Draft Day

No hay drama
Por Leonardo M. D’Espósito

Draft Day y Ivan Reitman

Ocho puntos. La carrera del eslovaco Ivan Reitman es un ocho permanente. Sus picos de diez y sus valles de seis se compensan matemáticamente. Diez es Presidente por un día, y diez es también Draft Day. Seis es Un papá de más y también Seis días, siete noches. No tiene películas malas. Repito: el tipo no tiene películas malas. Su cine es popular y clásico, y todo es comedia. Como si esto fuera poco, es el creador de un género, o más bien de un tipo de comedia fantástica (en el que lo siguió su habitual cómplice, el fallecido Harold Ramis) que instala una situación anómala o directamente sobrenatural y analiza cómo funciona alrededor de ella lo cotidiano. Las más evidentes en ese género son Los Cazafantasmas (1 y II, la primera es un ocho y la segunda es un siete con momentos de diez), Junior, Evolución y Mi super ex-novia, pero se puede ampliar el asunto a El pelotón chiflado, Peligrosamente juntos, Gemelos, Presidente por un día o Amigos con derechos. Me gustaría que repasaran el párrafo y comprueben qué le pasa a sus caras cuando leen los nombres de esas películas. Sí, ese movimiento hacia arriba de las comisuras de los labios se llama “sonrisa” y si siguen pensando en muchos de esos títulos, van a llegar rápidamente a la risa.

 

Ivan Reitman es lo que es porque tiene una religión: la religión del personaje. El cineasta que cree que el personaje no es más que una figura en el paisaje, una herramienta para manipular formas, no solo no entiende nada, sino que jamás podrá hacer una película como Presidente… o Draft Day. Pero Reitman cree que el hombre es parte del mundo y que, para comunicar el mundo y entender al hombre, hay que crear una historia. Narra bien, muy bien o excelente. Nunca narra mal.

 

En las películas de Ivan Reitman hay un taxista que se vuelve militar, un parapsicólogo chanta que caza fantasmas, dos gemelos que no pueden ser más distintos entre sí, un hombre embarazado, una chica tímida y celosa que busca novio y tiene superpoderes, un doble bueno de un presidente malo. La pregunta es qué diferencia a estos personajes extraordinarios del vendedor de diarios de la esquina. La respuesta que da origen a las historias que narra cada uno de estos films es “nada, son como usted y como yo”. Y ahí vamos.

 

Muchas de las películas de Ivan Reitman giran alrededor de la política o el poder. Hay un plano notable en Los Cazafantasmas que lo demuestra: el alcalde de Nueva York, desesperado porque los fantasmas tomaron la ciudad, se encuentra con el Obispo de la ciudad. Primero se saludan con protocolo y luego se golpean como viejos amigos, se tutean y se saludan con un insulto cariñoso, algo como un “quéhacé, boludo”. Esa pequeñísima secuencia resume tanto el diálogo entre lo imposible y lo humano como lo que implica el poder político (después escuchen al cura). Si buscan, van a ver que este tipo de situación donde los personajes “se bajan” del escenario y se muestran como personas es constante, y que la crítica al ejercicio del poder (eso que llamamos “política”) también.

 

Ivan Reitman atacó la represión educativa (Albóndigas), la estupidez militar (en la genial El pelotón chiflado, multicortada en la Argentina de finales de la dictadura), el funcionamiento de un gobierno (Presidente por un día: recuerden la gran secuencia de la reunión de gabinete donde el “falso” presidente llama a un profesor de contabilidad para resolver el déficit fiscal a puro sentido común y aritmética básica), la inflexibilidad estúpida de cierto cientificismo (Cazafantasmas, Junior, Evolución) y el derecho (Peligrosamente juntos). Sin embargo, no es un contestatario, sino un crítico amable: ve en los defectos de las instituciones -incluso en la familia y las relaciones de pareja- algo humano y que, desde la distancia, son ridículas. Para Ivan Reitman, aunque hay hombres malos, el Hombre es bueno. Puede ser tonto, puede equivocarse, pero también puede subsanar sus errores y, a la larga y desde lejos, el momento que puede parecer trágico se convierte en una pequeña broma, algo para recordar -volver al primer párrafo- con una sonrisa.

 

Si necesitan una demostración de lo anterior, vean el final de Cazafantasmas II, y cómo se resuelve a pura canción, incluso con el “villano” sumado al coro.

 

Porque una bella idea del cine de Iván Reitman es que, cuando la gente está en un aprieto, recurre a la música. Otras dos secuencias ejemplares: Sigourney Weaver y Kevin Kline cantando “Tomorrow” de Annie ante un policía; el desfile del regimniento de inframilitarizados (entre ellos, Murray, Ramis, John Candy, John Larroquette y Judge Reinhold) en El pelotón chiflado.

 

El cine de Ivan Reitman no es perfecto (ocho, no diez) porque a veces se va en disgresiones, se enamora demasiado de sus personajes (Un papá de más, Seis días…), intenta el chiste fácil (que solo funciona bien en sus películas cuando lo protagoniza Bill Murray) y a veces es indeciso en cuanto al tono de alguna secuencia. Pero incluso con todo eso, las relaciones de sus protagonistas siempre son interesantes porque sus personajes lo son, están construidos con flaquezas y fortalezas, con defectos y virtudes normales. No nos cuesta nada creer que esa gente existe y que puede vivir en el departamento de al lado. Aunque suele ser algo que pasa inadvertido, esa capacidad es rarísima en un artista cualquiera, y su ausencia es mucho más notable en los directores de cine, que trabajan con personas que se mueven.

 

La palabra clave del cine de Iván Reitman es “desdramatizar”. Peligrosamente juntos comienza con un crimen que pasa por suicidio (ese episodio se basa en una historia real, la de la muerte del gran Mark Rothko) y lo que sigue es una comedia judicial-policial de enredos con pura carambola a tres bandas gracias a Robert Redford (en uno de sus papeles geniales), Daryl Hannah y Una De Las Mujeres Más Lindas Del Cine, Debra Winger. Desdramaticemos la muerte. En Amigos con derechos, con doble diez de Ashton Kutcher y Natalie Portman (¡Triple, Greta Gerwig!), desdramaticemos el sexo. Apliquen nomás el concepto “desdramatizar” a cualquiera de las otras películas. Sí, funciona siempre, es la clave básica del humor de Reitman, su método y credo. Por lo general, desdramatizar (“Ok, my girlfriend is a bitch, what’s next?”) es lo que permite encontrar soluciones. Porque siempre hay soluciones: no te hagas drama.

 

Lo que no implica que el cine de Ivan Reitman hable de un mundo despreocupado donde no pasa nada malo, donde podemos vivir tranquilos. Lo fantástico tiene que ver con la aparición instantánea e imprevisible de algo malo, de una amenaza gigantesca, a veces visible y a veces, no. Hay que pelearla, no hay alternativa. Pero tampoco es cuestión de pelearla con los dientes apretados, en estado de tragedia, con lágrimas en los ojos. Hay que pelearla disfrutando (lo que se pueda) del juego que implica la pelea. El mundo de Ivan Reitman es un mundo alegre, no necesariamente un mundo feliz.

 

Las películas de Ivan Reitman se sostienen en grandes actores y grandes estrellas, o en actores que después se vuelven estrellas. La lista es demasiado grande, y seguramente ustedes se acuerdan de todos. Dos menciones solamente: hizo que Schwarzenegger fuera un enorme comediante con tres películas (Un detective en el kinder, Gemelos y Junior, si quieren puntos es seis, ocho, ocho); tuvo a Sigourney Weaver tres veces, y Sigourney Weaver merece un monumento (de marshmallow, llegado el caso).

 

En la mayoría de las películas de Ivan Reitman, un cineasta que habla de la gente todo el tiempo, hay mucho sobre la familia y sobre el amor. Pero las familias de Reitman siempre tienen un problema porque la familia es un problema. Sin embargo, cuando hay amor (amor de verdad, que en estos films tiene que ver siempre con la comprensión y la empatía: ni más ni menos eso hace a Dave un mejor presidente que su doble) todo se resuelve. No hay que hacerse drama pero hay que pelearla, pues.

 

La última película de Ivan Reitman se llama Draft Day y pasa todo lo que contamos que pasa en sus  películas. Es excelente desde cualquier punto de vista, una auténtica obra maestra del cine clásico con elementos de modernidad gráfica (la pantalla dividida donde a veces una imagen se funde en la otra, por ejemplo), con actuaciones perfectas y una trama notable. Tiene otra virtud: transcurre durante el día en el que los equipos de foot-ball americano contratan a los jugadores estrella que vienen del circuito universitario. En realidad uno pasa media hora o más tratando de entender más o menos de qué se tratan las negociaciones que se llevan a cabo, de manera vertiginosa, teléfono mediante. Para que quede claro: los clubes juegan un “pan y queso” espectacular para contratar a los mejores novatos. El que tiene el primer turno de elección es el que seguro se lleva al jugador más cotizado. Lo que se negocian son tanto los jugadores como el turno de elegir. El protagonista es Sonny Weaver, el manager del equipo. Tiene muchos problemas: su novia y compañera de trabajo (nadie sabe que es su novia, o sí) le acaba de decir que está embarazada. Un año y medio antes, echó del equipo al entrenador, que era su propio padre. El dueño del equipo lo ha obligado a hacer un trato para quedarse con el primer turno de selección y llevarse al jugador estrella que todos quieren. El capitán del equipo está enojadísimo porque el ídolo que quieren traer juega en su lugar. Otro jugador, que está desesperado por entrar, manda por Twitter un rumor que puede tirar todo el tinglado abajo. El entrenador no está de acuerdo con cómo está manejando el asunto. La madre le viene a hacer quilombo en medio del “otro” quilombo (o “los otros”). El equipo -Cleveland- lleva años sin ganar nada y los fans piden a gritos al nuevo ídolo. El nuevo ídolo tiene un par de pifies en su vida que hacen desconfiar a Sonny. Y al final solo tiene diez minutos para elegir jugadores.

 

No hay drama: Sonny Weaver es Kevin Costner, aunque la novia sea Jennifer Garner, la madre Ellen Burstyn, el dueño del equipo Frank Langella y el entrenador, Denis Leary.

 

Lo fantástico en este film es la situación, que parece kafkiana y se pone a cada minuto más compleja. Kafkiana dije y confirmo: los personajes viven en una especie de laberinto absurdo con reglas incomprensibles, atados a negociaciones casi esotéricas según lógicas individuales. Lo primero que hay que reconocerle a Reitman es que comprende lo incomprensible y engorroso del marco e, incluso así, logra transmitir el juego de tensiones a los que está sometido el personaje. De algún modo, uno imagina a un director de cine jaqueado por la estrella que quiere el papel, la estrella que él quiere, el estudio que le exige ciertos actores y el productor que le pide otros mientras, además, trata de llevar una vida privada cuando cada cosa que hace es pública. Y sin embargo el tipo va y hace la suya, nos convence de que tiene un as en la manga aunque toda esta película es la historia de un elaboradísimo bluff donde todos obtienen lo que quieren. Lo segundo que hay que reconocerle a Reitman es haber realizado la única película de suspenso donde todos ganan (porque ganan todos los personajes) aunque, de manera prismática, cada uno cree que el que perdió es otro. Y lo tercero, que transmita cuál es el lazo sutil, ambiguo y complejo que hay entre la vocación (y el trabajo) y el resto de la vida. Que comienza recién al final de la película a través de una escena familiar y la primera salida a la cancha del equipo en el primer partido de un campeonato. Sonny dice “nunca pude armar el equipo que quiero, no sé cómo funcionaría”. Porque Costner no quiere ganar o, mejor dicho, quiere ganar pero a su modo, ver si su modo funciona. Y cuando todo se encamina, dice lo que cualquiera cuando algo le termina de salir y además tiene una vocación: “amo este trabajo”. Toda una ética.

 

Draft Day es todo el cine de Ivan Reitman explicado sin explicaciones, y es la mirada americana sobre los problemas del mundo. La explicación de por qué Hollywood transforma el drama humano en espectáculo: lo gigante crea perspectiva; la perspectiva, distancia; la distancia, comprensión, la comprensión, humor. Y el humor disuelve la angustia. No se preocupen, todo es relativo porque hasta el muñequito de los malvaviscos se te puede volver un monstruo. Pero mientras demos pelea con la moral en alto, no hay drama.

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