Entrevista con Guillermo Pfening

En busca de la voz propia
Por Nadia Marchione

¿Cómo se te ocurrió empezar a dirigir? ¿Fue con el corto Caíto o antes?

Antes del corto había hecho una obra de teatro que se llamaba Alice. Una mujer llena de vida. La había hecho con un grupo de teatro con el que veníamos trabajando: unos dirigían y otros actuaban, y ahí a mí me tocaba dirigir. Ya habíamos hecho otras obras y escribí esa que tenía que ver con mi mamá.
Y después con mi hermano había algo de que quería dirigir un corto. Venía haciendo algo de cine; había hecho algunas películas, no había hecho Nacido y criado todavía –de Trapero– y estaba trabajando en un programa de televisión en Telefe para el cual me habían prometido que iba a tener mucha participación y al final no hacía nada. Estaba todo el día en el camarín, aburrido. Y un día ahí empecé a escribir en un papel este corto, porque había ido a ver una obra de teatro en el Espacio Callejón y vi una postal que decía Deseo que me había llamado la atención. La imagen era una torta con velitas, y la doy vuelta y era el concurso Georges Méliès. Entonces ahí a la semana, trabajando en Telefe, pensé: voy a escribir algo para presentar ahí, porque la palabra Deseo me llamaba la atención. Lo escribí en un cuaderno, me junté con una amiga –Ayelén Dotti– y con Guadalupe Gaona, que es una fotógrafa compañera de la facultad (yo estudiaba Artes en ese momento) y me acompañaron a Marcos Juárez un fin de semana a filmar el corto. Después lo presentamos y ganamos el concurso George Méliès.
Y se me ocurrió sin pensarlo. Empecé a notar también como actor que había cosas de las que yo quería hablar y de las que los guiones no hablaban, empezaban a no gustarme algunos proyectos, guiones… y nació esa necesidad de querer tener una voz. Hablar un poco. Eso. Pero fue intuitivamente la manera en la que se dio adentro mío. Fue muy intuitivo. Y después a nivel formal fue eso: todo lo disparó ese día que fui al teatro a ver esa obra y vi esa postal; como que despertó algo que quizás estaba ahí.

 

¿Y en qué momento se te ocurrió que eso podía llegar a convertirse en un largometraje?

Ganamos el concurso. Me daban un pasaje para ir a Toulouse. Fui a París a presentar el corto, y la Municipalidad de Marcos Juárez me dio otro pasaje y fuimos con mi hermano a París. Y allá en un momento en Toulouse –borrachos los dos–- mi hermano me dice: “Che, y ahora que hicimos este viaje no vamos a hacer otro más?” “Y no sé”, le digo. “Bueno, hagamos una película o algo, sigamos viajando”, me dice. Entonces no sé si surgió ahí, pero yo empecé a pensar en la idea de hacer una película. Yo recuerdo esa anécdota pero no es que en el momento dije “ah, dale, vamos a hacer una película”. No sé, después hubo un momento en que empecé a pensar en esa idea, que era solamente una idea que surgió, pero era más fábula: él era algo así como un héroe subido a su caballo. Como lo que hay en el medio de la película sería. Solo eso era la película.

 

¿Y después cómo se te ocurrió juntarlo con la parte documental?

Bueno, toda esa ficción, que era muy linda, también era muy delirante y carísima.
Todo eso lo escribí con Carolina Stegmayer (que es la que hace la porteña en la película). Y al INCAA presentamos todo eso. Ese guion. Y en un momento se atrasa la cuota del INCAA y se arma medio quilombo porque la película tenía que ser filmada ese verano, y se nos pasa el verano. Y eso, que se nos pase ese tiempo, hizo que nos replanteemos con Trapero y con Caro si era realmente eso la película, si no le faltaba algo, y por qué no recuperar algo del corto, que tenía algo muy genuino, porque todo se había transformado más en una cosa de fábula.
Entonces pensamos en convocar a alguien para que nos ayude con esto más autorreferencial y llamamos a Agustín Mendilaharzu. En el primer encuentro, Agus nos da un texto de Borges para leer a mí y a Caro que hablaba mucho de esto de la autorreferencialidad. Y a partir de ahí empezamos a trabajar con Agustín y con Caro, un proceso muy lindo. Y fue así: ese atraso de la cuota nos llevó a realmente encontrar el germen, a reencauzar el proyecto.
Y hay dos etapas: lo que estaba guionado era la primera y la segunda etapa; o sea cómo empezaba ese falso documental, se transformaba en una ficción y terminaba en el asado, ¿no? Pero cuando yo veo todo ese discurso que mi hermano hace al final, que es larguísimo, lo corté bastante porque él se emociona mucho y estaba borracho. Es así: se levanta a la mañana con un orzuelo, mi papá le da un calmante, llega allá, y entre el calmante y lo que tardamos en hacer la escena (porque yo estaba haciendo otra escena que al final no usé), y guitarreada y guitarreada, dos copas de vino o tres, llegó un momento que me dice “cuándo vamos a hacer la escena” y yo le digo “uy, ya estás borracho”. Entonces armamos todo para hacerla y estuvo muy bueno, fue muy emocionante, pero cuando yo veo el material me parecía que estaba muy expuesto él. No se acordaba qué había dicho, era un momento muy emocionante porque era realmente el final de la filmación después de estar cuarenta días con esa gente ahí todas las noches, guitarreada, la película, no sé, todo… era como un cóctel medio explosivo. Y lo vi y era medio Gran Hermano: o sea, esa gente a la que la llevan a la televisión y se emociona en cámara y le ponen la musiquita. Entonces pensé “¿qué hago con esto?”. Y bueno, lo traje a Buenos Aires, y lo pensamos con los otros dos guionistas, reinauguramos esta tercera etapa, como una etapa de posproducción donde él se ve a sí mismo (en el plano final está viendo realmente la película por primera vez). Entonces esa tercera etapa salió ahí.
También esto de interrumpir la ficción con backstage o comentarios míos es algo que venía haciendo desde el principio de la película y no sabía si se iba a usar, y después errores como estos medio bloopers que hay también los sumé al final. Como que fue una estructura que estuvo siempre abierta, por suerte.
También hicimos como un año de montaje. Eso fue muy sabio de parte de Trapero, porque yo estaba un poco ansioso y él me frenaba y me decía “tranquilo, que cierre todo, vamos el año que viene” y editábamos y él me mandaba a tomarme dos meses. Yo me tomaba uno y volvía, y así estuvimos durante más o menos seis meses y la verdad es que estuvo bueno eso.
Todo estuvo bueno: escribir con guionistas, abrir el proyecto, porque si no era como muy ensimismado, ¿no?

 

Vos elegís mostrar cosas de la enfermedad de tu hermano que la “magia del cine” te hubiera permitido obviar. Sin embargo, las mostrás, y lo hacés de un modo muy amoroso y natural. ¿Esto es un reflejo de cómo vos tomás la enfermedad de tu hermano? ¿Siempre la viviste así o cómo fuiste acercándote a esto?

Lo que pasa es que yo me crié con él con 14 meses de diferencia. Mi hermano más grande, Federico, sin hacerlo adrede, tuvo otra manera (si bien ahora ya no) de relacionarse con él y con su enfermedad porque fue más distante. En cambio Caíto y yo íbamos al mismo prescolar, jardín… después como él empezó a tener problemas de aprendizaje, de concentración (porque es una de las características) para él el problema era la escuela. Entonces fue rotando de escuela hasta que se quedó en una, pero hasta segundo grado íbamos al mismo lugar. Entonces ahí nos alejamos en la escuela pero después jugábamos juntos, el barrio, el fútbol. Era hacer todo juntos. Hasta que llegó un momento de la preadolescencia en que ya nos separamos un poco.
Él empezó a quedarse sin poder caminar demasiado por una quebradura que tuvo a los 16 más o menos. Dejó de caminar a los 20, pero a los 15 o 16 ya si lo tocaban se caía. Entonces yo recuerdo por ejemplo entrarlo a un boliche y sentir la mirada ajena. Pero con eso desde el primer día que me pasó sentí como una potencia, como que era algo que (pensado de una manera un poco más adolescente) me hacía más bello, el hacerme cargo de eso. Como que de última si alguien podía pensar algo era “qué buen pibe”, no sé. Lo tomé como adolescente, como algo así. Sin querer dar nada, como que pensé “si va a ser así, bueno, esto me suma”.
Y con respecto a eso en la película, decidimos con Agustín que él explique qué es lo que tiene de entrada. No queríamos jugar ni especular con nada. De entrada, que fuera un “yo tengo esto, esto, y esto y esto”. Y de ahí en más con este personaje vamos a hacer una película. Y lo loco es que dice que tiene distrofia muscular y después de hacer la película se entera que tiene miopatía mitocondrial. Pero bueno, son las cosas de la ciencia… Entonces queríamos eso: tirar las cartas de una. Y esto de ver cómo lo manejamos y lo mostramos, yo incluso creo que me quedé con ganas de más. Porque en el corto muestro algo de cómo él maniobra las manos para lavarse los dientes…

 

Es que lo que hace con las manos ahí, si bien uno sabe que es parte de una discapacidad, pero es algo muy lindo. Me hacía acordar a la parte de la película Pina donde un hombre baila O Leãozinho –de Caetano Veloso– solo con las manos. Porque lo que hace tu hermano ahí, con la precisión que lo hace…

Sí, es como un prestidigitador. Con una rutina. Como los tipos del casino que mueven las fichas. Eso de la rutina, ¿no? La automatización del movimiento.
Y eso me hubiera gustado que esté en la película. Había algo de los detalles esos que a mí me gustaba.

 

¿Y para vos cómo fue esto de juntar Marcos Juárez, amigos y familia de toda la vida, y gente que conocés de acá, actores, compañeros de trabajo?

Filmar en una ciudad chica como Marcos Juárez es muy cómodo porque tenés todo a mano todo el tiempo. Y lo que hice fue mezclar una parte de acá, el equipo técnico, que a muchos los había conocido en películas donde trabajé, con gente de allá. Entonces está Lisandro, un amigo que estudió cine en Rosario, o Diego que fue mi profesor de audiovisual de Marcos Juárez. O sea, también junté mucha gente de Marcos Juárez que sentí que estaba bueno que estén en un proyecto más o menos grande o más profesional, por ahí. A muchos más les pregunté, muchos no podían, pero los convoqué a ellos.
Y después amigos también: Lucas Ferraro, que hace de amigo de mi hermano, es amigo de él. Él junto con Tomás Fonzi son de mis amigos los que más lo conocen. Hace diez años, cuando hacíamos Costumbres argentinas en la tele, teníamos una banda. Entonces a mi hermano, que es re negociante comerciante, se le ocurrió que podía ser un éxito llevar a Los monos tremendos (así se llamaba la banda) a Marcos Juárez. Y fue un fracaso. Bueno, no fue poca gente pero no tanta como la que él creía. Entonces ahí lo conocieron. Y a partir de ahí, tanto Fonzi como Ferraro, lo adoptaron un poco como hermano: lo van a buscar, lo traen acá… y más que nada Lucas, un poco es su amigote. Después Bárbara Lombardo, Romina Ricci… es toda gente con la que yo ya había trabajado y los conozco. Tenían que aceptar también poca guita, conocerme a mí, iban a ir a Marcos Juárez. Y estuvo muy bueno, ayudó un montón de gente de allá, fueron unas semanas muy lindas…

 

¿En cuánto tiempo la hiciste?

Hicimos la primera parte –menos la escena del tanque australiano, pero sí la parte documental– en dos semanas en octubre. Y después toda la ficción, más la escena donde las actrices y Stagnaro llegan al hotel, más el tanque australiano, las hicimos en el verano.
Bueno, Stagnaro es otro caso. Yo quería ir con Fanego, pero me colgué, le di tarde el guion, entonces él ya no podía, y entonces yo había laburado como actor con Stagnaro y él siempre me hacía recordar en algo a mi papá y le dije. Y me pareció interesante que yo siendo actor pase al rol de director, y que un director con el que yo haya trabajado pase al rol de actor. Es como otro juego que tiene la película.

 

¿Y a Caíto cómo le resulta verse a través de tus ojos?

Le gusta mucho. Al principio él quería una película distinta. Cuando vio esto así me dijo “está bueno, pero yo quería otra cosa”. Y ahora que empezó a ver un poco que a la gente le gusta, bueno… le gusta más. Pero él quería como una fábula, pero le gusta, se la muestra a todo el mundo. Él hace su promoción desde allá, vía Facebook, y está invitando a todo el mundo al estreno… Él es un embajador un poco de la peli y también disfruta todo el proceso, no solo el hacerla. Y hay un montón de cosas que estuvieron buenísimas para él: esto de tener una rutina de trabajo durante cuatro semanas, y se la re bancó. Y después se bancaba la guitarreada, y la noche, y a la mañana siguiente se levantaba. Y después ya sabía errores de continuidad, por ejemplo, cómo tenía el pelo, se acordaba de cosas así…
Él cuenta siempre que cuando hicimos el corto fue “ah, dale, qué hincha pelotas”. Cuando hicimos la película, si bien fue un proceso más largo, y en preproducción yo le iba diciendo, leyendo, ensayando (no quería ensayar), y cuando llegó el primer día de filmación y vio el camión, los equipos y todo, dice que ahí pensó –porque hasta entonces él pensaba que éramos un grupo de hippies que veníamos interrumpirle la siesta– “ah, bueno, esto va en serio”.
Y como actor, para mí está muy bueno lo que hace. Cuando se enoja con Stagnaro está muy bien. Transita diferentes estados. Está buenísimo.

 

¿Vos estudiaste dirección de cine o fuiste aprendiendo de los directores con los que trabajaste como actor?

No, fui aprendiendo de las pelis que hice. Estudié Artes en la UBA. Hice todas las materias de cine y teatro y después no la terminé… pero ahí leí mucha teoría, vi muchas películas…
Y traté de rodearme de un equipo de gente que me ayudara a pensar en la parte técnica. Fue un gran trabajo en equipo toda la película. Cuando yo entregué el guion a cada cabeza de equipo, la devolución que vino de eso fue impresionante, y enriqueció muchísimo. El arte también, de Mariela Rípodas y Paola Delgado, de vestuario, le dieron unos colores a la película que a mí me encantan. Tiene coherencia todo el tiempo, me parece que está bueno.

 

¿Y te dan ganas de seguir dirigiendo?

Sí, sí. Voy a seguir.

 

¿Ficción o documental? Porque acá como que hacés las dos cosas…

Sí, un híbrido. Y mirá… creo que quiero seguir trabajando con temas personales. Eso me parece como básico. Le tengo un respeto al cine que no se lo tengo a otra cosa. Que no lo tengo cuando actúo yo. Me parece que si voy a dirigir quiero hacer cosas que realmente quiera decir y que necesite transformar en un hecho artístico. Algo personal. Entonces creo que en la segunda película voy a hablar un poco de mi madre y en la tercera un poco de mí. Eso es lo que sé hasta ahora. Y creo que esto de mezclar un poco, de jugar un poco con eso, puede seguir dando buenos frutos y puede estar bueno. Tengo material. Así que creo que seguiré por ahí. Ahora tengo que ponerme a escribir. La excusa es que “estreno esta y después empiezo”. Así que tengo 25 días para empezar.

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