El Picasso de Persia (Fifi Howls From Happiness)

Fifi Howls from Happiness
Estados Unidos/Francia 2013. 96′.
Dirigida por
Mitra Farahani

ARTE: Concha blanca en una palangana con agua

Diccionario abreviado del surrealismo, André Breton y Paul Eluard

Por Maia Debowicz.

Una de mis historietas favoritas de Daniel Clowes es Caricatura: un relato en primera persona de un caricaturista amargado y pesimista que tiene que enfrentar cinco días en el Festival de las Artes de Twin Lakes retratando a muchísimas personas insaciables sin poder inhalar oxígeno. ¡Haz que parezca más guapa!, le exige una señora con jopo y cara redonda al casi cuarentón caricaturista cuando éste tira las primeras lineas del retrato. Mal Rosen trabaja por encargo como lo hace Bahman Mohasses, el artista plástico iraní protagonista de El Picasso de Persia, la película internacional ganadora del 16 Bafici. Entre el desfile de humanos que necesitan ser interpretados por Mal Rosen como una belleza compulsiva, aparece Theda, la única chica que no intenta manipular los movimientos veloces de su desanimado lápiz. Mal la mira y la dibuja con una sonrisa que no tiene, haciendo de su ojo morado una realidad invisible. La joven adolescente lo mira desde abajo, como si fuera una hormiga observando a un elefante. Esa misma relación despareja reside en el documental El Picasso de Persia: Mitra Farahani lo monitorea, escucha atenta los latidos de su corazón freezado y le hace preguntas con una actitud condescendiente. Tan condescendiente que por momentos es el propio retratado quien decide cuestiones formales y narrativas de la película, tal como sucedía con los dibujos del protagonista de Clowes. Mohasses quiere controlar absolutamente todo: «Voy a contar mi historia para que nadie escriba mi biografía como le plazca», nos dice con tono prepotente. Lo que aún no sabe es que el cine como soporte es mucho más poderoso que su vida ya que, como sus obras de arte, lo harán sobrevivir hasta el desenlace de la película.

 

Mal y Theda charlan mucho sobre el arte y los dilemas que arrastra desde hace siglos: «Yo creo que hacer una obra de arte debe ser como cagar», exclama Theda. Arthur C. Danto escribió libros y libros intentando definir el concepto y jamás logró un acercamiento semejante al significado como lo hizo este personaje de Clowes. Fragmentada en cuatro capítulos, El Picasso de Persia, como tantos documentales sobre el «mundo» del arte, recorre la carrera del pintor con esos delicados guantes blancos que se usan para tocar fotografías muy antiguas; sin interpelar demasiado a Mohasses. Pero es justamente esa limitación en el carácter de la directora lo que hace que el documental sea atractivo ya que lo que encuadra la cámara es un villano que no tiene inconvenientes en exponer con luces de neón toda su maldad demoníaca. Mohasses, quien se ríe igual que El pingüino de Batman vuelve, no solo le dice qué imágenes tienen que ilustrar su voz en off, también le ordena qué gusto de helado se tiene que comprar: «Compre en la heladería un helado de vainilla para mi y uno de limón para usted». A la mirada obediente de la directora se le suma la presencia de dos fanáticos que se hacen pis por poseer una obra del artista, tanto es así que pagan 100.000 euros por una obra de arte de 1m x 1,5m que todavía no existe. Mitra Farahani intenta registrar el proceso de ese cuadro que nunca nacerá: «Aunque me saque a patadas, no me perderé la primera pincelada. ¿Lo hará con un pincel grueso? ¿Combinará con la blancura de la tela?», se pregunta la directora, quien también es pintora, babeándose en un mar de admiración irracional. Mohasses es tan siniestro y desafectado que no siente amor por nadie, ni siquiera por sus propios cuadros: «No trabajo para la posteridad. Si quiero, los romperé», confiesa a cámara el artista que ya ha destruido muchas de sus obras en el pasado. No obstante, el único recoveco de su corazón que no está putrefacto alberga la pintura que le da nombre a la película: una obra de mediano formato que logró conservar hasta el presente. Fifi Howls from Happiness fue una de sus primeras creaciones y es la única pieza que siempre llevo consigo para exponerla en cada una de sus exposiciones. Mohasses es un muy buen escultor, disciplina compleja y ardua porque la construcción en tres dimensiones requiere de conocimientos que están más cercanos al campo de la arquitectura y la ingeniería que al del arte, pero, y ahora me pongo de crítica de arte,  sus cuadros provocan hasta la angustia desconsolada de un potus. Hay una tira de Daniel, el Terrible donde el niño se para delante de unos cuadros de Picasso y le pregunta a sus padres: «Lo olvidé. ¿Picasso está en segundo o tercer grado?». Los niños muchas veces tienen una mayor capacidad para analizar y calificar a cierto arte con mayúscula que una manada de críticos con intereses individuales en potenciar el trabajo de artistas en un mercado salvaje y draculiento. Mohasses poco tiene que ofrecer en el circuito del arte, sin embargo, en la pantalla grande, creó su mejor obra. Obra que nunca jamás podrá destruir.

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