El desconocido del lago

Lejos del mundanal ruido
Por Fernando E. Juan Lima

El primer plano de El desconocido del lago es el de un algo improvisado estacionamiento, enmarcado en un ambiente agreste, suavemente montañoso. Sin explicación alguna, ni música incidental, simplemente vemos una cantidad de automóviles allí estacionados. Luego seguimos a Franck, el protagonista, a través de la vegetación, cruzando la espesura por un camino que adivinamos por él conocido, para culminar en un lago en el que unos cuantos hombres desnudos toman sol, leen, nadan, descansan. Franck se quita la ropa hasta terminar con una sunga, saluda a alguien, se pone a charlar con un hombre hasta ese momento desconocido, el único vestido de la playa, y luego se da un chapuzón y nada un poco. El idílico lago que vemos es una superficie espejada en la que parece no existir ni una brisa que mueva sus aguas. El sonido ambiente nos introduce en el verano, en las vacaciones, en un recreo del mundo exterior. Con los autos, en el estacionamiento, quedaron las obligaciones, los trabajos, las otras vidas (¿las mujeres?)El desconocido del lago. En el lago, y en el bosquecito que lo separa del improvisado garaje a cielo abierto, estamos en el territorio de la naturaleza, del goce, de la distención y de lo instintivo; del primitivo juego que se vincula casi más con la caza que con la seducción. Nos asomamos a un particular ecosistema en el que unos cuantos hombres se broncean, nadan y traban relaciones de todo tipo. Es claro que estamos ante un lugar de encuentro entre homosexuales. Es por eso que así como ello es connatural y esencial a la historia, a la locación y a la trama, la manera en que se traban las relaciones y las escenas explícitas en lo que al sexo se refiere, lejos de obrar como momentos de provocación o shock, de reivindicación o denuncia, no son sino una parte constitutiva de ese mundo, de ese particular estado de naturaleza.

Franck es habitué de ese lugar y conoce a algunos otros hombres que advertimos que también lo son. Pero este verano traerá consigo dos nuevos hombres a su vida. Henri es algo mayor que él, bastante excedido de peso y, si bien reconoce haber tenido relaciones homosexuales en su vida, sólo va allí porque le gusta el lugar y porque del otro lado del lago solía vacacionar con su novia con la que terminó hace un tiempo. La relación entre Franck y Henri es de amistad y confianza, si hay una tensión que se vincula con el amor, éste se trata de un amor platónico. Michel, por el contrario, es atlético y atractivo, con un corte de pelo y unos bigotes que remiten a la década del 70 (algo del Tom Selleck de Magnum). Y, en este caso, todo es pulsión y deseo. Franck está hablando con Henri mientras no para de relojear a Michel; cuando éste deja la playa y se interna en el bosque no puede sino seguirlo, esquivando hombres solos y parejas muy concentradas en sus asuntos (hasta algún desorientado que pregunta ¿dónde están las mujeres?). Y cuando lo encuentra, la cara de Michel está literalmente insertada entre las nalgas de otro hombre; así y todo el fugaz amante deja por un instante lo que está haciendo, mira a Franck y comparte una mirada cómplice. Allí termina de atarse un lazo del que Franck y Michel difícilmente podrán desentenderse.

Si el cine nos permite ingresar en otros universos, si ello constituye parte de su magia, El desconocido del Lago efectivamente nos trae una realidad en la que resultan consustanciales la naturaleza, el ambiente, la nacionalidad, la elección sexual y hasta su mitología (de allí, posiblemente, la referencia al siluro de cuatro o cinco metros). Todos esos aspectos forman parte del escenario, que no de la trama (casi que son más presupuestos o condiciones esenciales antes que elementos que la integran). Y la trama tiene que ver con la amistad y el deseo, con un crimen, con su investigación y con los límites de aquella amistad y deseo. Las relaciones sexuales operan menos como momentos eróticos que como la expresión de una pulsión vital, de un anhelo irrefrenable de aferrarse a la naturaleza. Posiblemente esto tenga que ver con los gustos y preferencias personales, pero en los encuentros sexuales parece primar la urgencia por sobre el erotismo, el acento parece puesto más en lo furtivo que en lo gozoso. Y no porque el placer no forme parte de la ecuación; simplemente el placer parece estar desplazado hacia ese otro territorio. Se trata de momentos en los que la razón no sólo se nubla sino que parece ser dejada en otro lado, posiblemente con los autos, en el estacionamiento del principio. Así, en el primer encuentro casual de Franck, la falta de preservativos de él y su partenaire no son un freno en sus intenciones de apagar ese fuego que los urge.

Como siempre en Guiraudie el sexo, el homoerotismo y el humor son parte sustancial de su mundo. En el BAFICI pudimos corroborarlo en el foco puesto en su obra: Le roi de l’évasion, Voici venu les temps, Ce vieux rêve  qui bouge daban buena cuenta de esa particular mirada y de estos elementos. El desconocido del lago es más concentrada, en algún punto más clásica y realista; sobre todo si se la compara con esos ríos (devenires con múltiples meandros), con momentos más cercanos al nonsense, que caracterizaban su obra anterior. La historia que tiene que ver con el asesinato, más allá de la sugerente manera en la que aparece y desaparece el investigador de la policía, dialoga con la oposición existente entre las dos relaciones que Franck traba y de la que somos testigos. Amor platónico y pulsión sexual se revelan como contendientes o adversarios desiguales, en una tensión en la que la fuerza irrefrenable de la segunda termina revelando la identidad esencial de ese mundo al que nos asomamos.

La soledad y sus múltiples representaciones, las distintas maneras en las que ella puede ser enfrentada (la amistad, el amor, el sexo), tienen que ver con interrogantes inescindibles de la naturaleza humana. Nos atraviesan a todos. El hecho de que esa condición se vincule con la hitchockiana mirada sobre un crimen, que sucede en un lugar y en un contexto determinado, dan cuenta de estos últimos, al tiempo que los naturalizan. En cierta medida, se pone en cuestión la molesta (y en el presente algo incomprensible) categorización de expresiones como El desconocido del lago en el universo del “cine queer”. Guiraudie tiene la convicción y la inteligencia de no subrayar, explotar, reclamar o denunciar. Ese mundo, esos cuerpos, esas decisiones y pulsiones vitales son lo que son y conforman el territorio en el que se mueve la trama. Es por eso que, además de por tratarse de una gran película, me intriga conocer la reacción del público de nuestro país al verla. En otros momentos hubiéramos estado esperando alguna liga de madres de familia interponiendo algún tipo de acción judicial para evitar que esta ofensa a los valores morales occidentales y cristianos tuviera lugar en nuestra purísima tierra. En tiempos de al menos aparente mayor diversidad, temo que el morbo por el sexo explícito desvíe la atención que deberíamos dedicar a un director cuya obra merece una revisión y (si es por pedir) alguna nueva oportunidad de ser vista en cines en Argentina. En fin, que la poronga no nos tape el bosque.

 

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