Argentina, 2013, 157’
DIRECCIÓN
Raúl Perrone.
GUION
Raúl Perrone.
DISEÑO DE SONIDO
Raúl Perrone.
PRODUCCIÓN
Raúl Perrone.
INTÉRPRETES
Mariano Blanco, Cabito, Yenien Teves y Eugenia Juárez.
Liberación o dependencia: la angustia de las influencias
Por Federico Karstulovich
20 años es todo. Pasaron casi 20 años desde Labios de churrasco. Jarmusch ya no es la novedad reciente que era. El cine independiente americano se convirtió rápidamente en una pequeña industria. Ni Linklater, ni Van Sant, ni Payne ni Solondz. Hoy Favio está muerto y no resulta la misma influencia que en los primeros años del Perro.
Hoy el cine argentino post estallido NCA, a su vez, recuperó cierta oralidad perdida que aquel film de Perrone ostentaba. Hoy muchos, sino casi todos, filman en video. Ta jodido eso de vivir en el pasado. Entonces… ¿cómo pensarse casi dos décadas después?
Volver. Hay en la obra de Perrone una suerte de run for cover convertido en estrategia, en operación cinematográfica. Esa operación es la reescritura, tanto en las imágenes como en el espacio. A ver: Perrone filma durante los noventa fuertemente influenciado por los modos y formas de cierto cine indie americano. Filma insistentemente. Subraya. Pero también escribe sobre su universo inmediato, Ituzaingó. De esa mezcla surge la novedad pre-NCA, que durante años resultó renovadora.
Trilogías mediante (con pibes y con viejos) la obra que va del 94 al 2006 es la obra de alguien que explora y agota un espacio. Que lo describe y lo reescribe (como si tuviera que insistirse en las mismas historias con pequeñas variaciones) hasta que se quede seco. De hecho con mayor o menor suerte, Ituzaingó sigue siendo un lugar, un hogar para volver en el cine del director. Por eso el retorno y el agotamiento del espacio es coherente con la idea de reescribir su propia obra. Bueno: algo de esto aparecerá en P3nd3jo5.
Intriga internacional. Tras las interesantes Peluca y Marisita y Ocho años después (quizás sus dos películas más claras en la necesidad de dejar Ituzaingó de una vez por todas), pero ya en 2006, Perrone inicia una suerte de segunda etapa de reescrituras. Ya no es su propio espacio, los temas típicos de su cine de los noventa (centrado en una suerte de generación ni-ni), sus personajes característicos, sino que la reescritura funciona en un distinto nivel. Hay, si se quiere, algo de ejercicio de estilo, de glosa: a la admiración por el Gus Van Sant de Elephant, Last Days y Paranoid park se suma la admiración por Pedro Costa, pero también por ciertas formas de Tsai Ming Liang y de Apichatpong Weerasethakul. Ojo, glosa no quiere decir plagio, pero claramente hay una obsesión estética casi fetichista que redefine la idea de reescritura. El cine de Perrone desde 2006, por lo tanto, decidió adoptar una perspectiva que lo diferenciara de sus trilogías de los noventa así como de las trilogías de viejitos de los primeros dosmiles: el estilo de esos directores se impone y se imprime en el modo en el que el Perro registra. No reescribe lo viejo propio sino que explora lo nuevo con herramientas nuevas (y ajenas). No le sale mal, pero se vuelve previsible con los años esta estrategia. Con los años se habla menos de su obra (a mi me parece que lo más interesante que hizo está en esta etapa), que parece sumida en la ausencia de riesgos.
¿Qué hacemo? Casi 20 años después Perrone vuelve. No porque se hubiera ido mucho, pero si, en todo caso, vuelve a una idea de sus primeras películas: desmarcarse de lo que “se está haciendo”, es decir, ir contra la corriente y ser “el más independiente de los independientes”. En esa estrategia el retorno a los pibes y las calles de Ituzaingó tiene por un costado algo del nihilismo de la primera trilogía pero a la vez la necesidad de la coexistencia cinéfila de los ejercicios de estilo que venía haciendo. Esta suerte de mezcla de reescrituras (la propia y la ajena) desembocan en P3nd3jo5, que parece buscar desesperadamente algo del aire de juventud de la primera época con los personajes de algunas de las últimas películas (skaters, como en 180 grados) pero con un grado de abstracción estilizada que no vuelve sólo a los contemporáneos que el director admira (Van Sant y Jarmusch presentes, parcialmente Hou Hsiao Hsien) sino que revisita a Bresson, a Pasolini y a Dreyer, sin olvidarse que también anda Ozu dando vueltas. Paul Schrader se hace pis en este instante.
¿Ok, y? Esa es la pregunta frente a esta última película de Perrone, que es ambiciosa (también pretenciosa, más específicamente cuando necesita recalcar el origen de sus citas cinéfilas como con Dreyer, quizás la más escandalosa) pero también tiene algo de patear la pelota para adelante. Porque con P3nd3jo5 hay una intención de mezclar registros arcaicos con personajes contemporáneos. Pero de esa mezcla no emerge una renovación (Perrone no es el Luhrmann de Moulin Rouge!), novedad que pareciera querer aportar la película con el uso mántrico de la cumbia dub. No está la distancia-afección de un Favio o un Pasolini, sino sus formas vacías.
Lo que entrega, por el contrario, es la solidificación de una propuesta que es la calle sin salida de la propia obra del director, como quien escapando de algo se encuentra con un muro.
Sintética en su propuesta de enlazar dos códigos, limitada en su modo de retratar (el modo de representar a “los adolescentes” y “la policía” no parece haber cambiado mucho en dos décadas en el cine del director) no hay siquiera un salto al vacío de la abstracción. De ahí que los intertítulos propios del cine silente hagan un ruido espantoso en la propuesta. Precisamente porque denuncian la desconfianza audiovisual en un material que pedía experimentación lisa y llana. En ese caso Perrone habría vuelto a los orígenes ahí cuando nadie miraba.
“El dilema es liberación o dependencia. Y nosotros vamos a optar por la dependencia” (Bittel)
Lo que a mi me sigue sorprendiendo es la persistencia de la mirada del otro en el cine del hombre de Ituzaingó. Como si en efecto toda esa fobia a lo que exceda los límites de esa zona del conurbano estuviera teñida por la contracara de la necesidad de estar siempre en boca de alguien. En este sentido no puedo hablar de Perrone persona (tampoco lo conozco ni vale la pena hacerlo) pero sí de su cine, que es un denodado ejercicio de “actualización doctrinaria”, como si viviera pendiente de no avejentarse, como si la obra del director estuviera corrida por el miedo a quedar fechada. En este sentido –y con la mejor de las voluntades lo digo– hablamos de una obra que se reconoce como “independiente” pero que es uno de los pocos casos que recuerde en donde resulta central la dependencia de la mirada del resto y de las referencias autorizadas y cinéfilas.
O quizás Perrone no vio nada de todos esos directores y yo soy malpensado. Y el tipo filma con la radicalidad de quien, negador del pasado, guarda en el fondo de su corazón una angustia de las influencias mal resuelta, secreta, obscena. Una obra nunca se conoce.
Nota de El Amante 255