La vida de alguien
Los laberintos de la coherencia: sobre La vida de alguien
Por Marcos Rodríguez

Pasaron unos cuantos años desde la última película de Ezequiel Acuña, pero al ver La vida de alguien uno casi siente como si no hubieran pasado. Como si el tiempo no pasara. Se puede alabar (y se ha alabado) la autenticidad y la coherencia del universo de Acuña, pero hasta un autor cinematográfico puede caer del otro lado de la coherencia: aquella recurrencia temática y estilística que, más allá de constituir un estilo, roza la simple repetición. No hay nada de La vida de alguien que no estuviera ya en Excursiones (su mejor película, aunque posiblemente no la que mejor lo define) o en sus obras anteriores.

Pero los problemas de La vida de alguien no están tanto en su autenticidad igual como en sus limitaciones internas: un lirismo musical que constituye más un estado anímico que una película. Los personajes de Acuña no transcurren, apenas medio deambulan por la pantalla absorbidos por sus propios estados emocionales. No hay en esta película nada que sea ajeno a la interioridad: el mundo queda fuera de campo, el público queda fuera de campo, la novia oficial (como la vida concreta de los personajes) quedan fuera de campo. Lo que resulta es un limbo de adolescentes eternos que solo saben reaccionar frente a sus propias emociones, circunstancialmente agitadas por la cercanía de emociones de otros.

La música de La foca funciona, como ha funcionado siempre, pero a fuerza de acumular ralenti y momentos musicales, la película termina por parecer un video clip (apenas) desarrollado: todo lo que importa es un estado, imágenes bellas, sonidos lindos, personajes perfilados que entran y salen de campo siguiendo el ritmo de una partitura que no tiene otra lógica más que la de emocionar. Posiblemente resulte paradigmático de esta no-narración el momento (de guión puro y duro) cerca del final en el cual el protagonista se cruza de pronto en una playa de Mar del Plata con una persona con la que alguna vez se cruzó hace casi diez años y que a su vez le trae información de otra persona con la que se cruzó hace vaya a saber uno cuánto en algún lugar indefinido y que del aire trae la información que termina de cerrar el universo místico-amigoideo en el cual se mueven estos personajes.

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