Cannibalismo 2014 – día 7

De los Dardenne uno siempre espera más de lo mismo y los Dardenne nunca defraudan. Nadie les pide más. Si acaso se puede discutir cuál de sus películas es mejor. Personalmente me quedo con Rosetta y El hijo. Deux jours, une nuit no está a su altura, quizá tampoco a la de su película anterior, El niño de la bicicleta, que presentaba un conflicto moral más complejo. La posición del espectador con respeto al de su nueva película no está en cuestión. Sandra (Marion Cotillard) va a ser despedida; su trabajo será cubierto por sus compañeros que realizarán así (y cobrarán) algunas horas extras semanales. La mujer dedica un fin de semana a hablar uno a uno con sus compañeros para intentar convencerles. Algunos aceptarán, otros no. El lunes se votará el futuro de Sandra a la que se ha señalado por sus bajas por depresión. Sí, la estructura es muy previsible, aunque el final nos reserve un giro muy inteligente. Como decía, los Dardenne juegan sobre seguro, pero poniendo todas las cartas sobre la mesa sin intentar seducir al espectador con subterfugios. El conflicto moral no es tan relevante, pues todos apoyamos al personaje de Cotillard, y lo que de verdad interesa a los Dardenne es el catálogo de tipos humanos, la clase obrera del siglo XXI, enfrentada a la crisis y a las perversas estrategias empresariales. Àngel Quintana lo explicaba muy bien a la salida de la proyección: estamos ante una reivindicación de la política, de la necesidad de hablarles a los ciudadanos uno a uno.

Al ver The Kindergarten Teacher, de Navad Lapid, en sesión especial de la Semana de la Crítica, uno se pregunta por qué esta película no está en la sección oficial (¡aunque sea en Un Certain Regard!). Todo radica en las imágenes: The Kindergarten Teacher no se explica con un tagline ni responde a una de esas fórmulas que triunfan entre los analistas de guión y en los foros de coproducción. Lapid lleva a Brecht a Israel para hablarnos de una profesora de un jardín de infancia, Nira, que descubre entre sus alumnos de cinco años a un poeta, en un país que en realidad detesta a los poetas, como se nos recalca en varias ocasiones (el padre, propietario de varios restaurantes, “sabe de comida, pero no de poesía”). El niño, Yoav, es una especie de Mozart de la poesía, alguien que de repente comienza a dar pasos de un lado a otro a medida que los versos van saliendo de su boca. Lapid filma con planos fijos, siempre a la altura de las cabezas, las de los adultos o las de los niños, por más que unos y otros se comporten de igual manera (el adulto, en realidad, es Yoav). Mordaz, se diría que Lapid nos está hablando de un país que ha antepuesto las armas a las letras. Esto no es lo que más importa. Como ya ocurría con Jauja, The Kindergarten Teacher es la demostración palpable de que hay un cine que mira más allá de los modelos aprobados por el mercado. Ese cine que está tan ausente de Cannes o que Cannes se prodiga en esconder en sus secciones paralelas.

Presentada el primer día del festival en la sección oficial, pero también como “sesión especial”, Silvered Water. Syria Self-Portrait, de Ossama Mohammed y Wiam Simav Bedirxan, que por fin pude recuperar en el Mercado, es una de las películas más atípicas de lo que podríamos llamar el “modelo Cannes”. En principio se trataría de un montaje de imágenes de You Tube de las revueltas en Siria, imágenes de una gran crudeza, llenas de tiroteos, sangre y destrucción. Un texto inicial nos habla de 1.001 imágenes filmadas por 1.001 hombres y mujeres sirios. Es una licencia literaria, claro, pero la narración se esfuerza en subrayar el origen de estas grabaciones: los sirios sienten la necesidad de testimoniar lo que está sucediendo en su país y, desde el mismo momento en que agarran una cámara, nace un cineasta. Aunque pudiera parecerlo, la película tiene muy poco que ver con Iraqi Short Films, de Mauro Andrizzi. La intervención de los cineastas es notable, planteando un diálogo a dos voces entre un hombre y una mujer, Ossama Mohammed, que edita las imágenes desde París, y Wiam Simav Bedirxan, una cineasta kurda, que aporta las suyas y también las comenta. A medida que avanza, Silvered Water… va decantándose por la abstracción en su selección de imágenes. El resultado, especialmente por culpa del tono de voz, se puede emparentar con el de un Godard o Marker.

Si en la película de Mohammed y Berdixan las imágenes son una reacción impulsiva ante la realidad, en Whiplash no son más que un medio con el que alcanzar un fin. Damien Chazelle la utilizará como carta de presentación para dirigir alguna superproducción de los grandes estudios de Hollywood. Por lo pronto, su primera película se ha presentado en la Quincena de los Realizadores después de triunfar en Sundance. La historia de un joven baterista obsesionado con la perfección que intenta abrirse camino en el mundo del jazz (Miles Teller) y su difícil relación con un todavía más perfeccionista profesor del conservatorio (J.K. Simmons) encaja como un guante en las pretensiones de Chazalle. Por lo pronto, esta película de una brillantez apabullante resulta a la postre tan efectista y exuberante como el propio tema que trata. Chazelle tiene todos los puntos para ser el más listo de su promoción. Y su película puede alardear de ser (supongo) la primera en estar concebida desde el punto de vista de un batería. Sostenida sobre un trabajo de edición deslumbrante (y dos grandes interpretaciones), la película culmina con un prolongado solo de batería, justo antes de cerrar a negro y exhibir el crédito del director y guionista. Puro ejercicio circense, Chazelle reclama para sí el aplauso.

Jaime Pena

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