Perdida

Gone Girl
Estados Unidos, 2014, 145′
Dirección: David Fincher

Nada más de lo que parece
Por Emiliano Andrés Cappiello

En contra

Se cuenta el final del film

Cuando fui al cine a ver Zodíaco (2007) casi me quedo dormido en plena función, algo que solo me ha sucedido en muy contadas ocasiones. Dos o tres, como mucho. Era un relato sin destino, y encima interminable. Un tiempo después leí varias críticas muy convincentes a favor y decidí re-visitarla, a ver si encontraba esa obra maestra que me había perdido la primera vez. Pero no, seguía siendo el mismo plomo cuasi eterno. Algo similar está ocurriendo con Gone Girl (2014). Quizás Fincher sea mejor director en papel que en la pantalla.

 

Gone Girl es una historia vueltera, que comienza como policial tradicional para terminar acumulando situaciones inverosímiles, diálogos insufribles y sobreactuaciones a mansalva. Desde que la mentira de Amy (Rosamund Pike) se hace evidente y comienza a explicar su plan, la película deviene en un sinfín de absurdos, que encuentran su máxima expresión en la secuencia en la casa de Desi (Neil Patrick Harris). Aquellos que celebraban el abandono de Fincher de los giros argumentales efectistas en sus últimas películas todavía deben estar llorando.

 

Hay quienes argumentan que esto es una operación intencional de Fincher, que intenta auto-parodiarse. Por un lado, creo que incluso de ser esto cierto, la película seguiría siendo fallida. Como en Zodiac, Fincher confirma que el concepto de síntesis le es tan ajeno como el álgebra a una hormiga. 150 minutos dura la película, 2 horas y media que se hacen sentir mientras Fincher estira la narración por lo que parece un deseo, muy errado, de filmar cada renglón del libro. No creo que la duración de un film sea un dato menor, y si pensas que dedicándole el tiempo de una entrega del Señor de los Anillos a este policial no va a atentar contra su narración y ritmo, estás muy equivocado. Las actuaciones tampoco ayudan. Rosamund Pike arranca correcta cuando todavía aparenta sanidad mental, pero en cuanto se devela se psicosis comienza a masticar escenografía como si fueran pasteles. Ben Affleck, Carrie Coon y Kim Dickens sobreviven con cierta nobleza a los vaivenes de un film caprichoso, y hay que reconocérselo. Lo de Neil Patrick Harris es tan criminal que se lo utiliza para dar soporte a la idea de juego intencional, pero da la impresión de estar desorientado e incómodo en el rol.

 

Porque si bien hay momentos sueltos que dan a sospechar que Fincher se da cuenta de lo ridículo del relato, finalmente opta por tomárselo en serio y salir con otra de sus diatribas adolescentes sobre la hipocresía de la sociedad. Si realmente Fincher quiere burlarse de sí mismo, el final de la película es inexplicable. En lugar de continuar el crescendo de incoherencias que surgen en la segunda mitad del film, lo que podría confirmar ese supuesto plan dinamitador del director, la conclusión resulta en un pretencioso alegato contra el matrimonio y la impostura. Affleck queda atrapado con “la loca”, todos sufren, los medios lo explotan, el mal gana. Absolutamente inverosímil (la evidencia demostrando que Amy había planeado todo es enorme pero la película decide ignorarlo), el final no es más que un discurso ceremonioso, más preocupado por establecer un punto (“¡qué sociedad careta!”) que por el cine. Lo único intencional de Fincher es su cinismo y misantropía.

 

Al necesitar acomodar este desastre en la concepción ya aceptada de antemano sobre la genialidad de su director nacen estas excusas que intentan explicarla como “juego de manipulación”. Pero la verdadera manipulación no está en Fincher, sino en los que buscan convencernos de que hay una obra maestra donde solo hay humo, espejos y un director engreído.

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