante ciertos valores humanitarios que el film intenta reflejar. O, más directamente, el crítico que de algún modo hereda la tradición europea (y Argentina es un país heredero de esa línea) se queda ante la barrera cultural que lo separa de una película –  en este caso – africana y no se atreve a cuestionar sus valores, como si hubiera que proteger al económicamente endeble cine africano. Pero no demos más rodeos: Timbuktu no es una película africana, ni a nivel de producción ni en términos de a quién va dirigida. Es una película francesa filmada en África, y repite todos los tópicos más aberrantes de la mirada colonial sobre el continente negro. Sobrevuela la película un aire de ingenua poesía, como de ternura condescendiente, aún en las secuencias más violentas. Y el gran tema nunca deja de estar presente: EL Islam, LA pobreza, LAS diferencias étnicas, siempre en mayúsculas, con un tono alegórico que recuerda a las películas de Elia Suleiman pero con menos tino, con más subrayado. Es cierto que hay humor, pero es un humor groseramente guionado, como salido de una novela de García Márquez, como robado al realismo mágico latinoamericano. Basta ver la secuencia donde, ante la prohibición de los rebeldes islámicos de jugar al fútbol, unos niños con gastadas camisetas truchas de equipos europeos juegan sin pelota, imaginariamente, para que el espectador europeizante suspire y diga «ah, hay esperanza para África». Sissako filma bien, es técnicamente elegante y conciso, pero sus personajes están siempre al borde de estereotipo, muy someramente planteados: el ganadero bueno, el juez solemne, el pescador malo, el guerrillero irreflexivo, la bruja loca, etc. Todos son vectores de una farsa sin gracia que desemboca, al final, en melodrama desértico, recargado de imágenes que fácilmente delínean África: el fundamentalismo de los que llevan turbantes, la resistencia de las mujeres trabajadoras, la libertad o su falta en una sociedad muy modesta y la bondad de los niños. Ah, y no olvidemos la matanza gratuita de animales, que en este caso es estetizada inútilmente en la muerte de una vaca, la cual, o es una gran actriz, o murió en serio. Existe un cine africano de verdad, crudo en el mejor sentido (como el producido en Senegal en los 70s, con Touki Bouki de Mambéty como principal referente), pero no es éste. Este es for export, y dado que es en realidad una producción francesa, ni siquiera eso. La cita con el cine africano quedará para la próxima.

Guido Segal

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