La madre y el mar

La madre y el mar
de Gonçalo Tocha

Panorama
Por Marcos Rodríguez

“No hay que idealizar”, dice en un momento uno viejo pescador. “Las mujeres de Vila Cha se hicieron pescadoras por necesidad”. El riesgo de idealizar la historia de este grupo de mujeres, las únicas capitanas pescadoras del mundo, era grande, pero Gonçalo Tocha lo evita ateniéndose a lo más concreto, lo más simple: los recuerdos de los pescadores del pueblo y sus actividades. La historia de las mujeres tenía la fuerza suficiente.

La madre y el mar comienza entre libros y viejos volúmenes de diarios: la palabra escrita guarda pocos recuerdos de este fenómeno, al parecer, único: cuando un grupo de mujeres decidió lanzarse al mar y ser ellas capitanas de los barcos encargados de traer el sustento para su familia. De esas mujeres, hoy solo queda una en actividad: Gloria, la protagonista de este documental, figura central del hacer de la película y también del dialogar (siempre haciendo), figura de la memoria viva de un fenómeno ya casi extinto.

Cerca del principio, la película aclara: “Antes los barcos de pescadores de Vila Cha eran 120, ahora son apenas 9 y entran todos en un solo plano”. No son solo las pescadoras mujeres las que casi desaparecieron, es una forma de pescar, una forma de vida. Los pescadores de Vila Cha son recuerdos en pie.

Dentro de la misma idea de no idealizar, La madre y el mar se ocupa en varias ocasiones de poner evidencia al equipo de filmación que se encuentra trabajando en el pueblo. Desde el principio, un paneo de 360 grados sirve como manifiesto: vemos el pueblo, vemos el mar y en el giro vemos también al sonidista y al director mirando el mar, trabajando, registrando, creando esta película que ahora estamos viendo. No se trata de un simple gesto posmoderno: al poner en evidencia el mecanismo de la película, lo que se pone en evidencia no es su artificialidad sino, por el contrario, el proceso de su realización. Vemos a las señoras hablando y también vemos, una vez terminada la escena, al equipo que se corre de sus escondites para terminar con el plano. La presencia del equipo de filmación en la película funciona como una especie de garantía, un mecanismo anti-ilusionista que vuelve a instaurar el realismo como base de este cine: lo que vemos no solo es el relato de unos pescadores (filmado en buena medida con planos generales largos) sino también a la gente que se acercó hasta la costa para filmarlos. La madre y el mar busca explícitamente registrar algo que ya no existe y que no quedó registrado en su momento. El cine llega al mar con una misión.

La película se compone de dos elementos fundamentales: los planos generales, extensos, de tiempos lentos (los tiempos de la pesca) en los que vemos fundamentalmente a Gloria trabajando; y los planos de conversación, aquellos en los que se explora la memoria del pueblo y la figura de estas mujeres capitanas que ya (casi) no están. En estas conversaciones Gloria está siempre presente como interlocutora y casi siempre se encuentra haciendo algo mientras charla. La película adquiere así un tono de conversación entre los viejos, una especie de continuación en cine de la memoria viva de un pueblo.

El resultado es una película a la vez reflexiva y concreta. Vasta pero muy pequeña. Un documental preciso y cuidadoso.

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