Metegol

La máquina que hace copias de estrellas (algunas reflexiones en torno a Metegol)
Por Fernando E. Juan Lima

El año pasado se estrenó La máquina que hace estrellas (Esteban Echeverría), una pequeña película de animación nacional que pasó casi desapercibida, aun cuando la apuesta a una historia original, a imágenes que dialogaban con el cómic argentino y a un 3D que explotaba la aventura espacial de una manera poco habitual resultaban dignas de mayor atención. Pero no hablaremos de esta película. En definitiva, quizás tenga razón quien dijo en el diálogo entablado en la redacción en torno a la última película de Campanella (www.elamante.com/noticias/la-redaccion-conversa-sobre-metegol/) que, como en el fútbol, lo que importa es el resultado. Es decir, en este caso, la taquilla. Pues bien, no es la intención de estas líneas transformarse en una crítica de Metegol, pero menos aún la de adentrarse en la discusión acerca de cuánto se gastó en hacerla, en si está bien o está mal decir que no nos gusta u otras cuestiones aludidas en el diálogo antes mencionado. Se trata, simplemente, de algunas ideas surgidas tras su visión y, sobre todo, ante el fenómeno generado a su alrededor.

No podemos desconocer que Metegol viene acompañada de una serie de elementos extra-cinematográficos que podrían transformarla en algo así como la Comodines del nuevo siglo. Esto es, más relevante como evento que como película, un fenómeno grandote que nadie puede desconocer y que llevará a las salas a mucho público que hace mucho (quizás desde El secreto de sus ojos) no iba al cine (o no iba al cine a ver una película argentina). Desde mucho antes del estreno, Campanella vuelve a demostrar sus dotes de hábil publicista al poner el acento en una pretendida lucha de David contra Goliat. ¡Nosotros también podemos hacerlo! ¡In yourface, Imperio! (sí, así, contradictoriamente, incluso en parte en inglés, como las leyendas de la lata de sardinas que encuentran en el basural algunos de los múltiples ¿protagonistas? de la película).

Comparto mi tesis que no creo del todo disparatada: esta idea de animación de sustitución de importaciones, al pretender mirarse en el espejo de Pixar, resulta paradójicamente chovinista y cipaya. Si no se tratara solo de una demagógica caricia a un público al que parece en realidad menospreciarse, si realmente estuviéramos convencidos de que los argentinos somos buena gente, de que nos podemos confundir en algún momento pero cuando nos juntamos no hay quien pueda con nosotros, ¿por qué no intentar recorrer un camino que no sea a tal punto mimético, imitativo, vicario? Campanella ha demostrado que sabe contar una historia, que puede crear personajes que poseen una adecuada mixtura de realidad y magia como para generar el éxito que representó su anterior película. Es por eso que sorprende lo deshilachada que resulta Metegol, que nunca se decide por cuáles son sus verdaderos protagonistas, que construye a sus criaturas en base a una única idea o un único chiste, que dice relacionarse con la mística del deporte y del pueblo chico cuando las desconoce y las contradice flagrantemente. La escena del partido final es extensa, falta de ritmo y parece realizada por alguien que no conoce realmente las reglas del fútbol. Así, aunque olvidáramos los bandazos en la narración (la libertad que permite la animación no es excusa para la arbitrariedad), en una película en la que el “mensaje” resulta tan importante no podemos sino señalar cómo la misma película lo pone en cuestión. Es que, en ese seleccionado que se conforma con las “fuerzas vivas” del pueblo (sí, fuerzas armadas y un cura venido de otro siglo, “emo” y “sexualidades alternativas” como guiño al presente) no resulta del todo claro qué es lo que las lleva a ser parte de la “gesta”. De hecho, en las tribunas del enorme y espectacular estadio en el que sucede la acción nunca puede advertirse una imagen del pueblo. Tampoco se entiende por qué esas tribunas fantasmales que se nos dicen colmadas pasan de aplaudir a un equipo a festejar los goles del contrario. En fin, que no hay pueblo, hay una decisión individual a la que “la gente” sigue de manera voluble, descomprometida, acomodaticia. Claro que dicho así no tiene el mismo efecto: disimulemos, disimulemos… ¡Mire que es lindo mi país, paisano!

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