It Follows (LMDE)

It Follows
Estados Unidos, 2014, 94′

Dirección: David Robert Mitchell

Por Leonardo M. D’Espósito

Hay toneladas de papel gastadas en la relación entre el sexo y el cine de terror, y alguna justicia hay porque, efectivamente, ambas cosas han nacido para ir de la mano. El cine de terror nos muestra infinitamente vulnerables ante el Universo: algo que desconocemos puede destruirnos en cualquier momento. El sexo, el acto sexual, es algo similar: el placer que sentimos y el estado de excitación que quiebra toda distancia nos impide ver que es la situación de mayor fragilidad en la que podemos encontrarnos. No solo estamos desnudos, indefensos ante otra persona, sino que además ponemos en juego y acción una parte de nuestro cuerpo absolutamente vulnerable como los genitales. Por otro lado, la cultura occidental y próximo oriental, en nombre de entidades místicas, se ha hecho cargo de estigmatizar el sexo al punto de que su sola representación implicaba el paroxismo del horror, lo prohibido, profano y repudiable. Pareció en los años setenta que el sexo dejaría de implicar necesariamente el peligro cuando, entre otras cosas, se legalizó la pornografía. Pero el cine no pornográfico continuaba al mismo tiempo con la estigmatización peligrosa: recuerden el tremendo final de Buscando a Mr. Goodbar, film excretable donde Diane Keaton era una maestra que pasaba sus noches buscando sexo duro. Algún día las feministas deberían abordar este film como el alegato victoriano, machista y puritano que es, pero dejémoslo por ahora. Spoiler alert: aquel film terminaba con la dulce Diane hecha pedazos por el cuchillo de un muy joven Richard Gere, y el clima era ominoso, opresivo, del más puro cine de horror.

En los años 80 aparecieron el SIDA y Ronald Reagan, un matrimonio hecho en el cielo para volver a llevar a la sociedad estadounidense (y subsidiarias) a un nuevo estado de represión sexual. Pero decir que esta es la causa de aberraciones como Atracción fatal es un poco inexacto, porque, como dijimos, la idea de que el sexo es peligroso es una constante en las artes desde que a Flaubert le hicieron juicio porque Madame Bovary tiraba la chancleta. No está de más recordar que la muerte de Emma está descrita como un paroxismo de horror casi sobrenatural. En los 90 la cosa se calmó un poco pero el mercado (ver la nota sobre 50 sombras de Grey) llegó a un punto de cambio y el sexo pasó a formar parte del repertorio barato del cine.

Ese trastero de temas y formas suele ser el lugar donde los buenos cineastas, los que creen que no hay límites de temas sino búsquedas, suelen encontrar las herramientas con las que pueden sentirse libres. Imagino al realizador David Robert Mitchell pensando en cómo utilizar el viejo género en su favor, cómo construir algo nuevo, o al menos algo que valga la pena, con esas cosas que todo el mundo desprecia. Muchas veces el cine de género, especialmente el cine de terror, es el refugio de los cineastas porque los requisitos son simples: si asusta a la audiencia, el cielo es el límite. Cuando veo It Follows, veo a un cineasta que siente placer utilizando esas herramientas y que, además, les da nobleza ejerciéndolas. El primer paso en este tipo de historias es saber que no hay armas poco nobles: que es la mano que ejerce el azadón el que cultiva o asesina.

 

It Follows es un film de terror cuya receta incluye adolescentes, sexo, fantasmas o demonios, sangre, maldiciones. Es, también, una película que nos recuerda que John Carpenter es un genio del cine tan grande que puede inspirar a los cineastas a ser mejores. Porque este es el reino de Carpenter en más de un sentido. En principio, los elementos del guiso recuerdan a Halloween. En segundo lugar, hay una gran precisión en el montaje. En tercero, Mitchell le dedica espacio y tiempo a la experimentación formal con tomas de 360º, por ejemplo, que solo nos damos cuenta de que están allí cuando recordamos la película: mientras tanto, el mundo es tan consistente y tan tenso que solo nos preocupa salir de él habiéndolo visto todo (los 360º). Carpenter hacía lo mismo con el plano secuencia en subjetiva de Halloween, justamente; sin embargo, estábamos tan absortos en el peligro y el crimen al caer que solo cuando nos dijeron que había esa toma técnicamente sorprendente nos dimos cuenta de la hazaña. Es la segunda vez en este número que lo digo (o la primera si es que comenzó por acá) pero ese sentimiento deportivo es todo lo contrario de Birdman, donde en todo momento se nos obliga a aplaudir a Emanuel Lubezki por correr detrás de los focos. Eso es malabarismo, no cine.

De todos modos, la importancia de It Follows no radica en lo que hace gráficamente sino en que no nos damos cuenta, de que todos esos elementos de notable dominio técnico están allí porque son imprescindibles a la trama del film. El lector, que es perspicaz, podría decirme que lo mismo pasa en una película bastante menor, Oculus, que no está nada mal a pesar de cierta bobería. Pero en Oculus -para mencionar un ejemplo decente del terror de por estos días- la trama se diluye en el uso del montaje, en las mezclas temporales y en la metáfora. En cuanto una película se nos vuelve utilitaria, en cuanto notamos “qué quiso decir el realizador sobre el mundo de hoy”, nada importa: el terror se reduce al susto (y la risa, a mueca) porque todo es un mensaje cifrado. Que este sea “no revuelvas el pasado” o “no te vayas a dormir sin lavarte los dientes” es lo de menos: el poder de fascinación, la ambigüedad de las imágenes (cada una puede ser muchas cosas: depende de las demás), se disuelven.

Y aquí la trama de It Follows: una chica feliz tiene sexo con un desconocido. La cosa termina pésimo: el pibe hace algo horrible y a partir de allí una figura proteica que puede tomar la imagen de cualquier persona conocida o desconocida comienza a seguirla. Solo ella y quien ha sufrido la maldición puede verla. La maldición se pasa -como si jugáramos a la mancha- con el sexo. Pequeña vuelta: si la persona a la que le pasamos la maldición muere, nos vuelve a nosotros. Al final, el maldecido es boleta a menos que logre sacarse de encima el problema. Con un grupo de amigos -entre ellos el chico que la ama tiernamente y también uno que la desea carnalmente- trata de resolver el problema. Quedémosnos con esto porque el film es más que este hilo narrativo.

Si leyeron -y si no ven la película- pueden pensar que aquí como en el viejo slasher reaganiano del estilo Martes 13 (películas que nunca me cayeron bien, ni siquiera me asustaron) todo es una metáfora o, peor, una alegoría. El sexo sin amor es malo, y las consecuencias son nefastas; la presencia ominosa y terrible es alguna enfermedad venérea o simplemente el sentimiento victoriano de castigar a quien coge. Pero solo puede pensarse esto si no se ve la película, porque It Follows hace otra cosa: pensar por qué es que en cierto cine el sexo es una maldición. Por qué el castigo al sexo. La respuesta es mucho más compleja, porque el film incluye el amor y el sacrificio incluso a través del sexo. Yo tengo una respuesta que me gustaría compartir, y que habla de la inteligencia de la película, similar a la de esa otra joya autorreflexiva que es La cabaña del terror.

Cuando el sexo pasó a ser algo de todos los días, poco complicado, inmediato, cayó el último tabú. Eso es bueno. Pero también sucedió que el cuerpo desnudo dejó de ser algo extraordinario, algo que se entrega en la más absoluta de las confianzas. Ese momento peligroso del amor físico, que solo puede consumarse en la mayor de las seguridades o en la asunción absoluta del riesgo, dejó de ser tal. Todo, incluso lo más personal, pasó a ser individual y su único sentido, la satisfacción inmediata y fugaz. Lo que quedó abolida fue la trama que nos contiene, social o trascendente. Lo que desapareció fue el pasado y el futuro como cadena de causas y consecuencias. Como si en el cine el fotograma aislado lo fuera todo, digamos. Las persecuciones del ente en It Follows recuerdan la idea de que todos somos parte de una gran trama y de que ninguna de nuestras acciones está desconectada de las de los demás. Que aquello que hacemos implica una consecuencia para los otros. La proteica presencia que sigue a los protagonistas no es la maldición del sexo, sino la presencia constante de lo otro (ese “it”) y, sobre todo, del tiempo, cuyo fin es la muerte. El problema entonces reside en cómo combinar la satisfacción individual con los lazos afectivos con los otros, encontrar el equilibrio. Incluso aprender que compartimos, todos, la peor de las maldiciones: todos vamos a morir. En todo caso, la diferencia con el nihilismo finalista de La cabaña… reside en el sentido carpenteriano de It Follows: sí, la maldición existe; sí, el tiempo nos consume; sí, vamos a morir. Pero podemos hacer mucho para que el pequeño fragmento que nos toca tenga sentido: vale la pena, pues, darle pelea al tiempo. Esto implica, necesariamente, enfrentar su existencia.

Lo que It Follows representa, en el caso de que efectivamente sea una metáfora, no tiene nada que ver con el sexo sino con la maduración. La protagonista, la rubia Jay, es feliz, es joven, vive el presente porque no hay otro tiempo para ella. La realidad en forma de irrealidad fantástica y terrible, vestida como el reverso de un cuento de hadas, se hace presente y debe, pues, asumir que el mundo y el tiempo son mucho más que una imagen fija. Que en el paisaje hay otras cosas que no necesariamente podemos ver, pero que influyen en nosotros y hasta nos persiguen. Hasta el momento de contraer la maldición, la vida de Jay es un conjunto de momentos desconectados los unos de los otros. Luego, son una sucesión y una red donde el recuerdo se transforma en aprendizaje. Mitchell logra transmitir eso a través de invenciones notables, de secuencias donde él mismo aprende a utilizar lo que el paisaje o el ambiente le provee para construir cada paso hacia el tiempo de su (ya no anti) heroína. De allí que, incluso si podemos asombrarnos por los inventos visuales, el film es totalmente clásico: aquel cine era el que quería recuperar el tiempo perdido. Y por norma, las que terminaban de pie eran mujeres que podían fracasar pero jamás eran derrotadas. Scarlett O’Hara, que tendría más o menos la misma edad de Jay al comenzar su aventura.

Sin embargo, hay un cambio respecto de aquellos finales tristes pero esperanzados: el final de la película nos recuerda -nuevamente, Carpenter- que, aunque ya no estemos solos, ya no seamos un solo individuo en instantes fijos, aunque hayamos conquistado el amor y podamos pelear junto a otro, el tiempo y el mundo siguen girando y, terriblemente, nos esperan. Yo quiero pensar en It Follows no como en un film de terror con chicas ligeras de ropas sino como en un coming of age en plena forma, donde lo terrible de crecer es saber que, alguna vez, el tiempo no existía. La única esperanza, en todo caso, es que puede ser recobrado por el cine.

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