Cannibalismos 2019 – Día 3

Por Jaime Pena
Cannes,16/05/2019

Atlantique (Mati Diop) Competición
Sorry We Missed You (Ken Loach) Competición
Beanpole (Kantemir Balagov) Un Certain Regard

 

En las primeras escenas de Atlantique el mar tiene una presencia inquietante, como si ejerciese algún tipo de atracción sobre sus personajes. Souleiman se traslada en un camión con sus compañeros de trabajo y Mati Diop intercala varios planos del océano y su sonido, el del viento que acompaña el rugido de las olas, es constante, recordando a Souleiman y el resto de personajes el protagonismo que juega en sus vidas. Toda la película transcurre en Dakar, junto al mar, pues allí es donde vive la protagonista, Ada, que cuando se encuentra con Souleiman le reclama que deje de mirar tanto al mar y la mire más a ella. Ada se va a casar con Omar, de familia rica, pero se ha enamorado de Souleiman, quien, sin embargo, no aparece a la cita nocturna. Junto con sus compañeros en una empresa que construye un edificio gigantesco (Senegal como la nueva China o algún emirato del Golfo) ha decidido lanzarse al mar en una patera con la esperanza de llegar hasta las costas españolas (imagino que a las Islas Canarias).

 

Atlantique no es una película sobre el conflicto migratorio, como se ha dicho, sino sobre esa pulsión de los jóvenes africanos que los lleva a lanzarse al mar y enfrentarse a una muerte casi segura. Diop aborda el tema como si se tratase de una maldición. Ada sueña con un pescador que saca sus redes del mar y al que sigue la gente para ver qué ha pescado hasta que descubren que lo que porta en su red es el cuerpo de Souleiman. El matrimonio de conveniencia con Omar sume a Ada en una profunda tristeza y Diop la filma en la discoteca en la que se había citado con Souleiman con los reflejos de los neones y una atmosférica música de Fatima Al Qadiri. Cuando llega el día de la boda un misterioso incendio da al traste con la fiesta y un joven inspector de policía, Issa, entra en escena. A su investigación le costará avanzar pues unos inoportunos mareos lo dejan fuera de juego.

 

Los riesgos que asume Matu Diop en su primer largometraje hay que medirlos a partir del giro que la película experimenta a partir de este momento, cuando los djinns, los espíritus de los jóvenes ahogados se apoderan de distintos personajes llevando a cabo una serie de pequeñas venganzas personales. Es entonces cuando otro tipo de espíritus cinematográficos se nos aparecen, los de Jacques Tourneur y Pedro Costa en particular, y transforman Atlantique en una película abiertamente fantástica, una película que entiende que ciertos temas muy sensibles solo pueden ser abordados a partir de la fábula y desde una radical apuesta formal. No solo eso, Atlantique es una película de una gran belleza, la de las luces de la discoteca sobre el rostro de Ada, la de los espacios vacíos tras la marcha de Souleiman o la de los continuos planos del mar que puntúan toda la película.

 

Que el mismo día de Atlantique se presente en la misma sección competitiva la nueva (vieja) película de Ken Loach, Sorry We Missed You es un chiste sin gracia. Con la misma torpeza narrativa, demagogia y brocha gorda de todas sus películas de los últimos años, sobre todo desde que está asociado a Paul Laverty, Loach nos desgrana las desdichas de una familia en la que el padre ha cometido la insensatez de endeudarse para comprarse una furgoneta y trabajar catorce horas al día en una empresa de reparto. En una de las primeras escenas, una conversación entre el marido y su mujer, ya se apuntan todas esas desdichas que pudieran darse y que, con Loach y Laverty a los mandos, por supuesto que acaban cumpliéndose. Pero Loach precisa de personajes estúpidos para garantizar el triunfo de sus tesis. Como en Smoking/No Smoking, de Alain Resnais, no estaría mal una versión alternativa de Sorry We Missed You en la que, en esa discusión matrimonial, se impusiese la opinión de la mujer: él no se compraría la furgoneta, renunciaría a ese trabajo y la felicidad reinaría en la familia. Ay, pero esa no sería una película de Ken Loach.

 

Durante las semanas previas al anuncio de la selección de este año se daba por seguro que la nueva película de Kantemir Balagov, el director de Tesnota, uno de las gratas sorpresas de Un Certain Regard de hace dos años, estaría en competición oficial. Beanpole es, en efecto, una película mucho más ambiciosa que la anterior, una película ambientada en el Leningrado de posguerra, en el otoño de 1945, cuando los soldados vuelven del frente y han de reintegrarse a la vida civil. A partir de las vivencias de dos mujeres, Iya, una joven muy alta (la “jirafa” a la que alude el título), y Masha, que intentan rehacer sus vidas, sobre todo sobreponerse a la muerte del hijo de Masha, Balagov describe el insano clima de esos tiempos, en cualquier caso un mundo menos cruel que el que retrataba en su primera película, mucho más audaz y radical. Beanpole tiene algo de propuesta de prestigio, una película muy cuidada visualmente, tan sólida como morosa, en el fondo, pese a sus virtudes objetivas, mucho más académica. Quizás por ello Balagov aún no ha dado el salto a la competición.

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