Intensa-Mente (FK)

Los mejores años de nuestras vidas
Por Federico Karstulovich

Una de las formas más tentadoras de abordar a las películas de Pixar (uno de esos casos en donde los productores son más autores que los directores en cuestión) viene con el irrefrenable impulso de lo autobiográfico, acaso un formato de escritura crítica muy sentido (y muy visitado en cierta crítica argentina, y de El Amante en particular) que parece dialogar plenamente con las películas de aquella productora, sobre todo las películas obsesionadas con el cambio de época y la asunción del paso del tiempo.

La tentación era grande. Pero no. Basta. Toy story 2, Monsters Inc., Buscando a Nemo, Toy Story 3 eran la tetralogía sagrada sobre el crecimiento (al menos del crecimiento pensado como una etapa de la vida que implica pasar, experiencias mediante, a otro momento y asumir el cambio).
Hubo otras grandes películas de Pixar, sí (Toy Story, Ratatouille y Wall-E, en menor escala Los increíbles y Up) así como algunas malas y olvidables (Monsters University, Cars 1 y 2, Bichos), pero la solidez de la tetralogía mencionada se basa en el poder universal de las historias narradas: siempre un mundo cerrado puesto en peligro por el universo exterior, ese peligro siempre vivido como la irrupción de una nueva experiencia y, finalmente, la aceptación de la experiencia en cuestión fundando una nueva época. Puro camino del héroe.

Por todo eso -por la renuencia del tema y por el potencial agotamiento- la inminencia del proyecto que implicaba Intensa-mente conllevaba un peligro monumental: o se agotaba deliberadamente el asunto de manera definitiva para la productora de las obras maestras mencionadas o sencillamente se caía en el lugar común repetido. Y de esa forma Pixar bajaba un escalón más respecto de sus últimas películas estrenadas.

A esto sumemosle un segundo y tradicional inconveniente: las grandes obras maestras de la productora nunca necesitaron hablar del mundo autónomo de sus personajes como metáforas torpes del mundo “real”. Bien por el contrario, la tendencia fue a independizarse cada vez más de cualquier posible tentativa que replicara el mundo exterior a la película. Esto indica que la estrategia centrípeta de muchas de las mejores películas funcionó en tanto la universalidad de lo narrado se concentraba en la experiencia interna y no en la realidad como argumento. Y es precisamente en esa dirección donde Intensa-mente invertía los polos: ya no optaba por la experiencia personal para ser universal ni la realidad para legitimar el mundo inventado, sino que elegía mirar hacia fuera para ampliar la experiencia interior, al menos como punto de partida argumental.

Momento: ¿esto quiere decir que Pixar optó por el realismo? No: optó porque el mundo exterior sea una excusa (y no el centro del problema) para que la experiencia interior (en tanto mundo creado por medio de abstracciones literalizadas como figuras infantiles) se convierta en algo radicalmente nuevo, como si la épica se hubiera hecho interior aunque en el mundo exterior hubiera cambiado más bien poco y el tiempo de la aventura hubiera sido mínimo.

Para ser más claro: ahí donde películas como Toy Story 3 capeaban la aventura en pequeña y gran escala, en Intensa-mente la aventura es grande aunque exteriormente parezca de pequeña escala. Y esto se debe fundamentalmente a que la película logra entender, con un nivel de síntesis pasmoso, que todo lo que en las otras grandes obras de Pixar estaba: la idea de la vida como una ciénaga en movimiento constante, donde de un momento para otro todo lo que era estable puede ponerse en crisis.

A su vez no comprendo por qué los detractores de esta gran obra maestra entendieron que una representación abstracta de las emociones humanas (representación codificada a un mundo interno pero que varía de persona a persona) tenía que implicar invariablemente una simplificación o, peor aún, una literalización de la experiencia en cuestión: Intensa-mente precisa parecer simple para poder dar cuenta de la aventura compleja de la formación de una personalidad. La clave para entender esto está en que el peligro jamás puede ser para las emociones sino para el espectador en tanto reconocimiento vital: la idea de la destrucción de las islas de la personalidad así como el sacrificio del amigo imaginario para lograr, presuntamente una reestabilización de las emociones son menos un peligro material que un peligro emocional para con el espectador, precisamente porque la aparente literalidad de la propuesta es extrema el poder conceptual de lo narrado es demoledor: es menos un cuento moral el que se narra que un proceso personal que se describe. Modernidad y clasicismo dándose la mano.

El punto es que cuando la película termina no se nos hizo atravesar un rosario de lugares comunes de autoayuda sobre la superación personal, sino, por el contrario, se buscó entender la volatilidad del comportamiento humano sin siquiera atreverse a moralizarlo. Por eso ahí donde la película parece simple, literal, colorinche e infantlizadora del comportamiento humano en realidad está funcionando como perfecta abstracción, es decir, la presunta literalidad de lo que vemos es apenas un punto de partida, justamente porque esos personajes conceptuales funcionan menos como personajes que como vehículos de la experiencia. En relación a este punto Pixar logra su película menos humana (en relación a la caracterización de los personajes en general) y a la vez más empática con el espectador (porque mediante el sistema de falsas literalizaciones logra un proceso de abstracción acabado: entender que nadie está sujeto a ninguna clase de seguridad y que, por el contrario, cualquier cosa parecida a la tierra firme es tentativa).

Pixar entendió el cerebro no como una aventura literalizada, a las emociones no como reproducciones de lugares comunes de un múltiple choice laboral, sino como un punto de llegada perfecto para construir el más íntimo y privado de los mundos como un lugar de resistencia…que a duras penas terminará resquebrajado y vuelto a construir. Pero también parece haber llegado a su límite. La gran pregunta para Pixar es cómo seguir.

Intensa-mente es una obra maestra, sí. Pero también un camino sin salida.

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