Cannes 2014. Día 6.

Por lo poco que pude charlar por los pasillos del Palais durante el día de ayer, existía cierto consenso en cuanto a la ponderación muy positiva de Homesman, dirigida por Tommy Lee Jones. Pues bien, habiéndola visto un día después, creo que no comparto ese entusiasmo de quienes por ahora parecen conformar una mayoría. Creo que quizás, para los cinéfilos, décadas de abstinencia casi absoluta de westerns nos llevan a valorar en demasía cualquier cosa que decida acercarse a este género. Y no es que Homesman sea una película deleznable o absolutamente fallida. Es que esta historia de una ruda solterona que debe emprender un viaje hacia el Este para llevar a tres enfermas psiquiátricas a un asilo junto con un vaquero egoísta y de dudosa moral al que literalmente salva de perecer ahorcado (Hillary Swank y Tommy Lee Jones, respectivamente) no termina de confiar y decidirse por abrazar el género con convicción. Claro que los espacios abiertos, la iluminación de fuegos y candelas, los caballos y carromatos, las armas y el whiskey hacen que se nos caiga un poco la baba. Pero hay algo en la música, en los horribles flashbacks estilizantes de los raptos de locura de las 3 enfermas que conforman la carga, que parece hablarnos de la necesidad de acercarse a un «tema importante» para ralizar un upgrade moral del género. Los grandes westerns nunca necesitaron de este tipo de artilugios para hablar de la naturaleza humana, de la soledad y la amistad, del amor, de las relaciones entre pasado, presente y futuro. En este punto, la improbable historia de respeto, amistad y, quizás, algo más entre los protagonistas, carga el peso de un recalcado humanismo algo ramplón, impuesto a la trama de una manera que no se imbrica adecuadamente en el mundo del western. Por ahí estas palabras parecen excesivas para una película que disfruté en gran parte (los momentos en que la Swank se pone mandona y parece la única con dos dedos de frente en todo el Oeste, los cantos y bailes de Tommy Lee Jones), pero si de westerns se trata, los aspectos antes indicados impiden que estemos hablando de una gran película.

Bird People, dirigida por Pascale Ferran (Lady Chatterley). Se dice que esta película hasta último momento estuvo a punto de formar parte de la competencia oficial y no de Un certain regard, como finalmente ocurrió. No hubiera estado mal esa opción para esta reflexión juguetona con un toque mágico sobre la vida que llevamos. Bird people comienza como algo que amenaza parecerse a Amor sin escalas, en cuanto a su retrato de ciertos no lugares y esa gente que vive entre aeropuertos y hoteles internacionales (tras un breve prólogo que opera como patchwork de gente viajando en transporte público, de quienes escuchamos sus pensamientos, como en aquella película veíamos distintas imágenes desde aviones). Pero tras ese prólogo, Pascale Ferran construye un díptico en el que se cruzan las historias del dueño o figura relevante de una empresa norteamericana de software con la de una mucama del hotel Hilton del aeropuerto de Paris. El hartazgo respecto de la vida que lleva cada uno es lo que une las dos historias, que cuando no se pone alegórica (ay, los pájaros y las ganas de volar…) funciona con el empático retrato de sus criaturas que podrían terminar relacionándose de alguna manera.

Veo hoy otra película argentina, ya que ayer no pude ser de la partida (sorprende la decisión de programación de que el domingo hayan convivido cuatro películas nacionales, tres con su primera pasada ese día). Así que, tras Relatos salvajes de Damián Szifrón, Jauja de Lilsandro Alonso y Refugiado de Diego Lerman, veo ahora El ardor, de Pablo Fendrik (El asalante, La sangre brota). Con más de media hora de atraso (espero que esto no afecte las posibilidades de ver la próxima película), la función de gala  tuvo lugar en la sala Buñuel. De alguna manera, El ardor opera como resultado de la suma de las dos películas anteriores. Es efectivamente, un western. Un western que  sucede en la selva misionera, pero allí está la naturaleza, la clásica historia de los lugareños a los que algún hacendado quiere obligar a vender a precio vil sus  tierras, la resistencia y la venganza y hasta un duelo final. Pero también está el elemento fantástico, las raíces indígenas, el vínculo con la naturaleza, la sobrenatural presencia del tigre o el jaguar. Ejercicio de estilo menos logrado que sus películas anteriores, este revisitar un género clásico no está exento de interés. Ah, y el protagónico es de don Gael García Bernal.

Por último, Still the water, the Naomi Kawase. Llego sobre la hora, a la relativamente pequeña sala Bazin pero, sorprendentemente, no está llena (con ganas, habrá ocupadas la mitad de las localidades).  La última película de Kawase sin dudas mejora la decepcionante experiencia de Hanezu (vista en este festival en 2011), pero está lejos de la impar Shara, e incluso de El secreto del bosque. En este coming of age y drama de despertar sexual de dos adolescentes están presentes, como siempre en su cine, los viejos y los niños, la relación entre padres e hijos, la muerte, la mitología japonesa, la naturaleza. Hay momentos inspiradísimos, que en su mayoría tienen que ver con silencios o música y baile. Lástima que también hay muchas palabras. Demasiadas. Como en la citada Hanezu, Kawase puebla parte del metraje de la película con afirmaciones  redundantes y  pretendidos haikus. Así y todo, Still the water permite ilusionarse con un regreso de lo mejor de esta realizadora.

 

Fernando E. Juan Lima

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