El Gran Hotel Budapest

The Grand Budapest Hotel
Estados Unidos, 2014, 100′
Dirección: Wes Anderson

Cine ilustrado
Por Marcos Rodríguez

Siempre hubo algo vagamente retro en el cine de Wes Anderson; incluso en sus primeras películas, en las que el tiempo del relato y la ambientación no remitían directamente a otras épocas. Anderson siempre tuvo algo ligeramente fuera de lugar, anacrónico, pero su tiempo de referencia parecía anclarse en la década del sesenta, una época que se nombraba sin ser nombrada en los gorritos de la tripulación Steve Zissou o los colores pastel de los decorados de Moonrise Kingdom. Anderson parecía pararse (frenar el devenir de su universo) en la década que marca el principio de la modernidad que todavía nos envuelve, trabajaba desde ciertas ideas premodernas, pero solo ahora podemos terminar de comprender la verdadera profundidad a la que apuntaba aquel espíritu de otros épocas: la estética de Anderson no mira atrás en décadas, sino en siglos. Más allá de valoraciones y preferencias, El Gran Hotel Budapest se nos presenta como la película que calza mejor (y que expresa de forma más radical) con aquello que en realidad es constitutivo del cine de Anderson: preñar el cine de aquello que es anterior al cine, para abrirlo.

En un primer momento puede parecer que El Gran Hotel Budapest no se diferencia sustancialmente de las películas anteriores de Anderson: huérfanos y planos geométricos, actuaciones secas y elaboraciones literarias. Sí hay una novedad: por primera vez el más europeo de los directores americanos ambienta su película en el Viejo Continente, y además en la primera mitad del siglo XX. Este trabajo sobre fondos ajenos y lejanos no es meramente cosmético: por primera vez, Anderson trata de forma explícita y directa la cuestión del tiempo, un tema central en su filmografía pero que hasta ahora se nos presentaba solo de forma sutil y lateral. De forma evidente, Anderson nos narra no la historia de sus protagonistas sino el devenir del final de una época. Lo que no es fácil es determinar de qué época nos está hablando.

En pantalla se menciona la fecha de 1932; las menciones a la guerra, a Alemania, a las ZZ (con bandas de brazo y tipografía que claramente remiten a las SS) presentan elementos de la Segunda Guerra Mundial, incluso un año antes de que el nazismo llegara al poder; pero el comportamiento de los soldados, la vestimenta y los espacios se corresponden mejor con la Primera Guerra Mundial. A su vez se nos dice que M. Gustave (Ralph Fiennes) representa una época incluso anterior, una época que probablemente ya había terminado antes de que él llegara.

Si bien El Gran Hotel Budapest no incorpora técnicas nuevas a la filmografía de Anderson, sí es notoria la cantidad de secuencias de animación que se utilizan en la película. La técnica no es nueva para él (Fantastic Mr. Fox) e incluso la había utilizado antes dentro del contexto de una película de acción en vivo con Moonrise Kingdom, pero no con la frecuencia con la que la vemos ahora. ¿Por qué es fundamental la incorporación fluida de esa técnica? No se trata de un simple gesto manierista: al filmar los planos generales (en especial los que involucran medios de transporte y contornos recortados contra un fondo más claro) con un método de animación anacrónica (los perfiles recuerdan la animación precinematográfica de Lotte Reiniger) se acentúa el efecto de artificialidad general de la película. Ya no se trata simplemente de encuadres rígidos y actuaciones rígidas: vistos de lejos, los personajes de Anderson parecen moverse como marionetas de papel. En ese contexto, los decorados simétricos y de colores saturados cobran cada vez más el aspecto de un decorado y no cualquier decorado: los espacios de El Gran Hotel Budapest parecen decorados de un teatro de marionetas. De una forma cada vez más juguetona, el cine de Wes Anderson se transforma en un entretenimiento de salón, cargado de artificialidad gozosa.

¿Qué época es la que representa M. Gustave? Hombre decadente, refinado, perfumado, amante de las señoras mayores, Gustave está obsesionado con la “civilidad”. ¿Qué significa esa civilidad? En principio, la buena educación, la cordialidad, la servicialidad, el buen trato, la discreción, el buen gusto. Todos valores que el mundo que arranca con esa Primera/Segunda Guerra Mundial desconoce absolutamente, pero que ya para ese momento son recuerdos de una época anterior. El Gran Hotel Budapest (al igual que el gremio secreto de grandes hoteles) parece ser el último refugio de esa civilidad que no responde a la burguesía fascista, ni siquiera a la busguesía decimonónica; los valores de la productividad le son ajenos. La civilidad es el perfume con el que se empapa Gustave: el panache, un aire de aristocracia, de siglo XVII, de pastelería monárquica. Por eso la artificialidad, la insistencia una y otra vez con planos y geometrías que recuerdan a las litografías: una de las dos obras que se declaran “bellas” dentro de esta película es un plano de una antigua construcción medieval, devenida en cárcel.

Su protegido, el botones, Zero (Tony Revolori), el refugiado de guerra, sí es una figura del siglo XX: un chico sin padres y sin nada, lanzado a un mundo frío y hostil, que encontrará refugio en esa civilidad de otra época.

El cine, por supuesto, no llegó a filmar el siglo XVII. Es por eso que Anderson inventa un cine Ilustrado, de teatro de marionetas, entretenimiento de salón, refinado juego de figuras recortadas, quimera arbitraria que nos permite creer durante cien minutos que el cine tiene y tuvo una historia que abarca un arco mayor que sus poco más de cien años de vida.

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