Por Fernando E. Juan Lima
Hoy realmente comienza el festival. Mia madre de nuestro querido Nanni Moretti venía precedida de un tibio recibimiento por parte de la crítica. Nunca hay que confiar demasiado: debían ser los mismos que aplaudieron las últimas películas de Kore-eda, Kawase y -peor- Van Sant. Con la edad Moretti parece algo más calmo, hasta resignado, pero sus temas, su mirada, su filo, siguen ahí, presentes. Como en La habitación del hijo, la película gira en torno a una muerte, pero esta vez es anunciada, serena, predecible, aunque no por eso no dolorosa. La despedida es la mater familias (encantadora profesora de latín, adorada por sus alumnos) y allí están sus hijos haciendo -como todos- lo que pueden frente a lo inevitable. La hija es directora de cine «social y comprometido» (Margherita Buy) y el hijo, un ingeniero que decide abandonar todo para acompañar a su madre en sus últimos días (el propio Moretti). Vemos escenas de la filmación de la película dentro de la película, en la que John Turturro es la estrella internacional invitada; también a la hija de la directora, que se resiste al principio a cumplir con el mandato familiar de estudiar latín, así como referencias acerca de cómo impacta el proceso en la familia y amigos. El clásico Moretti cascarrabias, que impone su punto de vista con vehemencia, lo ocupa esta vez una mujer, la citada directora de cine. Aun así, lo cierto es que también encontramos al realizador en el actor que se queja de los diálogos imposibles y pide un poco de realidad, y en su propia madre en la ficción, que recuerda términos desusados y se resiste al abandono de ciertas formas, estructuras y principios. Mia madre produce la extraña sensación de asistir a una especie de transmutación, en la que Moretti aparece como actor de una película dirigida por otro. Y ese otro es nada menos que Moretti. El componente humorístico, reflexivo y autoconsciente, tiene que ver con el mundo del cine, sus pequeñas mentiras y vanidades. Lo emotivo, ligado al mundo de la familia, consigue el prodigio de funcionar incluso con la sucesión de mecanismos que recortan, distancian y vuelven sobre el artificio, sumando cortes, ficciones dentro de la ficción, sueños y recuerdos. Inteligente obra de la madurez, Mia madre conmueve hasta las lágrimas. Además, como de costumbre, hay una hermosa escena de baile. ¿Qué más se puede pedir?
En la Quincena de los realizadores, doble programa excepcional: la primera entrega de As mil e uma noites (Volume 1, o inquieto), de Miguel Gomes, gran película en la que encontramos la summa de toda su obra así como una búsqueda distinta a todo. Preferimos no adelantar demasiado hasta ver las dos partes que restan. Luego, Trois souvenirs de ma jeunesse, de Arnaud Desplechin, compitiendo por derecho propio para ocupar el lugar de la mejor película del festival de las vistas hasta el día de la fecha (gran noticia tras el paso en falso dado aquí en la competencia oficial con Jimmy P.-Psychotérapie d’un indien des plaines). Lo que comienza con un evento cercano al cine de espionaje propio de la guerra fría muta en historia de crecimiento e iniciación en aquellos modernos ochentas en los que todavía no había internet ni teléfonos celulares. Desplechin juega con el tiempo y las elipsis; divide la pantalla en dos, en tres, en cuatro; relaciona los tres recuerdos que dan título a la película y estructura la narración en gran parte como una comunicación espistolar (sí, estamos hablando de tiempos en los que todavía se escribían cartas). Sin embargo, el clima de intriga y de espionaje nunca abandona el cambiante devenir que termina como historia de amour fou pero siempre nos atrapa. Posiblemente la mejor película del director de Rois & Reine y Un conte de Noël.
Para terminar un gran día, de vuelta a la competencia oficial: Carol, de Todd Haynes. Nueva York en los años 50 no es un buen lugar para una mujer casada y con una hijita de 4 años para permitirse disfrutar de sus gustos homoeróticos. El melodrama familiar, el comienzo de una relación amorosa y la película de juicio son elementos que están allí, pero interesan menos al director de I’m not there que el personaje que da título a la obra, interpretado por Cate Blanchett (disgresión: ¿Cate por qué te tocaste la cara? Todavía estás a tiempo, ¡no sigas!). Podríamos pensar en Lejos del paraíso como referencia, pero estaríamos equivocados. Haynes posee el poco habitual eclecticismo como para encarar cada proyecto respetando el ritmo, el aliento y el estilo de lo que está contando. Y, en este caso, lo que prima es el impulso vital de una persona que antepone a todo su dignidad.
¿Cómo terminar un gran día? Reparando la imposibilidad de ver una película que ¡pasó antes por el BAFICI que por Cannes! La dama de Shangai, de Orson Welles (parte de un mini-foco en Cannes Classics por los 100 años de su nacimiento) vista como nadie que no haya asistido a su estreno puede verla; recuperada y restaurada en 4K a partir de los negativos originales.
El dia de hoy, solo, basta para afirmar que la edición de este año está muy por encima de la del año pasado. Hasta mañana.