Summer (Leto), Kirill Serebrennikov (Sección Oficial)
Plaire, aimer et courir vite (Sorry Angel), Christophe Honoré (Sección Oficial)
Wildlife, Paul Dano (Semana de la Crítica)
Por Jaime Pena
10/05/2018
Ambientada durante un verano en Leningrado a principios de los ochenta, Summer es una evocación de los círculos del rock underground, inspirada en hechos reales, si bien un texto final precisa ambiguamente que ninguna persona ni circunstancia pueden darse por aludidas. Serebrennikov narra un triángulo sentimental, el que forman un músico consagrado, Mike, su mujer Natacha y otro músico más joven y recién llegado, Víktor. Los sentimientos se perfilan en distintas direcciones: Natacha se siente atraída por Víktor; este admira a Mike, quien, a su vez, ve en Víktor la posibilidad de un discípulo, dejando vía libre a un reemplazo tanto amoroso como artístico. Claramente influido por el glam-rock, Mike entiende que el punk y la new wave se están abriendo paso y que su estilo setentero no encaja en los nuevos sonidos que llegan a la Unión Soviética.
Un retrato generacional, pero también un musical, Summer antepone la estilización visual al realismo. Como si estuviésemos ante un nuevo Xavier Dolan, la acción se corta al menos en cuatro ocasiones para proponer entusiastas números musicales a partir de temas ultraconocidos del pop anglosajón: Psyco Killer, Passenger, Perfect Day y All The Young Dudes. Las imágenes en blanco y negro aparecen entonces garabateadas con textos y dibujos y todo un tren o un tranvía pueden ponerse a cantar y a bailar… hasta que un personaje, suerte de demiurgo, nos alerta que “esto nunca ocurrió”. No, el musical siempre ha privilegiado las ensoñaciones y en su final, un tanto fatalista, a lo American Graffitti o Backbeat, Serebrennikov se vuelve nostálgico: aquella época de descubrimientos, amistades y sacrificios nunca regresará.
Serebrennikov debuta con esta película en la Sección Oficial de Cannes. Es la culminación de una trayectoria que lo fue llevando de Locarno a Venecia y de ahí a Un Certain Regard hace dos años. Christophe Honoré también ascendió a la cúspide hace unos diez años, luego de pasar por la Quincena con bastante revuelo. Pero Cannes se olvidó de este sucedáneo de Arnaud Desplechin, hasta que la edición de este año lo ha repescado de nuevo en la competición. Plaire, aimer et courir vite (Sorry Angel en su horrible título inglés) vuelve también su vista atrás, a 1993, cuando el SIDA está haciendo estragos, para narrar la relación entre dos hombres, un escritor y dramaturgo parisino y un veinteañero bretón que todavía está descubriendo los placeres de la vida. Salvo alguna que otra caída en la grandilocuencia (¡esa aria de Haendel!), Plaire, aimer et courir vite avanza en un registro muy austero, entre Rennes y París, entre los círculos de amigos de los dos protagonistas, un retrato este sí generacional, el de la que podríamos llamar la generación del SIDA, marcada a fuego por la enfermedad que, en aquellos años, avanzaba imparable.
Esta pretensión de componer el retrato de toda una época está ausente en Wildlife, debut del actor Paul Dano en la dirección con una adaptación de una novela de Richard Ford (Incendios, en su edición castellana). En su caso, Dano nos lleva a los años sesenta y a una pequeña ciudad de Montana en la que un adolescente (Ed Oxenbould) es testigo impotente de la ruptura matrimonial de sus padres (Carey Muligan y Jake Gyllenhaal). Wildlife va imponiendo poco a poco a sus personajes hasta llegar a un final cuya elegancia sus primeras escenas nunca podían presagiar. Montana está siendo asolada por los incendios, pero Dano nunca trae a primer plano la metáfora literaria. El guión, que firma junto a Zoe Kazan, es la gran baza de esta elegante y modesta opera prima.