Cannes 2014. Día 8.

The salt of the earth es el nuevo documental de Wim Wenders, co-dirigido con Juliano Ribeiro Salgado. La película presentada en la sección Un certain regard resalta por la belleza de las imágenes (en particular, las de las fotos del fotógrafo brasileño Sebastián Ribeiro Salgado, padre del co-director del film, cuya vida se sigue) y por la historia de aventuras de este economista que escapa de la dictadura brasileña en la década del 70 para instalarse en Paris, para luego abandonar una carrera promisoria para dedicarse a la fotografía. Esta tarea  lo llevará a viajar por los lugares más remotos del planeta, en una vida que recuerda a los relatos decimonónicos de viajes y experiencias. Lo que más molesta es la mirada de Wim Wenders que siempre parece decir que las cosas existen porque él las mira.

El catálogo del festival, aun con cierta belleza por la calidad del papel y las fotos, se caracteriza por la pobreza de sus textos (simples y pedestres sinopsis argumentales de las películas) y la carencia de un índice razonable. En el caso de Fantasia, de Wang Chao, presentada en la sección Un certain regard, además esa sinopsis resume toda la trama, incluso el desenlace. Familia constituida por padre y madre y dos hijos (chico y chica); el padre es diagnosticado con una leucemia terminal; todos trabajan, incluso en alguna actividad non-sancta pra obtener el dinero para las transfusiones del jefe de la familia; el hijo termina desconectando la vía que conduce la sangre al cuerpo de su padre. La película es tan anodina y carente de todo vuelo interpretativo, formal o narrativo que me hubiera quedado con la lectura de esos 4 ó 5 renglones del catálogo…

Única proyección de Maïdan, vuelta al documental de Sergein Loznitsa. Maïdan es el nombre de la plaza de Kiev, capital de Ucrania, en la que el pueblo manifiesta en contra del régimen. No es que las imágenes no sean poderosas (lo son); pero para quienes venimos del rincón más austral de Latinoamérica, la visión de los hechos retratados nos lleva a un particular trance en el que las realidades ucranianas y argentinas dialogan de un modo que no deja de inquietar y sorprender.

El momento más esperado por muchos de este festival. Adieu au langage, de Jean-Luc Godard. En el bello librito-folleto distribuido a la prensa, vemos del puño y letra del autor el siguiente resumen (pido disculpas, desde ya, en especial a don Leo D’espósito, por este intento de apurada traducción):

«La propuesta es simple

Una mujer casada y un hombre libre se encuentran

Se aman, se pelean, llueven los golpes

Un perro deambula entre la ciudad y el campo

Las estaciones pasan

El hombre y la mujer se re-encuentran

El perro se halla entre ellos

El otro está en en el uno

El uno está en el otro

Y son tres personas

El ex-marido hace explotar todo

Un segundo film comienza

Lo mismo que el primero

Y por qué  no

De la especie humana pasamos a la metáfora

Eso terminará con ladridos

Y llantos de bebé».

                Finalmente Godard no participó de su presentación de la película  en Cannes y ha habido declaraciones suyas en torno a «la palma del mal». Quizás parte de la explicación del debate y movilización despertado por  la proyección de esta película (su anterior Film socialisme, pasó por la sección Un certain regard), tiene que ver con la veneración con que algunos esperan las palabras del mesías del cine moderno, en tanto otros se empeñan por desvalorizar toda su  producción de los últimos 40 años o más. Pero don Jean-Luc, por sabio, por viejo, o por las dos cosas, sabe utilizar esas fuerzas en favor de su obra y construye  una película-evento del cual  forma parte, incluso, todo este cotilleo provocado en La Croisette. Más allá de una excelente y juguetona  utilización del 3D; de los pensamientos sesudos desgranados desde un inodoro, mientras se escuchan los pedos del pensador y el sonido de las heces salpicando en el agua; del amor incondicional a los perros y la reconsideración de su inteligencia, Godard se ríe del kilombo que  ha armado, y no deja de pensar, en el cine, en la política, en la vida. Despareja y anárquica, con chistes que funcionan y otros un tanto subrayados, los 70 minutos  de este manifiesto demuestran que el viejo Jean-Luc sigue siendo uno de los pensadores y artistas  más lúcidos, también en este siglo.

Fernando E. Juan Lima

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