Se levanta el viento (HS)

El viento se levanta
The Wind Rises
Japón, 2013, 126′

Dirigida por Hayao Mijazaki

Retrospectivas
Por Hernán Schell

Publicada originalmante en El Amante #263

Si quieren leer algo perturbador en Internet les recomiendo poner en google “Totoro es la muerte”. Si hacen eso serán conducidos a páginas que aseguran que Mi Vecino Totoro cuenta en verdad la historia de tres personajes (una madre y sus dos hijas pequeñas) que terminarán muertos hacia el final del relato. En esa interpretación resulta que el adorable bicho Totoro no es otra cosa que un espíritu que funciona como un pasaje entre la vida y la muerte. Lo más fuerte de esa interpretación es que no parece tratarse de un disparate hermeneútico basado en figuras difusas que se ven de fondo –como ha pasado por ejemplo con las lecturas más ridículas de El Mago de Oz–, sino en una serie de hechos concretos que se muestran en la película, sumado a una serie de carteles en japonés que –se supone– dicen explícitamente cosas como “camino al cementerio”. Por supuesto, al desconocer el idioma nipón ignoro qué tan confiable pueda ser esta interpretación, pero si vamos al caso, si esa explicación es convincente es en parte también porque Mi vecino Totoro parece estar recorrida por una atmósfera secretamente mortuoria o fatalista. A la película le sobran situaciones que coquetean con la muerte: la madre que padece una enfermedad grave, la nena que de pronto desaparece y de la que se encuentra una sandalia (que la hermana al ver llora), parecen siempre estar anunciando una tragedia que acaso nunca viene. Esto resalta aún más en un film que pareciera tierno por antonomasia, que parece estar tan obsesionado con sacar la desgracia de fondo que uno empieza a verla por lo explícito de su ausencia. Pienso en algún punto que Miyazaki siempre deja intuir algo así. Incluso en sus películas más luminosas parece haber una oscuridad secreta y de hecho para confirmarlo existen varios largometrajes de este realizador que confirman que su cine puede estar afectado de un pesimismo atroz. En ese punto Miyazaki se parece a Spielberg, otro cineasta en el que de vez en cuando gusta asomar una angustia que todos sospechamos de antemano.

Pensaba en todo esto mientras veía El viento se levanta, la última película del que fuera uno de los mejores cineastas del mundo. Si utilizo el verbo en pasado es básicamente porque Miyazaki anunció ya su retiro de la dirección dejando a este largometraje como su obra final (aunque ya había anunciado su retiro con otras películas). Que quizás esta sea su última película es doblemente triste, en principio porque sabemos que con su ausencia se pierde una de las mentes más creativas del cine de las últimas décadas, en segundo lugar porque Miyazaki se ha despedido con la que quizás sea su película más deprimente, una obra maestra en la que decide contar por primera vez una historia real –aunque tergiversando fuertemente los hechos históricos– y prescindiendo de cualquier elemento sobrenatural.

El viento se levanta cuenta la historia de Jiro, un ingeniero aeronáutico brillante que termina utilizando sus conocimientos para construir los aviones que Japón utilizará en la segunda Guerra. Si bien como decíamos acá no hay elementos fantásticos, lo más cercano a eso se da en las escenas de los sueños y charlas imaginarias de Jiro, quien empieza teniendo una visión premonitoria y gusta de mantener conversaciones imaginarias con Caproni, un diseñador de aviones italianos que Jiro  parece invocar cada vez que se encuentra en una situación personal difícil y necesita reunir fuerzas para acordarse de su vocación.

La relación con los sueños y lo imaginado no parece casual en una película con una organización temporal desconcertante. El viento se levanta posee una narración de apariencia clásica que de pronto puede hacer elipsis bruscas que terminen sacando a un personaje de manera abrupta o que nos haga enterar repentinamente de personajes aparentemente claves que murieron. Más llamativo aún, The Wind Rises se propone como una película histórica que prescinde de manera muy consciente de las fechas en las que transcurre la película. Es decir, sabemos que esta película se ubica antes de la Segunda Guerra y durante la época en la que Japón empezó a renovar de manera muy ostensible su armamento militar, pero la película nunca termina de aclararnos qué tan cerca o lejos estamos de que se produzca ese conflicto. De hecho a Hitler se lo nombra una sola vez y jamás vemos ni una esvástica ni escuchamos hablar de Hirohito. Apenas se habla de un conflicto inminente en el que participarán varias naciones y de una tragedia anunciada en la que un puñado de países sedientos de dominación terminarán llevando a sus propias naciones a la perdición y la deshonra. Lo más curioso sin embargo es que nunca se vea ningún cadáver en toda la película. Cosa llamativa teniendo en cuenta que en El viento se levanta pasen tragedias horribles (como terremotos o visiones de pilotos de aviones cayendo en combate) o se ponga a personajes muchas veces en situaciones de peligro o de violencia (la pelea a puño limpio que se elipsa bruscamente, un Jiro que parece a punto de caerse del balcón por buscar un avión de papel, una chica que está por caer de un tren por buscar un sombrero, un motor de tren que se anuncia que explota y jamás lo hace). Hay a lo sumo un momento de quiebre muy específico en la película en la que por primera vez se habla de tuberculosis. Si uno observa bien el film de Miyazaki se dará cuenta que a partir de que se nombra esa palabra la película se vuelve más oscura y hasta opresiva, al mismo tiempo que el diseñador se vuelve una persona cada vez más obsesiva en su trabajo y cada vez más demandado por el ejército japonés. No obstante, la violencia sigue transcurriendo fuera del campo visual. Es algo similar a lo que pasa con Mi Vecino Totoro, en la que desgracia se siente cercana no tanto por verla sino porque siempre amenaza por llegar. La diferencia, claro está, es que mientras en Mi Vecino Totoro lo terrible sólo puede percibirse a partir de interpretaciones, en El viento se levanta queda muy claro que la no mostración de la muerte está más cercana a una mirada pudorosa hacia la muerte (esta idea de no atreverse a verle la cara, de mostrarle temor mediante la puesta en escena, tal y como le gustaba a Daney) que a cualquier otra cosa.

Quizás la explicación más sencilla de esto sea que Miyazaki está contando la película a partir del punto de vista de un protagonista encerrado en su vocación, demasiado obsesionado con sus diseños como para ahondar demasiado en todo el horror que lo rodea y las intenciones siniestras de su gobierno. Hubiera sido fácil, creo yo, ir por el lado de mostrar a Jiro como una suerte de ingeniero genial pero trágico, un soñador que sólo quiso hacer el mundo más bello y terminó dándole poder de fuego a Hirohito y transformándose en un engranaje clave para una maquinaria militar despiadada. El principio incluso parece mostrar eso: lo vemos a Jiro como alguien que de chico es capaz de defender a una persona siendo acosada por personas mayores, lo vemos después como un ciudadano amable y bondadoso, y lo seguimos viendo como un trabajador incansable que se gana sus puestos en buena ley. Sin embargo hay una rara dualidad en Jiro: en la medida en que sigue evolucionando como ingeniero aeronáutico y avanzando en sus puestos, más consciente es de que sus invenciones tendrán que ver con la maquinaria belicista de un gobierno irresponsable. O sea, el mismo Jiro que era capaz al principio del film de asistir a personas heridas o a punto de ser golpeadas puede ser al final un diseñador de herramientas hechas para que millones de soldados maten y mueran en combate.

¿Juzga entonces Miyazaki a su personaje?. Difícil saberlo, se sabe que este director supo ser un lector asiduo de Marx y se sabe que para el pensador alemán los seres humanos somos al mismo tiempo productores y parte de un engranaje histórico. A la historia, decía Marx, la hacen los hombres, pero no según sus deseos sino según las circunstancias que le tocan vivir, con hombres de poder que son del mismo modo hacedores de un tiempo y marionetas inevitables del mismo. Del mismo modo Jiro parece muchas veces un diseñador que está condenado por su habilidad a ser una tuerca esencial para el desarrollo de las armas en un tiempo marcado por una violencia reinante.  Sin embargo, hay un hecho inquietante en esa película y que tiene que ver con la relación que el personaje principal termina teniendo con su novia –y hacia el final esposa– llamada Nahoko. Si uno observa la película es fácil darse cuenta de que Miyazaki ve tan como tan inevitable la relación que Jiro tiene con el ejército como aquel amor trágico que termina entablando con Nahoko. Jiro ama decididamente a su esposa, al punto tal que es capaz de besarla incluso cuando ella padece de una enfermedad de fácil transmisión como la tuberculosis. Sin embargo también es cierto que en pos de seguir con su trabajo Jiro no la visita a ella en las montañas (donde Nahoko tiene que estar para no sufrir tanto su enfermedad) y cuando ella vuelve al pueblo para casarse Jiro pasa poco tiempo con ella porque debe ausentarse días para probar su diseño de avión. El único justificativo que hay para que Jiro haga esto es que su propia pareja pareciera estar de acuerdo con este tipo de relación distante, incluso ella misma decide hacia el final que su marido deje de verla para que no tenga que contemplar el espectáculo de su decadencia física. En algún punto es como si la propia pareja tácitamente decidiera mantener su historia de amor lo más ideal posible, ahí donde la tragedia no pueda ser visible. Y ahí está creo yo el corazón de esta película, en el idealismo de personajes encerrados en sus mundos de amores personales o profesionales, en el caso de Jiro enamorado de la idea del avión pero no del ejercicio que se hará con el mismo, de la idea de la pareja pero no del ejercicio marital en sí. Hay algo de quijotesco en Jiro, en su necesidad de encerrarse en un mundo de cálculos en la que no cabe espacio para otra cosa. Pero justamente es ese afán quijotesco, esa necesidad de estar en un mundo ideal, lo que película parece cuestionar éticamente. Acaso Jiro es menos inocente de lo que pensamos, menos preso de la historia de lo que se presume y más alguien que hizo que sus decisiones concretas condujeran a cosas que no debieron haber pasado. Es raro si se piensa por un momento: El viento se levanta explora dos figuras que en Miyazaki casi siempre fueron sinónimo de liberación y que acá son puestos fuertemente en crisis: el volar y los sueños. En el cineasta nipón volar fue casi siempre un sinónimo de liberación, lo mismo sucedía con la relación entre los hombres y sus fantasías. En general era la relación de sus personajes con elementos que podían provenir de su propia imaginación lo que les permitía salir finalmente adelante y entender mejor el mundo que los rodeaba. En El viento se levanta en cambio los vuelos son finalmente instrumentos que condenan a sus pilotos y las fantasías excéntricas de sus personajes un elemento que los encierra en proyectos cuyas bondades son finalmente puestas en duda. Por eso no es casual Jiro termine la película dudando de su propio oficio y los alcances de sus invenciones, en esas dudas también están encerradas las de un cineasta que en su última película decidió también cuestionar su propio universo. Interesante la actitud: hay cineastas que en su último canto del cisne deciden hacer una summa final de sus temas, Miyazaki es quizás el único que nos deja como legado final su propia duda. No podía esperarse una salida común de uno de los cineastas más extraordinarios de las últimas décadas. Se lo va a extrañar.

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