Cannibalismo 2015 – Día 3

Por Jaime Pena

Todo depende de las expectativas. Te acostumbras a no esperar nada de Woody Allen y de repente te sorprende. Ya sabes cómo interpretar a priori los proyectos de Gus van Sant, pues sabes que difícilmente volverán los tiempos de Gerry/Elephant/Last Days/Paranoid Park, y el propio Thierry Fremaux ya avisó que su nueva película poco tenía que ver con las que había presentado en Cannes previamente, que esta era más mainstream, pero aún así es difícil estar preparado para The Sea of Trees. A Yorgos Lanthimos y su primera incursión en la coproducción internacional en inglés te lo imaginas con una película más de género y la sorpresa deriva de que te encuentras con una variación de Dogtooth, sí, una suerte de remake en inglés de la película que lo consagró internacionalmente. Con otras películas te enfrentas sin conocimientos apriorísticos y ahí sí que ya no cabe ni la sorpresa ni la decepción, las películas son lo que son por sí mismas.

Mentiría si dijese que las películas de Woody Allen de los últimos años me habían decepcionado. Simplemente no me gustan y no espero nada o casi nada de ellas. Mis expectativas con Irrational Man, presentada fuera de concurso, estaban centradas más bien en sus intérpretes, Joaquin Phoenix, Parker Posey y Emma Stone. Lo que me encuentro es una comedia criminal extremadamente vivaz, en las que los gags se sostienen sobre citas filosóficas (muy evidentes, y eso es lo gracioso), un doble triángulo amoroso, los embrollos sentimentales en un pequeño campus de Nueva Inglaterra y, ante todo, un crimen piadoso, un asesinato con el que se supone que la humanidad perderá un pequeñísimo porcentaje de su maldad, lo que puede parecer poco pero será mucho para uno de los personajes más secundarios e irrelevantes dentro de la trama. Ahí radica la brillantez de esta película que, como muchos de los títulos de la Nouvelle Vague, plantea su intriga como una especie de juego que implica a varios de sus personajes sin preocuparse en absoluto por la verosimilitud de sus planteamientos. Sin embargo, Allen se toma demasiado en serio las derivaciones morales de su historia y opta por concluirla con un golpe de efecto que no está exento de cierto tufillo moralista.

Esto es algo que no podrá achacársele nunca a Yorgos Lanthimos, pues su vocación es ante todo la de un provocador. La primera sorpresa que depara The Lobster, película rodada en Irlanda con Colin Farrell, Rachel Weisz, John C. Reilly (haciendo doblete con Tale of Tales, de Garrone) o Léa Seydoux, es que no se trata de ningún encargo, sino más bien de una versión de su cine anterior (Dogtooth, Alps) solo que ahora en lengua inglesa y con una mayor ambición industrial. En The Lobster nos encontramos con el mismo universo concentracionario y unos personajes que quieren escapar de él, esa fórmula narrativa que parecen repetir todos los clásicos de esta vertiente de la ciencia ficción (y de las populares novelas YA). En este caso se trata de un mundo futuro en el que las personas solteras son recluidas en un hotel de reeducación, con el riesgo de acabar convertidos en meros animales a los que se puede incluso cazar si no encuentran pareja, mientras que en el bosque los rebeldes han conformado una comunidad de resistencia. Lanthimos fue uno de los intérpretes de Attenberg y, por suerte, el humor surrealista de la película de Athina Rachel Tsangari hace acto de presencia en The Lobster (también una de sus protagonistas, Ariane Labed), una película que para los admiradores de Lanthimos puede que no aporte apenas ninguna novedad. Para quienes no lo conozcan es cierto que viendo esta última película, que seguro que llegará a un público más amplio, se pueden ahorrar las dos anteriores (pero no Attenberg, por favor).

Los abucheos con los que fue recibida The Sea of Trees no sabría si iban dirigidos a Gus van Sant o a Thierry Fremaux por incluirla en competición. En el fondo estamos ante un nuevo y desconcertado Van Sant que, tras Paranoid Park, no acaba de encontrar su lugar en la industria. De una vez por todas parece haber renunciado a su cine más personal y radical, pero al mismo tiempo no consigue ese público que justificaría este giro en su carrera que parece situarlo en aquel cruce de caminos que para él supusieron tanto su remake de Psycho como Finding Forrester. Entre sus últimos títulos hay alguno que merece más atención que la que se le prestó en su momento, caso de Promised Land, no tanto por su manido discurso ecologista, como por la manera en la que Van Sant filmaba algunos tiempos muertos, lo que en el fondo conectaba esta película con sus grandes logros del periodo 2002-2007. Aplicada a rajatabla, la política de los autores nos obligaría a defender The Sea of Trees, de la misma manera que en su día muchos apoyaron la ñoña Restless en virtud del tema de la muerte, central en su tetralogía. Lo cierto es que esta nueva película parece una prolongación de aquella, un acercamiento a la cultura japonesa en torno a la muerte y a un escenario ciertamente fastuoso, el bosque de Aokigahara, a los pies del monte Fuji, un lugar al que acude gente de todo el mundo a suicidarse. Y no es difícil ver a sus dos protagonistas vagando perdidos por el bosque como una reinterpretación de Gerry, solo que ahora tamizada por los giros del guión, los golpes de efecto, el sentimentalismo y una manifiesta voluntad de cerrar todas y cada una de las piezas que componen la historia. El guión no carece de habilidad, pero es la misma habilidad que, aprovechando que Naomi Watts pasa por aquí, podríamos alabar en Lo imposible.

De Gus van Sant sorprenden las opciones que ha tomado con su carrera, pero sobre todo con su cine, con un estilo que se adapta a cualquier circunstancia. Una película tan pequeña como la islandesa Rams, de Grímur Hákonarson, demuestra al menos un gusto en la composición de sus encuadres, que no está exento de cierta elegancia caligráfica, que ya nos gustaría ver en The Sea of Trees. The Fourth Direction, del indio Gurvinder Singh, conserva esa radicalidad que tanto añoramos en Van Sant. Quizás no encontremos otra película este año en Cannes tan radicalmente política, entendiendo la política también como una cuestión de puesta en escena, en este caso straubiana, deberíamos decir. Singh plantea dos historias que se desarrollan en el estado de Punjab en 1984, aflorando en ambas el clima de terror y represión política del momento, es decir, el miedo latente a esa represión y la vida en la clandestinidad, llena de momentos de espera que el cineasta nunca debe atenuar.

Publicada el 16/05/15

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...