Cannibalismo 2014 – día 9

De todas las biopics presentes en Cannes 2014, la de Jimmy Gralton (1886-1945) era la más interesante a priori, al menos obviando el nombre de su director, Ken Loach. Gralton fue un líder comunista irlandés que vivió entre Irlanda y Estados Unidos, país del que acabó obteniendo la nacionalidad. No estamos hablando de un gran líder, sino de alguien que, en una escala muy pequeña, realizó una gran labor política. En la década de 1920 gestionó en el condado de Leitrim un salón de baile en el que también se realizaban talleres y charlas. La iglesia local no cejó hasta que consiguió cerrar el local, provocando el regreso de Gralton a Estados Unidos. Diez años después, en 1932, se vio obligado a regresar a una Irlanda para entones ya independiente para hacerse cargo de la granja familiar. Al poco tiempo había reabierto el salón de baile, provocando la reacción de la iglesia y de los grandes propietarios de tierras, temerosos de la propaganda comunista. Como consecuencia, y apoyándose en su nacionalidad americana, fue deportado a Estados Unidos. Jimmy’s Hall se centra en esos dos periodos, particularmente en el último, en el reencuentro de Gralton con su antigua novia, ahora casada y con hijos, en la reapertura del salón de baile y en su enfrentamiento con los poderes públicos y religiosos. Hay mucha música, muchos bailes y algún que otro momento de cierto intimismo, pero la posibilidad de realizar una película sobre un pequeño hito político local a través del que se podían extrapolar los conflictos sociales de la Irlanda de la época se va al traste cuando el guión cae en manos de Paul Laverty. Jimmy’s Hall acaba dejando a un lado el retrato de esa experiencia comunitaria para centrarse en la represión de la misma. A Loach siempre le ha interesado más la denuncia, sin reparar en medios, aunque estos, es decir, el guión de Laverty, le lleven a la caricatura, al trazo grueso, al maniqueísmo, a los lugares comunes. Flaco favor le han hecho Loach y Laverty a la figura de Jimmy Gralton.

Leviathan, de Andrey Zvyagintsev, también en competición, parte de una premisa parecida. Ambientada en el norte de Rusia, en la zona del mar de Barents, el conflicto se centra en una familia que ve amenazadas sus propiedades cuando el alcalde de la ciudad plantea expropiárselas para una edificación municipal. Hay muchas diferencias en cualquier caso entre esta película y la de Loach. No es la más importante, pero no deja de ser significativo que en la Irlanda que dibuja Loach solo bebe alcohol el cura; en la de Zvyagintsev los personajes beben botella tras botella de vodka. Tanto el paisaje, amplificado en las escenas iniciales por la música de Philip Glass, como la trama tienen algo de western (o northern), si bien la película va derivando poco a poco hacia la serie negra, al fin y al cabo esta ciudad dominada por un alcalde corrupto que controla todos los resortes de poder (Moscú queda muy lejos) podría llamarse perfectamente Poisonville. Zvyagintsev parece haber perdido muchos de los tics de sus primeras películas, cuando sometía la puesta en escena a la retórica de los planos muy largos y las composiciones calculadas al milímetro. En Leviathan pueden quedar algunas huellas de aquello, pero ahora todo está al servicio de una narración que lo que gana en solidez lo pierde, si acaso, en misterio. Todo parece demasiado controlado: la trama criminal, sentimental y política, el paisaje inhóspito, el mismo título. Leviathan es una película que nace con vocación de obra maestra y con ganas de epatar en los festivales de cine. Lo primero le queda lejos; lo segundo está a su alcance.

Obras maestras en el día vi dos, lo que no estaría mal si una no fuese Sayat Nova, de Sergei Paradjanov, de la que se presentó en Cannes Classic la largamente esperada versión restaurada completa. Y la otra es un cortometraje de unos diez minutos firmado por Cristi Puiu e incluido en Les ponts de Sarajevo (Fuera de Concurso) un film colectivo ideado por el crítico Jean-Michel Frodon, que ha reunido a 13 cineastas europeos a los que les ha propuesto explorar el tema de Sarajevo, lo que representa esta ciudad para la historia europea, pues allí se puede decir que, al lado de uno de sus puentes, se inició la Primera Guerra Mundial, y ya sabemos también lo que ocurrió en la guerra de Yugoslavia hace dos décadas. Con un plano único de una pareja hablando en la cama y discutiendo sobre un libro (en este caso Puiu se confunde con Porumboiu), Réveillon plantea una efectiva metáfora de la historia europea, de sus irresolubles conflictos de nacionalidades, razas, religiones y, por supuesto, clases sociales. Con la excepción de la contribución de Jean-Luc Godard (en la que, como en Adieu au langage, se sirve de la Séptima Sinfonía de Beethoven como leit-motiv), digamos que el resto de los episodios no tienen el mismo interés, algo por otra parte habitual en este tipo de encargos.

Tampoco me parece excesivamente lograda Incompresa, de Asia Argento (Un Certain Regard), una comedia familiar ambientada en 1984 y que, entre la parodia de la época y el retrato de una niña de 9 años (Aria, aunque Asia afirma que no es una historia autobiográfica) cuya vida se ve afectada por la separación de sus padres y que, como todos los de su edad, se siente incomprendida, no acaba de encontrar su punto justo. Demasiado grotesca por momentos, en Incompresa se diría que a todos nos sobran unos padres que no quieren a Aria y a los que Asia caricaturiza en exceso.

Jaime Pena

SUSCRIPCIÓN
Si querés recibir semanalmente las novedades de elamante.com, dejanos tus datos acá:
ENCUESTA

¿Qué serie de Netflix te gusta más?

Cargando ... Cargando ...