La araña vampiro

La araña vampiro
Argentina, 2012 | 97′

DIRECCIÓN
Gabriel Medina

GUIÓN
Gabriel Medina y Nicolás Gueilburt

FOTOGRAFÍA
Lucio Bonelli

INTÉRPRETES
Martín Piroyansky, Jorge Sesán, Alejandro Awada, Ailín Salas, Ricardo Hart, Paula Ituriza, Gervasio Usaj

Hacerse hombre
Por Fernando E. Juan Lima

Busco el número 198 de El Amante, de octubre de 2008. Lo encuentro y pienso: solo la presencia de Shara de Naomi Kawase e Historias extraordinarias de Mariano Llinás puede explicar −en parte− el hecho de que no ocupara la tapa el estreno de Los paranoicos, inolvidable opera prima de Gabriel Medina. Dicen que la potencia de un arranque tan bueno dificulta pasar al opus dos, que usualmente es algo más flojo. Claro que también hay excepciones, como la muy pertinente −en muchos sentidos− referencia al caso Nueve reinas/El Aura de Fabián Bielinsky. En aquella tapa en la que no entró Los paranoicos sí hay una referencia destacada sobreimpresa sobre la foto elegida para ilustrar Historias extraordinarias en la que puede leerse: “Los paranoicos: la euforia del clasicismo”. Está claro que la euforia es nuestra, ya que ese no parece ser el tono de las películas de Medina, que (como puede leerse en la tapa referida a Shara) una vez más demuestra que tiene “el coraje de ser clásico”.

Y sí, la palabra es euforia. La araña vampiro conjuga riesgo y clasicismo, terror y aventuras, personajes que tienen una vida más allá de la pantalla, perfectamente construidos desde el guión y las actuaciones, con una fotografía que tiene momentos que nos dejan literalmente absortos (la escena nocturna en esa cueva casi extraterrestre es inolvidable). ¡Y qué decir de la perfecta utilización de la música! Y del ritmo y duración de los planos (en los que se nota que los cambios realizados tras la presentación el Bafici dieron por resultado una película más compacta y, sí, casi perfecta). Y qué de, y de, y de… Son tantas las aristas y posibles enfoques con que uno puede acercarse a esta obra que en la hora de charla que tuvimos con Gabriel Medina en el programa de radio La Autopista del Sur en la AM750 (de la que participaron Sergio Napoli y el compañero de El Amante Marcos Vieytes; acá el link:http://www.derechoalcine2010.blogspot.com.ar/2012/10/entrevista-gabriel-medina-director-de.html) casi ni pudimos hablar de uno de los temas que parecen unir Los paranoicos con La araña vampiro, que es el del rol de la mujer en la trama y la visión que de ella parece tener Medina. No he leído los otros textos de este número de la revista (que se estarán escribiendo coetáneamente, descuento). Pero sé que esta euforia es compartida, así que me permitiré alguna reflexión en torno a esta cuestión, confiando en que otros se referirán con más profundidad (y seguramente, más conocimiento) a las circunstancias antes apuntadas, o a la influencia del western, al peso de una visión apocalíptica, a la particular construcción de la familia, a la presencia de la naturaleza, al viaje de la ciudad hacia lo salvaje, a la vuelta o regreso a lo primitivo (tema que La araña vampiro comparte con otros dos estrenos nacionales acaecidos sugestivamente en la misma fecha, aunque abordados desde perspectivas que no pueden ser más distintas: Montenegro, de Jorge Gaggero y Los salvajes, de Alejandro Fadel).

La araña vampiro es (también) un trip y un relato de iniciación. Martín Piroyansky posee un aura (sí, de nuevo volvemos a El aura) y una particular fotogenia que permiten que en la road-movie a pie, y tras el momento de buddy-movie, asistamos a una verdadera transformación del protagonista, cuyo proceso tiene lugar ante nuestros ojos. Cuando comienza la película vemos a Jerónimo (Piroyansky) llegar en el auto de su padre (Antonio/Alejandro Awada). Se lo nota desconectado, adormecido, alejado de la realidad. Bicho de ciudad, medicado, asustadizo y temeroso, la naturaleza le resulta totalmente ajena y extraña. En ese contexto, y con una madre que solo aparece en off, en el teléfono, Camila (Ailín Salas) es una presencia inquietante y sugerente que impregna de misterio una historia que también puede ser leída como la de una posesión y el rito de exorcismo necesario para sobrevivir. El primer encuentro con Camila es casi fantasmal. Ella literalmente entra en escena como una aparición, y Jerónimo la descubre cuando su padre lo mira y la nombra; lo que, tras el extrañamiento que produce esa referencia confusa, hace que gire su cabeza y la descubra. Acto seguido, acompañados por las penumbras que tan bien le sientan a la fotografía de Lucio Bonelli (que recientemente destacamos en Historias que solo existen al ser recordadas), vemos cómo Jerónimo y Camila confunden sus reflejos en el vidrio que opera casi como un espejo cuando ella abre las ventanas antes de que los visitantes entren a la casa y mientras él se encuentra aún en la galería de la casa.

Así como hay algo de Gauna (el protagonista de Los paranoicos) en Jerónimo, esa seguridad que emanaba Jazmín Stuart/Sofía en aquella película se repite en Camila. Lo que en Jerónimo es duda, timidez y temor, en Camila es certeza, decisión, equilibrio. Es cierto que en La araña vampiro la presencia de lo femenino (más allá de la araña del título y de sus indudables reverberaciones, claro está) ocupa menos tiempo de manera expresa en pantalla. Sin embargo, bastan algunas miradas oblicuas de Ailín Salas, comprobar la naturalidad con la que se mueve entre lo salvaje y la manera en que abre las puertas a lo desconocido (aquello en lo que, simplemente, “se cree” o no), para poner en evidencia el peso de esa ausencia/presencia de lo femenino. Tras cierta tensión sexual en la que uno puede adivinar cierto desprecio hacia la aparente pusilanimidad del chico de ciudad que es Jerónimo, hay momentos en que uno siente que Camila es la sacerdotisa de un rito que desconocemos. Su relación con el gato que opera como testigo y prueba del envenenamiento/posesión abona esa sensación que no se despeja por ser ella la que abre la puerta para el eventual exorcismo/cura. El misterio que anida en lo femenino es aludido, una vez más, con sutileza y una mezcla de respetuosa distancia y profunda conciencia de la ignorancia de algo que nos es atávicamente enigmático. La mujer es el lugar de la belleza, del conocimiento, de la fuerza que nos impulsa al cambio. Tanto poder no puede sino también, en cierta medida, generarnos algo de miedo.

 

Por Fernando E. Juan Lima

 

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