La historia sin fin
Por Daniel Alaniz
Publicada originalmente en El Amante #276
Después del primer asalto frustrado, Arquímedes lo agarra a su hijo y lo reprende ferozmente por haber abandonado el plan. Lo toma con violencia del cuello y le dice algo así: “vos nos abandonaste y ahora corremos grave peligro”. Ese “grave peligro”, tan educado, muestra que Arquímedes no pierde el control ni para ahorcar a su propio hijo. A través de ese tipo de gestos es como compusieron al personaje Francella y Trapero. La manera formal de hablar en situaciones atroces tanto con su familia como con sus víctimas o los familiares de ellas, el pelo canoso tan de historieta, la idea de que no pestañee, todos son elementos que van con la idea de construir a este personaje desde afuera hacia adentro y no al revés. ¿Qué le pasó a Arquímedes?, ¿por qué hace lo que hace?, ¿qué lo motiva? son preguntas que no tienen lugar porque el camino de este policial es inverso a esas inquietudes. Arquímedes, dicho por el mismo Trapero, es más un villano que un malo, un tipo que representa el mal y que su presencia es amenazante, tanto para sus víctimas como para su familia y el mismo espectador. Francella también dijo que era muy difícil para él ponerse en el lugar de alguien tan desagradable y comprenderlo, entonces la película donde más gana es en no intentarlo. Hay algo inhumano en el Arquímedes de Francella y esa monstruosidad se extiende hacia toda la película.
Alejandro es el personaje principal de la película y su punto de vista resumirá, en definitiva, su recorrido para sacarse de encima la sombra terrible de su padre. Por eso las dos veces en las que aparece la canción de The Kinks, al principio y al final de la película, que dice cosas como estas. “Save Me, Save Me, Save Me From This Squeeze. I’ve Got A Big Fat Mama Trying To Break Me. And I Love To Live So Pleasantly, Live This Life Of Luxury, Lazing On A Sunny Afternoon” ó “Help Me, Help Me, Help Me Sail Away, You Give Me Two Good Reasons Why I Oughta Stay”. De ese duelo trata El clan, el de un padre y un hijo. Pero es tan difícil identificarse con el personaje que interpreta Lanzani porque, justamente, él es ese de Sunny Afternoon, un básico que solo quiere plata y pertenecer a esos círculos de clase alta, estar con la chica, salir a practicar kite surf. Y un cobarde que se pone en el lugar de víctima de su monstruoso padre cuando en realidad son principales socios. Es en esa falta de empatía para con lo que se ve cuando El clan se hace más terrorífica que el terror, como si fuera una especie de El loco de la motosierra sin scream queen, con víctimas fuera de campo y héroes inexistentes, y con seres horrendos que toman la escena pero de quienes no se puede conocer nada de ellos excepto sus acciones. Trapero quiere mezclar la violencia festiva de Scorsese con el melodrama contenido de Buñuel, y más allá del éxito de sus propósitos, hay algo en esa mezcla, en esa falta de referente emocional y en el marco histórico que se elige para contener a la película, que hace de El clan una especie de freak show, un tren del terror en el cual el espectador está a merced y en soledad. Entre las canciones, el pollo al horno con papas, los secuestrados, el look de Francella y las imágenes fantasmales de archivo, todo adquiere un tono payasesco, diabólico, que hacen convierten a la película de Trapero en una obra anómala, y por lo tanto interesante.
Hay muchas variaciones para el cine de Trapero en El clan. Si bien el director siempre se ocupó en sus películas de “la realidad” (entendido esto en un sentido social) esta es su primera película basada directamente en un hecho real. Sin embargo, es la menos realista de sus películas, la más artificial, la que más pertenece al mundo de la ficción. Y se sabe que todas las películas de Trapero son políticas y esta es la más explícita en ese sentido, donde los protagonistas históricos de la política aparecen con nombre y apellido en imágenes televisivas, aunque, otra vez, lo genérico de la propuesta termine dejando de lado lo documental, utilizándolo como un marco de contención, sacándole el realismo y creando una tierra fantástica donde el horror es posible en su máxima expresión, como si fuese el inicio de Mad Max 2.
Por otro lado, la falta de héroes, rotos o no, de una Martina Gusmán o un Darín que concentren los deseos del espectador por su éxito en su batalla contra el mundo injusto que habitan, hacen que la película sea de una oscuridad política sin igual, como si ahora Trapero hubiera abandonado al espectador diciéndole “yo me bajo y quedás vos”. Solo, a la suerte de los Puccio y de toda esa violencia que Alfonsín dijo que nunca más iba a perturbar, conmover y denigrar la sociedad argentina aunque parece que finalmente no fue así. Que la elección para el personaje más visible de la película sea Francella, un tipo que hizo reír desde siempre a la familia argentina y que fue padre de familia tanto de los Benvenuto como de los Argento, es también un gesto casi perverso.
Otra variable, en esta caso tonal, es que Trapero ahora pone la sordidez que caracteriza a sus películas ya no en las escenas de violencia, a las que las llena de gracia ridícula con canciones como Just a Gigolo, sino en una mezcla más general y demente. Lo único que parece quedar es esa fascinación por el plano secuencia que lo caracteriza desde siempre. Para él (lo dice él mismo) no solo es más fácil filmar planos secuencia por la falta de cortes sino que, además, le parece el plano que de alguna manera resume el hecho cinematográfico, la experiencia extrañísima de hacer películas. Se suele pensar en el plano secuencia como un medio para generar más realismo, pero Trapero dice que es todo lo contrario, que en una escena como en la que le quiebran la pierna a un tipo en Carancho y luego se hace chocar por un auto es totalmente imposible que en la vida fuera de la pantalla pudiesen darse los tiempos de esa manera, sin baches. Distancias, acciones y recursos temporales se manipulan coreográficamente para mostrar algo imposible que a la vez si está siendo registrado es porque efectivamente está sucediendo. En El clan, los planos secuencia, acompañados de la música festiva de época que los acompaña, parecen convertir, con sus movimientos continuos, a la película en una calesita de violencia y locura, sin sortija y sin fin.
Unos momentos antes del final, también como parte de un plano secuencia, Alejandro recibe a sus amigos que hinchan por él como si estuvieran en la cancha y no se entiende bien si es un sueño, un deseo del protagonista o parte de la realidad. La película toda podría leerse de la misma forma, como una mueca confusa y pesadillesca donde el único denominador común es la violencia y la locura. Si hasta en el último plano, con la tragedia que se está viviendo en la escena, Trapero aprovecha para hacer un chiste con dos tipos que en el medio del caos, el drama y el desastre se pelean porque sí, por algo que no tiene que ver con la trama ni con la película pero que es el cierre perfecto para no cerrar nunca una historia de violencia.