Por Jaime Pena
Cannes 22/05/2019
Parasite (Bong Joon Ho) Competición
Por el dinero (Alejo Moguillansky) Quincena de los Realizadores
The Halt (Lav Diaz) Quincena de los Realizadores
“Una comedia sin payasos, una tragedia sin villanos”, así define Bong Joon Ho su nueva película, Parasite, la segunda que presenta en la competición de Cannes después de Okja. Parasite no solo es mucho mejor que aquella polémica producción de Netflix, por el momento es también la mejor película de la competición de este año. Deslumbrante desde el inicio y hasta los mismos créditos, inventiva visualmente y sorprendente en sus giros argumentales, Parasite es, efectivamente, una tragicomedia o una comedia trágica, una u otra con un subtexto político demoledor que la emparenta con Us de Jordan Peele. Y en este sentido, como muchas otras películas vistas este año en Cannes (Atlantique, Zombi Child, Little Joe), es también una película de zombis, o de ladrones de cuerpos, o de poseídos, aunque en la película de Bong no haya ni zombis, ni ladrones de cuerpos ni poseídos, pues, más allá de una representación granguiñolesca de la violencia, nunca se aleja de un registro en esencia realista. Si consideramos en esta línea a Family Romance, LLC, de Werner Herzog, un docudrama sobre una boyante empresa japonesa que proporciona familiares sustitutos, parientes fake, vamos, encontraríamos otra comparación muy sugerente para hablar de Paradise (en su crítica de Variety Jessica Kiang la compara con Shoplifters, de Koreeda, la Palma de Oro del año pasado: en realidad la familia de Bong sería la imagen invertida de la de Koreeda).
En última instancia, Parasite es una historia de arribismo con ribetes berlanguianos en la que las sucesivas vueltas de tuerca del argumento nos sorprenden por su extraordinario virtuosismo. Por ejemplo, esa secuencia de montaje en la que hermano y hermana urden su plan que les permitirá ir sustituyendo uno por uno a los antiguos empleados de la familia Park y que culminará con la elaborada escena de los melocotones. Por no hablar del mismísimo final con su giro del último segundo. El cine social debería de ser esto y no las películas que rebosan misantropía y con las que Cannes nos suele castigar, aunque no este año, o al menos no en una competición que destaca por introducir el género de una manera más natural.
Después de presentar sus dos primeras películas en San Sebastián, The Host constituyó un éxito apoteósico en la Quincena de 2006. Ese fue el punto de inflexión en la carrera de Bong. Pero en los últimos años hubiera sido difícil encontrar una película de esas características en una sección que, bajo los dos últimos directores, apostó prioritariamente por el cine social más clásico y las comedias crowd-pleaser. Este año, con nuevo director en la Quincena, Paolo Moretti, hay un poco de todo eso, pero hay al menos dos nombres que dignifican su selección, un tipo de cineastas para los que la sección nació en 1969. Precisamente, en la presentación de Por el dinero, Alejo Moguillansky recordaba que la primera película de aquella edición de cuarenta años atrás fue Invasión de Hugo Santiago, un cineasta que había sido algo así como un padre para los integrantes de El Pampero Cine (Santiago se consideraba el “quinto pampero”). Decía también Moguillansky que Moretti les había asegurado que haría todo lo posible por tener una película de El Pampero en la Quincena y, sí, lo que cabe preguntarse es cómo no había llegado ninguna de sus películas a Cannes y más aún a una paralela como la Quincena de los Realizadores.
Pues bien, por fin se ha roto ese maleficio para un grupo de cineastas-productores que está viendo como, con demasiado retraso, sus películas salen en los principales festivales internacionales y no se quedan confinados en el Bafici. Sucedió el año pasado en Locarno con La flor y se podría decir que Por el dinero bien pudiera ser un episodio de aquella. En ese caso, sería un episodio en la línea del cuarto de La flor, un cuento metacinematográfico en el que una pequeña compañía de teatro del Off bonaerense se embarca en una gira que los lleva hasta un Festival de Teatro de Cali. No solo eso, aprovecharán el viaje para documentar fílmicamente todo el proceso: los preparativos, los problemas económicos, los burocráticos, las disputas internas, la codicia que asoma ante la posibilidad de un premio… Los cambios de registro son constantes y pasamos del teatro al musical, de los ensayos de la obra a una reinterpretación de Asterix y Obelix en una playa perdida de, se supone, la costa colombiana, allí donde se desencadena la tragedia que Moguillansky nos cuenta con profusión de voz en off (en francés, una excentricidad típica de El Pampero) en tres actos.
Lav Diaz estuvo ya en Cannes con Norte, the End of History, en Un Certain Regard. Lo que es increíble es que hasta 2019 no haya sido seleccionado en la Quincena pues, aunque en los últimos años sus películas hayan pasado por las competiciones de Locarno, Venecia y Berlín, Diaz es el cineasta prototipo para el que la Quincena fue creada. El milagro se ha obrado con The Halt, película de cuatro horas y media, una de las más cortas de su filmografía, por cierto, aunque en la línea de Norte, From What is Before, The Woman who Left o Season of the Devil, es decir, la medida más habitual en esta última etapa.
La gran novedad en The Halt radica en su ambientación, 2034, un futuro en el que la erupción de un volcán en las islas Célebes ha dejado a todo el sudeste asiático en la oscuridad. Y llevan así ya tres años, una noche perpetua que ha aumentado la polución, las enfermedades como la gripe y ha llevado al poder a tiranos que no dudan en exterminar a la población que no vive en las grandes metrópolis urbanas. Este futuro diseñado por Diaz es un poco como el Alphaville de Godard, siendo la única licencia “futurista” la proliferación de drones en labores de vigilancia. En realidad, todo responde a un estrategia de Diaz para hablar de Filipinas y de su historia, proponiendo en esta ocasión una alegoría política narrada desde distintos puntos de vista, desde el mismo poder hasta la insurgencia.
El dictador responde al nombre de Navarra, es admirador de Marcos y vive recluido en un pequeño apartamento (eso sí, con un jardín en cuyo estanque vive un cocodrilo). A su lado, al mando de las Fuerzas Especiales, están dos mujeres, Martha y Marissa, que mantienen una relación sentimental y entre las que se interpondrá una mujer que se hace pasar por una prostituta, Haminilda Ríos. Como en Melancholia, ciertos personajes actúan de incógnito y tardamos en darnos cuenta de su verdadera naturaleza. Sobre todo en una primera parte dominada por unos densos diálogos que, milagrosamente, en el tercio final, después de la actuación de un grupo rock, se van aligerando, gracias a una puesta en escena más naturalista y a un mayor peso de los silencios. El cine de Lav Diaz parece que pierde parte de su esencia cuando se aleja del mundo rural, de la selva, los monzones y las playas salvajes. Sus interiores urbanos siempre tienen algo de impostura, como si Diaz no se encontrase cómodo entre cuatro paredes. Por eso mismo, los mejores momentos de The Halt llegan al final, cuando se adentra en las calles y se pone del lado de esos niños que constituyen las primeras víctimas propiciatorias de los tiranos de turno y los desastres medioambientales.